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El último libro justamente acababa de llegar de casa del encuadernador y Chick lo estaba acariciando antes de volver a colocado en su estuche. Estaba recubierto de piel de nada, espesa y verde, y el nombre de Partre se destacaba en letras huecas sobre la encuadernación. En una sola estantería Chick tenía toda la edición normal, y todas las variantes, los manuscritos, las primeras impresiones y las páginas especiales ocupaban nichos especiales en el espesor del muro.

Chick suspiró. Alise se había ido por la mañana. Él se había visto obligado a decide que se marchara. Sólo le quedaban un doblezón y un trozo de queso, y su ropa le estorbaba para colgar la ropa vieja de Partre que el librero le proporcionaba de milagro. No recordaba qué día la había besado por última vez. No podía perder el tiempo besándola. Tenía que reparar el tocadiscos para aprenderse de memoria el texto de las conferencias de Partre. Si algún día llegaban a romperse los discos, tenía que poder conservar el texto.

Todos los libros de Partre estaban allí, todos los publicados. Para las lujosas encuadernaciones protegidas por estuches de piel, los tejuelos dorados, los ejemplares preciosos con grandes márgenes azules, las tiradas limitadas en papel matamoscas o vergé Cintorix, estaba reservada una pared entera dividida en delicadas celdillas guarnecidas de terciopelo. Cada obra ocupaba una celdilla. Adornando la pared frontera, colocados en montones encuadernados en rústica, estaban los artículos de Partre, extraídos con fervor de las revistas y de las innumerables publicaciones periódicas que se dignaba honrar con su fecunda colaboración.

Chick se pasó la mano por la frente. ¿ Cuánto tiempo hacía que Alise vivía con él?… Los doblezones de Colin estaban destinados a que se casara con ella, pero a ella eso no le importaba tanto. Alise se conformaba con esperarle, y se conformaba con estar con él, pero no se puede aceptar de una mujer que esté con uno simplemente porque le ame. Él también la amaba. Pero no podía dejarle perder el tiempo, pues ella había dejado de interesarse por Partre. ¿Cómo no sentir interés por un hombre como Partre?… capaz de escribir cualquier cosa, sobre cualquier tema, y con tal precisión…

Partre a buen seguro tardaría menos de un año en hacer su Enciclopedia de la náusea y la duquesa de Bovouard colaboraría en esta obra y habría manuscritos extraordinarios. Lo que hacía falta, de aquí a entonces, era ganar los doblezones suficientes para obtener y reservar por lo menos una entrada con que pagar al librero. Chick no había pagado los impuestos. Su importe le era de mayor utilidad en forma de un ejemplar de El agujero de santa Colomba. A Alise le habría gustado más que Chick empleara sus doblezones en pagar los impuestos; le había propuesto incluso vender algo suyo para este fin. Él aceptó, y le vino justo para pagar la encuadernación de El agujero de santa Colomba. Alise podía prescindir perfectamente de su collar.

No sabía si volver a abrir la puerta. A lo mejor estaba ella detrás esperando a que diera vuelta a la llave. No creía. Sus pasos resonaban en la escalera como un pequeño martilleo de intensidad decreciente. Ella podría volver con sus padres y reanudar sus estudios. Al fin y al cabo, no habría sufrido más que un ligero retraso. Los cursos que se han perdido se pueden recuperar rápidamente. Pero Alise ya no estudiaba.

Se ocupaba demasiado de los asuntos de Chick y de darle de comer y de plan charle la corbata. Pensándolo bien, no pagaría en absoluto los impuestos. ¿Acaso había ejemplos de que fueran a hostigarle a uno a su casa por no pagarlos?

Eso no sucede. Se puede hacer un pago a cuenta, un doblezón, por ejemplo, y luego le dejan a uno tranquilo y no se habla más de ello durante algún tiempo. ¿Acaso un señor como Partre pagaba impuestos? Probablemente, pero, después de todo, desde el punto de vista moral, ¿es recomendable pagar los impuestos para tener, como contrapartida, el derecho de que le detengan a uno porque otros pagan los impuestos que sirven para mantener a la policía y a los altos funcionarios? Es un círculo vicioso que hay que romper; que no pague nadie durante un tiempo suficientemente largo y los funcionarios morirán de consunción y ya no habrá más guerras.

Chick levantó la tapa de su tocadiscos de dos platinas y puso dos discos diferentes de Jean-Sol Partre. Quería escuchar los dos al mismo tiempo para hacer surgir ideas nuevas del choque entre dos ideas viejas. Se colocó a igual distancia de los dos altavoces para que su cabeza se encontrara justamente en el lugar en que se habría de producir este choque y conservara, automáticamente, los resultados del impacto.

Las agujas crepitaron sobre el reborde del principio, se alejaron en el hueco del surco y las palabras de Partre resonaron en el cerebro de Chick. Desde el lugar que ocupaba, miraba por la ventana, y pudo comprobar que, aquí y allá, se elevaban sobre los tejados humaredas de grandes volutas azules coloreadas de rojo por abajo, como el papel cuando arde. Veía maquinalmente cómo el rojo ganaba terreno al azul, y las palabras chocaban entre sí con grandes resplandores, abriendo a su cansancio un campo de reposo suave como el musgo en el mes de mayo.

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