– Estaba pensando que deberíamos estudiar el negocio de Waits y ver cuánto tiempo lo ha tenido, si hubo alguna vez quejas, esa clase de cosas. Olivas y su compañero deberían haberlo hecho, pero no hay nada en el expediente al respecto.
Rider se quedó en silencio un rato antes de hablar.
– ¿Crees que puede haber sido la conexión con High Tower?
– Quizá. O quizá con Marie. Ella tenía un gran ventanal en su apartamento. Es algo que recuerdo que surgió entonces. Pero tal vez se nos pasó.
– Harry, a ti nunca se te pasa nada, pero me pondré con eso ahora mismo.
– La otra cosa es el nombre del tipo. Podría ser falso.
– ¿Qué?
Le explicó que había contactado con Rachel Walling y que le había pedido que mirara los expedientes. La información fue inicialmente recibida con un silencio atronador, porque Bosch había franqueado una de esas fronteras invisibles del departamento de Policía de Los Angeles al invitar al FBI al caso sin aprobación oficial de un superior, aunque la invitación a Walling fuera extraoficial. Pero cuando Bosch le habló a Rider de Reynard el Zorro ella empezó a abandonar su silencio y se puso escéptica.
– ¿Crees que nuestro limpiador de ventanas es experto en folclore medieval?
– No lo sé -respondió-. Walling dice que podría haberlo sacado de un libro infantil. No importa. Es suficiente para que miremos los certificados de nacimiento y nos aseguremos de que existe alguien llamado Raynard Waits. En el primer expediente, cuando fue detenido por merodear en el noventa y tres, fue fichado con el nombre de Robert Saxon (el nombre que dio), pero luego les salió Raynard Waits cuando se encontró su huella dactilar en el ordenador de Tráfico.
– ¿Qué estás viendo ahí, Harry? Si tenían su huella en el archivo entonces, quizás el nombre no sea falso al fin y al cabo.
– Quizá. Pero sabes que no es imposible conseguir un carné de conducir con un nombre falso en este estado. ¿Y si Saxon era su nombre real pero el ordenador escupió su alias y él simplemente siguió con él? No sería una novedad.
– Entonces, ¿por qué mantener el nombre después? Tenía un historial como Waits. ¿Por qué no volver a Saxon o el que sea su nombre real?
– Buenas preguntas. No lo sé. Pero hemos de comprobarlo.
– Bueno, lo tenemos, no importa cuál sea su nombre. Buscaré en Google Raynard el Zorro ahora mismo.
– Escríbelo con e.
Bosch esperó y oyó los dedos de ella sobre el teclado del ordenador.
– Ya está -dijo finalmente-. Hay un montón de material sobre Reynard el Zorro.
– Eso es lo que dijo Walling.
Hubo un largo momento de silencio mientras Rider leía. Finalmente ella habló.
– Dice aquí que parte de la leyenda es que Reynard el Zorro tenía un castillo secreto que nadie podía encontrar. Usaba todo tipo de artimañas para atraer a sus víctimas. Luego se las llevaba al castillo y las devoraba.
La información flotó en el ambiente durante unos segundos. Finalmente Bosch habló.
– ¿Tienes tiempo de hacer otra búsqueda en AutoTrack y ver si puedes encontrar algo sobre Robert Saxon?
– Claro.
No había mucha convicción en su tono. Pero Bosch no iba a dejar que Rider se zafara del anzuelo. Quería mantener la investigación en movimiento.
– Léeme su fecha de nacimiento del informe de la detención -dijo Rider.
– No puedo. No lo tengo aquí.
– ¿Dónde está? No lo veo en tu escritorio.
– Le di los archivos a la agente Walling. Los recuperaré esta noche. Tendrás que ir al ordenador para sacar el atestado de la detención.
Hubo un silencio prolongado antes de que Rider respondiera.
– Harry, son archivos oficiales de investigación. Sabes que no deberías haberte desprendido de ellos. Y vamos a necesitarlos mañana para la entrevista.
– Te lo he dicho, los recuperaré esta noche.
– Esperemos. Pero he de decirte, compañero, que estás yendo otra vez de llanero solitario y no me gusta mucho.
– Kiz, sólo intento mantener la inercia. Y mañana en la sala quiero estar preparado para ese tipo. Lo que Walling va a contarme nos dará una ventaja.
– Bien. Confío en ti. Quizás en algún momento confiarás en mí lo suficiente como para pedirme mi opinión antes de tomar decisiones que nos afectan a los dos.
Bosch sintió que se ponía colorado, sobre todo porque sabía que Rider tenía razón. No dijo nada porque disculparse por haberla dejado en fuera de juego no iba a zanjarlo.
– Vuelve a llamarme si Olivas nos da una hora para mañana -dijo ella.
– Claro.
Después de cerrar el teléfono, Bosch pensó en la situación por un momento. Trató de dejar atrás su vergüenza por la indignación de Rider. Se concentró en el caso y en lo que había dejado al margen de la investigación hasta el momento. Al cabo de unos pocos minutos volvió a abrir el teléfono, llamó a Olivas y le preguntó si se había fijado un lugar y hora para la entrevista con Waits.
– Mañana por la mañana a las diez en punto -dijo Olivas-. No se retrase.
– ¿Iba a decírmelo, Olivas, o se supone que tenía que adivinarlo telepáticamente?
– Acabo de enterarme. Me ha llamado antes de que pudiera llamarle yo.
Bosch no hizo caso de la excusa.
– ¿Dónde?
– En la oficina del fiscal del distrito. Lo llevaremos allí desde alta seguridad y lo pondremos en una sala de interrogatorios.
– ¿Está en la fiscalía ahora?
– Tengo que tratar unos asuntos con Rick.
Bosch dejó que la frase flotara sin respuesta.
– ¿Algo más? -preguntó Olivas.
– Sí, tengo una pregunta -dijo Bosch-. ¿Dónde está su compañero en todo esto? ¿Qué le ha pasado a Colbert?
– Está en Hawai. Volverá la semana que viene. Si esto dura hasta entonces, formará parte de ello.
Bosch se preguntó si Colbert sabía siquiera lo que estaba ocurriendo o que mientras estaba de vacaciones se estaba perdiendo un caso que potencialmente podía propulsar su carrera. Por todo lo que Bosch sabía de Olivas, no sería una sorpresa que le escondiera un as a su propio compañero en un caso de gloria.
– ¿A las diez en punto, entonces? -preguntó Bosch.
– Sí, a las diez.
– ¿Algo más que debería saber, Olivas?
Tenía curiosidad por saber qué hacía Olivas en la oficina del fiscal del distrito, pero no quería preguntarlo directamente.
– De hecho, hay una cosa más. Digamos que es una cuestión delicada. Voy a hablar de eso con Rick.
– ¿Qué es?
– Bueno, adivine qué estoy viendo aquí.
Bosch dejó escapar el aliento. Olivas pensaba alargarlo. Hacía menos de un día que lo conocía y Bosch ya sabía sin la menor duda que el tipo no le caía bien y que nunca le iba a caer bien.
– No tengo ni idea, Olivas. ¿Qué?
– Sus cincuenta y uno de Gesto.
Se estaba refiriendo a la cronología de la investigación, una lista maestra ordenada por día y hora de todos los aspectos de un caso, desde un relato de los movimientos de los detectives en cada momento a las anotaciones de las llamadas de rutina y mensajes a solicitudes de los medios y pistas de los ciudadanos. Normalmente, estaban manuscritos con todo tipo de códigos y abreviaturas empleadas porque se actualizaba a lo largo del día, a veces de hora en hora. Finalmente, cuando se llenaba una página, se escribía a máquina en un formulario llamado 51, que sería completo y legible si el caso llegaba alguna vez a los tribunales y los abogados, jueces y miembros del jurado necesitaban revisar los archivos de la investigación. Las páginas manuscritas originales se tiraban.
– ¿Qué pasa? -preguntó Bosch.
– Estoy mirando la última línea de la página catorce. La entrada es del 29 de septiembre de 1993 a las 18:40. Debía de ser la hora de salir. Las iniciales de la entrada son JE.
Bosch sintió que la bilis le subía a la garganta. Fuera cual fuese el objetivo de Olivas, le estaba sacando todo el jugo.
– Obviamente -dijo con impaciencia- se trata de mi compañero de entonces, Jerry Edgar. ¿Qué dice la entrada, Olivas?