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– No, no lo harás -dice Roberto apuntando con el dedo a mi cara-. No quiero que vuelvas a hablar con ella, ¿has entendido?

Vilma sale del cuarto suspirando en alto.

– ¿Por qué?

Me lanza esa mirada, la misma que cuando cree que me estoy tirando al vendedor de entradas de la ópera o al viejo abogado sentado a mi lado en «la Fiesta» (léase: Navidad) de la empresa de Roberto.

– Oh, por favor -digo-. ¿Qué te pasa? ¿Crees que quiero montármelo con mi mejor amiga? ¿Estás loco?

– No soy yo el que tiene un problema -dice-. Ya lo sabes. Eres tú quien lo tiene. Las mujeres normales, las mujeres decentes no tienen esos problemas, y sabes de qué te estoy hablando. Tu clítoris y todo eso.

– No me lo puedo creer. ¿Piensas que voy a liarme con Elizabeth? ¿Es eso lo que estás intentando decirme?

– Tú lo has dicho. No yo.

– Sólo porque la hayas deseado durante años, no me acuses de lo mismo. Estás mal de la cabeza. Enfermo y retorcido.

– ¿A quién, a ella? Es negra, Sara. No me gustan las negras.

– Vamos. Admítelo. He visto cómo la miras. ¿Crees que estoy ciega?

– ¿De qué estás hablando? No la miro. Nunca miro a nadie más que a ti.

Se ríe.

– Lo que tú digas, Roberto.

– No quiero que hables con ella. Y no quiero verla por aquí. Se acabaron los almuerzos los domingos. ¿Entendido?

– Para decirlo claro, Roberto, puede que ni sea lesbiana, y lo sabes. Probablemente sea hetero. Pero si lo fuera ¿qué más da? ¿Importa?

– Te gustaría averiguarlo, ¿verdad? Sí, apostaría a que sí.

– ¿Qué?

Se acerca, me agarra por el cuello y me agita ligeramente.

– Sin llamadas. Sin visitas. Sin… clítoris.

– ¿De qué demonios estás hablando?

– Ya lo sabes.

Me aprieta hasta hacerme daño.

Me zafo de sus manos.

– Sólo quieres pelea -digo-. Tranquilízate. Ahora mismo no me siento con ganas de pelear.

– No es eso. Piensa en ello, nunca tiene novio, ¿verdad? La he visto mirarte en muchas ocasiones. Apostaría a que ya lo sabías, ¿no? Las mejores amigas de la universidad, ¿eh? ¿Qué otras cosas hacíais?

– Oh, cállate.

– Hablo en serio. La he visto mirarte como lo haría un hombre. Te lo dije una vez, ¿recuerdas? Apostaría a que te gustó.

– Dios, Roberto. Cállate. Estás desvariando.

– Lo sabías.

– No, no lo sabía. No quiero oír nada más.

– Eh, eh. No me hables así -dice, con el pecho erguido y su voz reverberando contra el azulejo del suelo-. Te lo advierto: no quiero que vuelvas a salir con ella. Es una pervertida. No quiero volver a verla en esta casa. Y más vale que no me entere de que ya lo sabías, ¿entiendes? No quiero descubrir que estoy casado con una pervertida.

– Es Elizabeth, Roberto. Mi dama de honor. Mi mejor amiga. Nuestros hijos la quieren como a una tía. ¿Por qué te preocupa tanto con quién se acueste? Dios mío.

– Mis hijos no quieren a ninguna lesbiana.

– ¡Pero si ni siquiera sabes si esta basura es verdad!

Da un golpecito en la esfera del reloj.

– Tengo que irme a trabajar. No quiero llegar a casa y descubrir que has hablado por teléfono con ella. Sin llamadas. ¿Entendido?

Recojo el periódico y miro la fotografía de nuevo. No parece retocada. Y se ve su camioneta al fondo.

– No -digo, recostando la cabeza sobre la mesa. Intento controlar el impulso de vomitar-. No lo entiendo. No entiendo nada en absoluto.

Hoy el gimnasio estaba abarrotado y la semana pasada no había nadie. En mi clase de spinning debe de haber treinta personas nuevas, todas con el mismo propósito de año nuevo: adelgazar. La entrenadora nos recordó que la mayoría de los recién llegados desaparecerá en dos semanas, o a fin de mes a más tardar. Dijo que cada año pasa lo mismo. ¡Es tan triste! No quiero ser una de las que se rinden, y no quiero que vosotras os rindáis. Así que hoy he llamado a mi amiga Amber, la persona más persistente que conozco. Lleva esperando un contrato disco-gráfico desde hace casi diez años, y todavía no ha perdido la esperanza. ¿Su consejo?: «Cree en ti misma, especialmente cuando nadie más lo hace».

De «Mi vida», de LAUREN FERNÁNDEZ

Capítulo 5. AMBER

Gato quiere que baje al foso. ¡Este tío está loco! La última vez terminé con una costilla hecha puré y cubierta del vómito de una chávala con subidón de éxtasis. Estoy perfectamente bien aquí, sentada al borde de la pista, mirando.

Querían que tocáramos aquí en Nochevieja, y accedimos al principio pero después nos hicieron una oferta mejor en Hollywood y mandamos este club a la mierda. Fue mejor, creo, porque el asunto de Hollywood nos proporcionó una buena crítica en el L. A. Weekly, con una foto mía gritándole al micro. Vamos a compensar a este club por el incumplimiento tocando los próximos tres fines de semana, hasta fin de mes y el verdadero año nuevo. Nochevieja. Menuda gracia. Gato y yo éramos reticentes a celebrar esa fiesta porque sólo es Nochevieja en el calendario gringo. Llamé a mis amigas de Boston en Nochevieja. Siguen compartiendo lo que llaman la «Primera Noche», que es pasear a pleno frío y mirar esculturas de hielo de payasos en el Boston Common. Me las encontré en el Government Center, en esa escalinata exterior estalinista, mirando al cielo sobre el puerto, esperando a que empezaran los fuegos artificiales. Les recordé que estaban celebrando un año nuevo falso, les dije que el año nuevo prehispánico no se celebra en «las Américas» hasta febrero. Casi podía oír cómo volvían sus ojos hasta ponerlos en blanco, todas menos Elizabeth, que escucha, y Lauren, que siempre está tan enfadada por todo como para no reparar en mí. Rebecca no quiso ni hablarme, por supuesto. Así que le pedí a Usnavys que le diera la lista de nombres en los que debería pensar. Son tantos los extinguidos. Zapotecas, mixtecas, otomíes, tarascanos, olmecas. Un continente entero desapareció, salvo por los pocos que quedamos, y ahora todo el mundo intenta llamarnos latinos de forma que la sangrienta historia de este hemisferio desaparezca por las buenas y parezcamos extranjeros aunque seamos los únicos con derecho a reivindicar estas tierras. ¿Qué está pasando?

Estoy zumbada. El club tiene paredes negras y luces rojas. Es uno de los mejores clubes de rock en español de Long Beach, que es la ciudad más importante del movimiento internacional del rock en español, aunque no se lo crean. Las revistas más importantes están aquí, los mejores críticos también.

El grupo de Gato, Nieve Negra, acaba de terminar, y el DJ está pinchando algo de Manu Chao mientras bailan todos los rostros morenos que hace un minuto miraban cómo mi Gato giraba como un calendario maya. ¿Sabían que los mayas crearon un sistema perfecto para medir el tiempo, y que es aún más exacto que el que los pinches gringos nos obligan a usar? Así es. Y mi gente inventó el cero. Los mexicas sobresalieron en artes y ciencias antes de que los europeos arrastraran por el pelo a sus mujeres en las cuevas. ¿Qué padre, no? Pienso en ello un momento mientras miro a la gente bailar, y decido escribir una canción sobre el tema. Saco el cuaderno. Mira, tengo una teoría / Debe de haber una gran conspiración / No me parece bien / Que un mexica decore un árbol de Navidad / Por qué añadirle un día a febrero / Cuando los mayas midieron el tiempo perfectamente / ¡Eh, Blanquito! prefieres equivocarte aparecer oscuro / Es el genocidio de un año bisiesto / Genocidio de un año bisiesto.

Hago el firme propósito de terminar la canción para la actuación que tendremos aquí a finales de febrero. Será el debut perfecto.

– Voy -dice Gato-. Bajo al foso.

Sus ojos castaño oscuro brillan con intensidad. Se quita la goma de la melena y se inclina, el pelo derramándose en sus piernas. Sacude la cabeza, se echa el pelo hacia atrás y salta. Es un príncipe indio, oscuro, poderoso y orgulloso. Está listo para comerse el mundo. Es la bomba. Su parte ha sido increíble. Esta noche ha actuado con diapositivas y yo manejé el proyector desde atrás. Fue perfecto. Usamos las fotografías que sacamos el verano pasado en Chiapas, retratos en blanco y negro de gente implicada en la lucha, las bellas caras de nuestros mexicas. También las fotos que Gato sacó a los porteros de la huelga en Los Ángeles y las mezclamos para que la gente entendiera lo que queríamos demostrar. Los Ángeles no es América. Es mexica. Hermanos y hermanas, ha llegado el momento de librar la Xochiyaoyotl contra los opresores, de una vez por todas. Llevábamos aquí cientos de miles de años antes de que llegaran los europeos. Los españoles nos son tan ajenos genéticamente como los ingleses. Los jóvenes en la audiencia rugieron, tía. Les gustaba. Lo entendían. Cada vez que se miran al espejo lo entienden.

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