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Le recuerdo que no los coma.

– Ya lo sé -dice.

Le pregunto si hoy tiene diálisis y me dice que sí.

– No te olvides de las inyecciones -le recuerdo.

La parte baja del abdomen de mi madre está repleta de cardenales por las inyecciones de insulina. Pellizca varias veces al día una parte nueva de piel y entierra la aguja en su carne sin inmutarse. Al final del día, una diminuta gota roja de sangre que señala el punto de entrada se habrá convertido en una rabiosa flor color púrpura. Nunca se queja. Nunca.

– No me olvidaré, mi'ja -dice.

El semáforo se pone verde. Le digo que la quiero, que voy conduciendo y que tengo que colgar. Colgamos.

Subo otra vez el volumen y empiezo a moverme un poco. El tráfico va ligero, así que nadie va a fijarse en mí. Quiero un hombre que me haga sentir lo que una canción de Toni Braxton. Pensé que ese hombre era Brad. Me equivoqué. Han pasado años desde que sentí el cosquilleo de la lujuria. Sé que no debo, pero lo echo de menos. Su ausencia hace que me sienta vieja. Interrumpo el pensamiento, me persigno y pido a los santos de las estampitas que llevo en la guantera que me perdonen. Creo que lo harán. Me aproximo a un semáforo en naranja y acelero. Subo la música aún más y apenas entro en el cruce cuando se pone rojo.

Suena el teléfono. Apago el equipo y contesto sin ver el número en la pantalla, pensando que será mamá de nuevo.

– ¿Hola?

– Becca, soy Usnavys.

– Hola, encanto. ¿Cómo estás?

– Bien. Oye, ¿tienes un segundo?

– Claro.

– ¿Estarías interesada en participar en un acto que estamos organizando contra el tabaquismo con el Departamento de Salud Pública?

Giro para esquivar un Buick que me ha cortado el paso. Casi le pito. El viejo que está dentro me saca el dedo corazón como si fuera yo la que se ha puesto en medio.

– Claro, creo. Mira, Navi, ahora no puedo hablar. Estoy conduciendo. ¿Te puedo llamar más tarde?

– Ah, lo siento. Llámame después. Hablamos. Quiero preguntarte otras cosas también, cosas de hombres.

– Perfecto. Adiós, cariño.

– Adiós.

Cosas de hombres. Es tan fácil para ella hablar de cosas de hombres. Observo a personas como Usnavys, Sara y Lauren, cómo se expresan, cómo levantan la voz, maldicen, lloran y golpean la mesa para enfatizar. Yo no puedo hacer eso. Creo que muchas de las cosas que me cuentan mis amigas sobre su vida personal podrían ahorrárselas. No quiero saber nada de sus abortos ni de sus trastornos alimenticios. Sus problemas me agobian. Por eso no les he contado lo que está pasando con Brad. No quiero agobiarlas. Por eso tampoco me he enfrentado a Brad. No sé cómo hacerlo, y no estoy segura de querer aprender. Doy gracias a Dios por tener el trabajo.

8.30 h: He cronometrado cuánto tardo en llegar a las oficinas de Ella en la zona de grandes almacenes de South Boston pasando por el puente del centro de la ciudad, y, dependiendo del tráfico, tardo entre media hora y una hora. Hoy he venido rápido, incluso con nieve. Toni ha tenido algo que ver. Me encanta ese disco. Fue un regalo de Amber, lo creas o no. Nos regaló discos compactos a todas en la última reunión, escogidos, dijo, para equilibrar nuestros karmas. Me aconsejó que buscara un restaurante ayurvedico para mejorar el equilibrio, y explicó que este tipo de restaurantes sirve la comida que el cocinero cree que necesitan los comensales, siempre vegetariana. Tomé nota para escribir sobre ello en un futuro número de la revista. Parece interesante. Amber y yo tenemos más en común de lo que puede parecer a primera vista, especialmente en los hábitos de alimentación y el ejercicio.

Admiro el reluciente color plata de los edificios del centro de la ciudad contra el cielo gris oscuro. Boston es maravillosa, una ciudad llena de aire fresco, de colores pardos y grises, con edificios de ladrillo rojo como contrapunto, y flores y verdor en vera-no. En otoño, las nubes surcan veloces el cielo, como finas láminas. No como en casa, allí las nubes son tan grandes y están tan lejos que ni siquiera puedes imaginar tocarlas. Todo es posible en Boston. Pertenezco a este sitio.

Giro en la calle L hacia la calle donde está la nave reformada que es ahora la sede de la revista. Shawn, el encargado del aparcamiento, me saluda con la mano y sonríe cuando paso delante de la cabina para entrar en el subterráneo. Aparco el Cherokee en un sitio reservado cerca del ascensor, salgo, compruebo que he cerrado y subo.

8.45 h: Sorprendo a la recepcionista, que está hablando por teléfono con un tono de voz demasiado amistoso para ser una conversación profesional.

– Buenos días, señorita Baca -sonríe y cuelga en mitad de una frase intentando esconder la taza de café que se está tomando.

Tenemos una norma que prohibe comer o beber en recepción.

– Buenos días, Renee -contesto.

Hago la vista gorda con el café. Parece cansada. Está yendo a la universidad, y probablemente estuvo estudiando hasta tarde. Pero mañana la observaré. Si sigue transgrediendo las reglas, le advertiré por escrito. Una debe ser sensible y compasiva, y sobre todo amable, pero hay que poner ciertos límites y marcar la frontera de lo profesional. Las mujeres directivas andamos en la cuerda floja. Cuando eres autoritaria, te llaman «puta». Cuando eres exigente, te llaman «puta». Cuanto mejor hagas tu trabajo, más te insultarán.

Cierro la puerta de mi oficina y respiro profundamente el aroma de lavanda. Una vez leí que Nelly Galán, la ejecutiva de televisión, tiene aparatos de aromaterapia en su oficina, y que rocía el ambiente con olores de éxito cada hora. Así que compré uno de esos aparatos, sólo por si hubiera algo cierto en su teoría. Al menos, mi rincón de la oficina huele a limpio. Además de lavanda, esta mezcla tiene manzanilla romana y aceite de almendras dulces. Mi oficina tiene mucha luz y está decorada con un estilo minimalista y moderno que cada vez me gusta más. Mi mesa es de cristal y mi ordenador elegante y negro, con un monitor grande y plano. Las plantas dan algo de calidez. Y los cuadros. Tengo fotos enmarcadas de Brad, mis amigos y mi familia en una estantería, detrás de mi silla, a la vista de la gente. Entro en el sistema con la contraseña que uso en todos los aparatos relacionados con el trabajo: éxitos4u. Que significa «éxitos para ti».

Empleo el resto del tiempo en revisar mis e-mails y demás correspondencia, y en comprobar que Dayonara esté archivando correctamente. Aprendí a obligarme a comprobar las cosas dos veces cuando mi primer ayudante creó tal caos en los archivos, que tuve que contratar a una empresa auditora para deshacer el lío. Tratas de ayudar a alguien, brindas la ocasión de meter la cabeza, y es asombroso comprobar cómo hay quien ni siquiera se da cuenta de la oportunidad que tiene delante. Dayonara, sin embargo, está haciendo un gran trabajo. Comprobamos minuciosamente sus referencias. Todo está siempre a tiempo y en su sitio. Desde que empezó, no he perdido ni una llamada, ni un recado, ni una cita.

Las oficinas de Ella han crecido rápidamente y ahora ocupan más de la mitad de la tercera planta de la nave. Estamos en conversaciones para hacernos con todo el espacio a comienzos del año entrante. Camino hacia la sala de reuniones recreándome en las decoraciones festivas que engalanan paredes y puertas, y mi corazón se llena de orgullo. En los noventa, aunque parezca increíble, me enviaron a la universidad a encontrar marido. Aprendí mucho, sobre todo lo que puede hacer una mujer en el mundo actual. Mi padre nunca me ha comentado lo que piensa sobre mi empresa, pero mi madre sí.

– Has dado un nuevo valor a mi vida -me dijo en voz baja la última vez que la vi-. Estoy orgullosa de ti.

Se le llenaron los ojos de lágrimas, y se los secó rápidamente en cuanto papá entró a la habitación.

Yo he levantado todo esto, pienso, mirando las elegantes paredes de ladrillo rojo, cubiertas con enormes fotos enmarcadas de las veinticuatro portadas publicadas de Ella y reparo encantada en que la gente de la floristería ha venido por fin a entregar el árbol de Navidad para la entrada principal. Nuestras portadas se han ilustrado con el mejor talento latino, desde Sofía Vergara hasta Sandra Cisneros y, una vez al año, el mejor talento latino masculino del número especial. Este año conseguimos a Enrique Iglesias -el hombre de mis sueños-, que posó con su madre. Fui a la sesión fotográfica en Nueva York hace un par de meses, y, ahora que lo pienso, sentí lujuria. Fue la última vez. Si me hubiera invitado a ir a su casa, lo habría hecho. ¿Quién no?

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