Alise se volvió. Una densa humareda llenaba el escaparate y la gente empezaba a mirar. Había tenido que encender tres cerillas antes de que se declarase el fuego: los libros de Partre no querían inflamarse. El librero yacía detrás de su escritorio. Su corazón, a su lado, comenzaba a arder, yya escapaban de él una llama negra y chorros retorcidos de sangre hirviendo. Las dos primeras librerías, trescientos metros atrás, llameaban, crujiendo y zumbando, y los libreros estaban muertos; todos los que habían vendido libros a Chick iban a morir de la misma manera y sus librerías arderían. Alise lloraba y se apresuraba. Se acordaba de los ojos de Jean-Sol Partre mirando su corazón. Al principio ella no quería matarle, sólo impedir la aparición de su nuevo libro y salvar a Chick de esa ruina que se iba elevando lentamente en torno suyo. Estaban todos aliados contra Chick, querían apoderarse de su dinero, se lucraban de su pasión por Partre, le vendían ropa vieja sin ningún valor y pipas con huellas digitales. Merecían la suerte que les esperaba. Vio a su izquierda un escaparate lleno de libros encuadernados en rústica y se detuvo, recobró el aliento y entró. El librero se acercó a ella.
– ¿En qué puedo servirle? -preguntó.
– ¿Tiene usted libros de Partre? -dijo Alise.
– Sí, desde luego -dijo el librero-; sin embargo, no puedo facilitarle de momento reliquias suyas. Las tengo todas reservadas para un buen cliente.
– ¿Chick? -dijo Alise.
– Sí – respondió el librero-, creo que se llama así.
– Ya no vendrá a comprarle más -dijo Alise.
Se aproximó a él y dejó caer el pañuelo. El librero se agachó, crujiendo, para recogerlo y ella le hincó el arrancacorazones en la espalda con un ademán rápido. Alise lloraba y temblaba otra vez; él se desplomó, la cara sobre el suelo, y ella no se atrevió a coger el pañuelo, que él agarraba con sus dedos. El arrancacorazones volvió a salir; entre sus brazos tenía el corazón del librero, muy pequeño y de color rojo claro. Separó los brazos del arrancacorazones y el corazón rodó cerca de su librero. Había que darse prisa. Cogió un montón de revistas, rasgó una cerilla, la lanzó debajo del mostrador y arrojó las revistas encima; precipitó después sobre las llamas una docena de libros de Nicolás Calas que había cogido de la estantería más próxima, y la llama se precipitó sobre los libros con una vibración caliente. La madera del mostrador humeaba y crujía, y la tienda estaba llena de vapores. Alise hizo caer una última ringlera de libros en el fuego y salió a tientas, quitó el puño del picaporte para que nadie pudiera entrar y echó a correr de nuevo. Le picaban los ojos yel pelo le olía a humo; corría y las lágrimas ya casi no corrían por sus mejillas, el viento las secaba rápidamente. Se aproximaba ahora al barrio en que vivía Chick; quedaban tan sólo dos o tres libreros, el resto no presentaba riesgo para él. Se volvió antes de entrar en la siguiente librería; lejos, detrás de ella, se veía ascender hacia el cielo grandes columnas de humo y la gente se apretujaba para ver funcionar los complicados aparatos del cuerpo de Bombeadores. Sus grandes coches blancos pasaron por la calle cuando ella cerraba la puerta. Los siguió con la vista a través de la luna del escaparate y el librero se acercó a preguntarle qué deseaba.
58
– Usted -dijo el senescal de la policía- se quedará aquí, a la derecha del portal, y usted, Douglas -continuó, volviéndose al segundo de los dos agentes gordos-, se pondrá a la izquierda y no dejarán entrar a nadie.
Los dos agentes designados empuñaron sus igualizadores y dejaron resbalar la mano derecha a lo largo del muslo derecho, con el cañón apuntando hacia la rodilla, en la posición reglamentaria. Se sujetaron el barboquejo del casco por debajo de la barbilla, que rebosaba por delante y por detrás de aquél. El senescal entró en el edificio, seguido de los cuatro agentes delgados; colocó de nuevo a uno a cada lado del portal con la misión de no dejar salir a nadie. Se dirigió hacia la escalera seguido de los dos delgados que quedaban. Se parecían entre sí; los dos tenían la tez muy morena, los ojos negros y los labios delgados.