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Intentamos evitar que aparezcan modelos en portada, porque la misión de la revista, tal como la creé, es mejorar la imagen de las hispanas, inspirarlas y motivarlas a ser mejores. Todas hemos estado expuestas al discurso de que lo más importante es ser atractiva o dócil. Es hora de cambiar eso, y por lo bien que ha ido la revista, puede decirse que las hispanas están preparadas.

Paso por la entrada, cubierta de plantas, con los sillones tapizados en terciopelo rosa. Admiro el árbol de Navidad, decorado con bolas rojas y doradas y luces rosas. Miro el mármol curvado de la recepción, el ventanal con vista a los rascacielos del centro de la ciudad. Cuando los decoradores trajeron los bocetos de la entrada dudé. Quería algo más clásico, algo Victoriano con toques de campiña francesa, como mi apartamento, pero insistieron, diciéndome que la gente esperaría algo joven y femenino, pero también un ambiente contundente e interesante. Tenían razón. Me alegro de haber confiado en ellos. Sara me convenció. Yo no tenía tanto colorido en mente.

– Muy latina -me dijo Sara cuando le enseñé los planos-. Y muy bostoniana a la vez.

Renee se pone derecha cuando paso y me sonríe. La taza de café ha desaparecido. Buena chica.

Me preocupo de saber el nombre de todas las personas en la empresa, hasta el de los conserjes. Miro a la gente a los ojos, doy la mano con convicción, y me dirijo a ellos por su nombre de pila. Trato a las personas con respeto, no importa su puesto, porque nunca sabes cuándo te los volverás a encontrar.

Cuando entro en la sala de reuniones, me complace ver a mis ocho editores sentados alrededor de la gran mesa negra charlando tranquilamente. Siete mujeres, un hombre. Las mujeres visten trajes de chaqueta modernos, y llevan un pelo actual, cortado con estilo. El hombre, Erik Flores, es amanerado, como diría Usnavys, y bien podría ser una mujer. A veces me pregunto si no comprará su ropa en boutiques de mujeres. Hoy lleva una chaqueta color salmón ajustada en la cintura y un jersey de cuello alto verde lima. Es alto y guapo, un editor de belleza fantástica, completamente fuera del alcance de las chicas.

– Buenos días -les digo.

– Buenos días -contestan.

Algunos empiezan a mover los papeles que tienen delante.

– ¿Qué tal el fin de semana? -pregunto, sentándome en la cabecera de la mesa.

– Todavía ausente -dice Tracy, nuestra editora de arte, famosa juerguista, llevándose los dedos a las sienes con un dramático gemido.

Todos nos reímos.

– Toma un poco más de café -digo con una mueca.

– Más y me revienta una vena, chica -dice, apuntándome con su taza con el logo de Ella. Está teñida de marrón de tanto usarla-. Ya es la tercera.

– Eso te va a matar -le dice Yvette, mi editora gráfica.

Estoy de acuerdo, pero me callo y sonrío.

Hemos tenido pocos cambios de personal, para ser una revista. Quiero que la gente asocie cosas positivas con la revista, y conmigo, desde la florista, hasta el último colaborador, desde el suscriptor de siempre a la mujer que nos lee por primera vez en la consulta del médico.

Lucy, mi editora especializada en famosos, se levanta de su sitio y se coloca a mi lado. Parece como si hubiera estado llorando, tiene los ojos hinchados y rojos, aunque trate de disimularlo. Sus cejas, normalmente impecables, son un desastre. Baja la cabeza como si quisiera esconderlas. No es raro que mis empleados vengan a mi despacho a contarme sus problemas personales, y yo les escucho. Sé, por el capítulo de la semana pasada, que el novio de Lucy la dejó por una mujer mucho mayor. Lucy tiene veintiséis años, la mujer que encontró su hombre cincuenta y cuatro. No puedo ni imaginar su dolor. Dentro de un tiempo, no tan pronto, me gustaría encargarle un artículo sobre latinas maduras con hombres jóvenes. Esperaré hasta que se le pase. Aunque no creo que sea correcto que mis empleados me hablen de sus madres locas, novios abusivos, o cosas así, creo que es menos correcto castigar a una persona que sufre. Los que tienen buenos modales, dijo una vez George Bush padre, a veces prefieren no demostrarlo para que quienes carecen de ellos de verdad no se sientan mal en su presencia. Así es que yo escucho.

– ¿Estás bien, cariño? -le pregunto con delicadeza a Lucy. Le pongo una mano en el hombro y se lo aprieto suavemente. Me considera una buena amiga. Me sonríe asintiendo con la cabeza-. Me alegro -digo, y entonces me siento.

Aunque aún estamos a principios de diciembre, estamos buscando una última historia para cerrar el número dedicado a San Valentín. Me gustan todas las ideas que han propuesto mis editores hoy, menos una. La nueva editora de moda (su predecesora se marchó para pasar más tiempo con su recién nacido) ha propuesto un gran despliegue sobre lencería sexy, con las mejores modelos latinas de la agencia Ford posando en una playa de Miami. Ha pasado la mayor parte de su carrera trabajando para la versión española de Cosmopolitan, una revista de lenguaje vulgar, ideas lascivas y fotos que rozan la pornografía.

– Una idea interesante, Carmen -digo inclinándome hacia delante.

Tengo las uñas de un largo clásico y femenino; cuadradas y pintadas de rosa pálido, casi blanco. El anillo de boda es la única joya que llevo hoy. Nunca cruces las manos en una reunión de negocios, sobre todo si estás a punto de rechazar las ideas de alguien; quieres parecer receptivo, y el idioma corporal cuenta tanto en la percepción ajena como las palabras. Sonrío y noto que Carmen se ha recostado en su asiento, con los brazos cruzados, como protegiéndose. No quiero que tenga miedo. Sólo quiero que piense más como una redactora de Ella, y así se lo digo. Prosigo:

– Desde luego, el día de San Valentín es un día en que las mujeres quieren verse sexys. Pero debemos tener en cuenta que algunas de nuestras lectoras son adolescentes. No quiero transmitirles un mensaje erróneo, ¿de acuerdo?

– Oh, por favor -dice Tracy, poniendo en blanco sus ojos inyectados en sangre-. Las chicas de hoy tienen sus primeras relaciones en quinto, Rebecca. Les viene el periodo con nueve años. No vamos a corromper a nadie. ¿Has oído la radio últimamente?

Sonrío. Tracy es a quien más respeto, porque tiene las agallas de decir lo que piensa. En esta organización necesito personas así, porque sé que no siempre tengo las mejores ideas.

– Probablemente -le digo a Tracy, pensando en Shanequa, que me dijo que tenía relaciones desde hacía cuatro años-. Pero no quiero ser parte del problema.

– Bien -dice Tracy-. Respeto eso. Pero sabes con lo que competimos. Sería absurdo ir de mojigata en este mercado. Sobre todo en San Valentín.

La mirada de Carmen se ilumina con admiración y asombro.

Tracy tiene razón, claro.

– De acuerdo -digo-. ¿Por qué no lo intentamos con algo menos sexual, que celebre el amor en general, pero que, sin embargo, resulte sexy? ¿De acuerdo?

Tracy se encoge de hombros, Carmen asiente.

– ¿Alguien tiene alguna otra sugerencia? -pregunto.

– Hombres desnudos -dice Tracy inexpresiva-. Hombres en tanga.

– Oooh -replica Erik, con una nueva muestra de amaneramiento-. Eso me gusta.

Todos nos reímos.

– ¿Alguna sugerencia seria? -pregunto.

– Podríamos hacer algo sexy, pero no explícito -sugiere Carmen con voz temblorosa-. Hacer saber a la gente que no tienen que quitárselo todo para llamar la atención en San Valentín.

– Eso está bien -digo apuntando con mi pluma en su dirección-. Me gusta.

– Nooo -bromea Tracy-. Quítenselo todo. Consigamos que los hombres se lo quiten todo, por una vez.

– ¿Qué tal -digo ignorando ahora a Tracy- si lo hacemos entero en rojo y rosa? Carmen, ¿por qué no hablas con los mejores diseñadores hispanos de Nueva York, L. A. y Miami, y les pides diseños basados en el rojo y el rosa para diferentes citas de San Valentín, desde una pareja que lleva treinta años casada, hasta una pareja de secundaria? Y si quieres puedes usar las modelos Ford para algunas fotos. Pero me gustaría ver también a personas normales. Atractivas, pero reales. Tal vez contactando agencias de actores encuentres gente más mayor, y mayor variedad.

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