La unidad de Casos Abiertos estaba desierta cuando llegó allí. Eran poco más de las cuatro y la mayoría de los detectives trabajaban en turnos de siete a cuatro, lo cual los ponía en el camino a casa justo antes de la hora punta. Si algo no estaba a punto de cerrarse, se iban a las cuatro en punto. Incluso un retraso de quince minutos podía costarles una hora en las autovías El único que todavía estaba allí era Abel Pratt, y eso porque como supervisor tenía que trabajar de ocho a cinco. Las reglas de la compañía. Bosch saludó al pasar por delante de la puerta abierta de la oficina de Pratt de camino a su escritorio.
Se dejó caer en su silla, exhausto por los acontecimientos del día y el peso del tongo departamental. Miró y vio que su mesa estaba salpicada de notas rosas de mensajes telefónicos. Empezó a leerlas. La mayoría eran de colegas en diferentes divisiones y comisarías. Todos decían que volverían a llamar. Bosch sabía que querían decirle «buen disparo» o palabras por el estilo. Cada vez que alguien conseguía acabar con un criminal de manera limpia el teléfono se iluminaba.
Había varios mensajes de periodistas, incluida Keisha Russell. Bosch sabía que le debía una llamada, pero esperaría hasta llegar a casa. Había también un mensaje de Irene Gesto, y Bosch supuso que ella y su marido querrían saber si se había producido alguna novedad en la investigación. Les había llamado la noche anterior para decirles que su hija había sido encontrada y la identidad confirmada. Suspendido de empleo o no, les devolvería la llamada. Con la autopsia completada, entregarían el cadáver a la familia. Al menos, los Gesto podrían, finalmente y después de trece años, enterrar a su hija. Bosch no podía decirles que el asesino de Marie había sido llevado a la justicia, pero al menos podía ayudarles a llevarla a casa.
Había asimismo un mensaje de Jerry Edgar, y Bosch recordó que su antiguo compañero le había llamado al móvil justo antes de que se desatara el tiroteo en Echo Park. Quienquiera que hubiera tomado el mensaje había escrito «Dice que es importante» en la nota y lo había subrayado. Bosch miró la hora de la nota y advirtió que la llamada también se había recibido antes del tiroteo. Edgar no había llamado para felicitarle por cargarse al criminal. Supuso que Edgar había oído que había visto a su primo y quería un poco de palique al respecto. En ese momento, Bosch no tenía ganas de eso.
Bosch no estaba interesado en ninguno de los otros mensajes, de manera que los apiló y los metió en uno de los cajones del escritorio. Sin nada más que hacer, empezó a ordenar los papeles y las carpetas de la mesa. Pensó en si debería llamar a Forense y averiguar si podía recuperar su teléfono y su coche en la escena del crimen de Echo Park.
– Acabo de enterarme.
Bosch levantó la cabeza. Pratt estaba de pie en el umbral de su oficina. Iba en mangas de camisa y llevaba la corbata suelta en el cuello.
– ¿De qué?
– De la UIT. No te han levantado la suspensión de empleo, Harry. He de mandarte a casa.
Bosch bajó la mirada a su escritorio.
– No veo la novedad. Ya me estoy yendo.
Pratt hizo una pausa mientras trataba de interpretar el tono de voz de Bosch.
– ¿Va todo bien, Harry? -preguntó de manera tentativa.
– No, no va todo bien. Hay tongo y cuando hay tongo no va todo bien. Ni mucho menos.
– ¿De qué estás hablando? ¿Van a encubrir a Olivas y O'Shea?
Bosch lo miró.
– No creo que deba hablar con usted, jefe. Podría ponerlo en el punto de mira. No le gustaría el retroceso.
– Van en serio, ¿eh?
Bosch vaciló, pero respondió.
– Sí, van en serio. Están dispuestos a joderme si no les sigo el juego.
Se detuvo ahí. No le gustaba tener esa conversación con su supervisor. En la posición de Pratt, las lealtades iban en ambos sentidos del escalafón. No importaba que ahora sólo le faltaran unas semanas para la jubilación. Pratt tenía que continuar con el juego hasta que sonara la sirena.
– Tengo el móvil allí, es parte de la escena del crimen -dijo, estirándose hacia el teléfono-. Sólo he venido a hacer una llamada y me voy.
– Me estaba preguntando por tu teléfono -dijo Pratt-. Algunos de los chicos han estado tratando de llamarte y dijeron que no respondías.
– Los de Forense no me dejaban sacarlo de la escena. Ni el teléfono ni mi coche. ¿Qué querían?
– Creo que querían invitarte a una copa en Nat's. Puede que estén yendo hacia allí.
Nat's era un antro de cerca de Hollywood Boulevard. No era un bar de polis, pero todas las noches pasaba por allí un buen número de polis fuera de servicio. Los suficientes para que el dueño del local mantuviera la versión hard de The Clash de «I Fought the Law» en la máquina de discos durante veinte años. Bosch sabía que si aparecía en Nat's el himno punk estaría en constante rotación en saludo al recientemente fallecido Robert Foxworth, alias Raynard Waits. «Luché contra la ley, y ganó la ley…» Bosch casi podía oírlos a todos cantando el coro.
– ¿Va a venir? -le preguntó a Pratt.
– Quizá más tarde. He de hacer algo antes.
Bosch asintió.
– Yo no tengo ganas -dijo-. Voy a pasar.
– Como quieras. Ellos lo entenderán.
Pratt no se movió del umbral, así que Bosch levantó el teléfono. Llamó al número de Jerry Edgar para poder seguir con la mentira de que tenía que hacer una llamada. Sin embargo, Pratt permaneció en el umbral, con el brazo apoyado en la jamba mientras examinaba la sala de brigada vacía. Realmente estaba tratando de sacar a Bosch de allí. Quizás había recibido la noticia de un lugar del escalafón más alto que el ocupaba el teniente Randolph.
Edgar respondió la llamada.
– Soy Bosch, ¿has llamado?
– Sí, tío, he llamado.
– He estado un poco ocupado.
– Lo sé. Lo he oído. Buen disparo hoy, compañero. ¿Estás bien?
– Sí, bien. ¿Por qué llamabas?
– Sólo por algo que pensé que querrías saber. No sé si ahora todavía importa.
– ¿Qué es? -preguntó Bosch con impaciencia.
– Mi primo Jason me llamó desde la DWP. Dijo que te vio hoy.
– Sí, buen tipo, ayudó mucho.
– Sí, bueno, no estaba comprobando cómo te trató. Quería decirte que me llamó y dijo que había algo que quizá querrías saber, pero que no le dejaste tarjeta ni teléfono ni nada. Dijo que unos cinco minutos después de que tú y la agente del FBI que te acompañaba os marcharais, vino otro poli y preguntó por él. Preguntó en el mostrador por el tipo que estaba ayudando a los polis.
Bosch se inclinó hacia delante en su mesa. De repente estaba muy interesado en lo que Edgar le estaba contando.
– Dijo que ese tipo mostró una placa y explicó que estaba controlando tu investigación y preguntó a Jason qué queríais tú y la agente. Mi primo los llevó a la planta a la que habíais ido y acompañó a ese tipo a la ventana. Estaban allí mirando la casa de Echo Park cuando tú y la señora agente aparecisteis allí. Os vieron entrar en el garaje.
– ¿Qué pasó entonces?
– El tipo se largó de allí. Cogió el ascensor y bajó.
– ¿Tu primo consiguió el nombre de ese tipo?
– Sí, el tipo dijo que se llamaba detective Smith. Cuando le enseñó la identificación tenía los dedos sobre la parte del nombre.
Bosch conocía esa vieja treta que usaban los detectives cuando iban por libre y no querían que su verdadero nombre apareciera en circulación. Bosch la había usado en alguna ocasión.
– ¿Y una descripción? -preguntó.
– Sí, me la dio. Dijo que era un tipo blanco, de un metro ochenta y ochenta kilos. Tenía el pelo gris plateado y lo llevaba corto. Unos cincuenta y cinco años, traje azul, camisa blanca y corbata a rayas. Llevaba una bandera americana en la solapa.
La descripción coincidía con la de unos cincuenta mil hombres del centro de Los Angeles. Y Bosch estaba mirando a uno de ellos. Abel Pratt seguía en el umbral de su despacho. Estaba mirando a Bosch con las cejas enarcadas de modo inquisitivo. No llevaba la chaqueta del traje, pero Bosch la veía colgada en un gancho en la puerta, detrás de él. Había un pin con la bandera americana en la solapa.