La vagoneta desembocó con un ruido ensordecedor bajo la bóveda del tramo lateral y se detuvo. Colin descendió, dejó que Alise se colocara en su sitio y esperó a Chloé, que surgió enseguida.
Miraron la nave de la iglesia. Estaba repleta de gente. Todos los que los conocían estaban allí, escuchando la música y gozando de tan bonita ceremonia.
El Vertiguero y el Monapillo, haciendo cabriolas dentro de sus bellos hábitos, aparecieron precediendo al Religioso, quien, a su vez, guiaba al señor Zobispo. Se levantó todo el mundo y el señor Zobispo se sentó en un gran sillón de terciopelo. El ruido de las sillas sobre las losas era sumamente armonioso.
La música cesó repentinamente. El Religioso se arrodilló ante el altar, golpeó el suelo tres veces con la frente y el Monapillo se dirigió hacia Colin y Chloé para conducidos a su sitio, mientras que el Vertiguero se encargaba de alinear a los Niños de la Fe a ambos lados del altar. Reinaba ahora un profundísimo silencio en la iglesia y la gente contenía el aliento.
Por todas partes, grandes luces lanzaban haces de rayos hacia objetos dorados que los hacían brillar en todas direcciones y las muchas franjas amarillas y violeta de la iglesia daban a la nave el aspecto del abdomen de una gran avispa tumbada, vista desde el interior.
Desde muy arriba, los músicos acometieron un coro difuso. Las nubes penetraban. Traían olor a cilantro ya hierba de las montañas. Hacía calor dentro de la iglesia y se tenía la sensación de estar envuelto dentro de una atmósfera benigna y guateada.
Arrodillados ante el altar, en dos reclinatorios recubierto s de terciopelo blanco, Colin y Chloé, cogidos de la mano, esperaban. Delante de ellos, el Religioso hojeaba con rapidez un libro grande, porque no se acordaba ya de las fórmulas.
De vez en cuando se volvía a echar una miradita a Chloé, cuyo traje le gustaba mucho. Finalmente dejó de hojear el libro, se incorporó e hizo un signo con la mano al director de la orquesta, que atacó la obertura.
El Religioso tomó aliento y comenzó a cantar el ceremonial, respaldado por un fondo de once trompetas con sordina que tocaban al unísono. El señor Zobispo dormitaba dulcemente, con la mano sobre el báculo. Sabía que le despertarían cuando le tocara cantar a él.
La obertura y el ceremonial estaban escritos sobre temas clásicos de blues. Para el Compromiso, Colin había pedido que se tocara el arreglo de Duke Ellington de una vieja melodía muy conocida, Chloé.
Delante de Colin, colgado de la pared, se veía a Jesús sobre una gran cruz verde. Parecía feliz de haber sido invitado y lo miraba todo con interés. Colin tenía la mano de Chloé en la suya y sonreía vagamente a Jesús. Se sentía ligeramente fatigado. La ceremonia le salía muy cara, cinco mil doblezones, y estaba contento de que resultara un éxito.
Todo alrededor del altar había flores. Le gustaba la música que estaban tocando en ese momento. Vio al Religioso delante de sí y reconoció su aspecto. Entonces, cerró suave los ojos, se inclinó un poco hacia adelante y dijo: «Sí».
Chloé dijo «Sí» también y el Religioso les estrechó vigorosamente la mano. La orquesta arremetió con mayor fuerza y el señor Zobispo se levantó para la Plática. El Vertiguero se deslizó entre dos filas de personas y le dio un buen bastonazo en los dedos a Chick, que acababa de abrir su libro en lugar de escuchar.