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– Todavía no. -Sonrió-. Primero quiero forjarme una carrera.

– Hum. No esperes demasiado, ¿eh?

– ¿Consejo de hermana?

Mia soltó un bufido.

– En absoluto. Ya lo hice lo bastante mal con la primera.

– Te refieres a Kelsey.

Algo en la mirada de Olivia provocó en Mia un escalofrío.

– Sabes algo de ella.

– Sé que está en la cárcel por robo a mano armada. -Había un atisbo de crítica en su voz.

Mia apretó los dientes.

– Está pagando su deuda.

– Está bien.

Pero no, no estaba bien. Esa noche nada estaba bien.

– En cambio tú -continuó Olivia- eres una poli condecorada y estuviste prometida a un macizo jugador de hockey.

Mia parpadeó.

– ¿Has estado siguiendo mi vida?

– Solo últimamente. De hecho, no he sabido de tu existencia hasta hace poco.

– Pero dijiste que me habías odiado toda tu vida.

– Y es cierto. Pero no tuve un nombre o una cara que ponerte hasta que él murió.

– ¿Qué te contó tu madre?

– Durante años, nada. No hablábamos de mi padre y yo me imaginaba que estaba ahí y que algún día vendría a buscarme. A los ocho años mamá me contó la verdad, o casi toda la verdad.

Había dolor en su voz. Mia se preguntó de qué modo le había sido desvelada la verdad.

– ¿Y cuál es?

– Mi madre tenía diecinueve años cuando yo nací. Conoció a mi padre en el bar de aquí de Chicago donde servía mesas. Me dijo que era un buen hombre, un policía. Empezaron a hablar y una cosa llevó a la otra. Mi madre creía que estaba enamorada. Entonces descubrió que estaba embarazada y cuando se lo contó, él le dijo que estaba casado. Ella lo había ignorado todo ese tiempo.

– Le creo -dijo Mia con voz queda, y advirtió que los hombros de Olivia se hundían-. Pero tú no la creíste.

– Quería creerla. No quería creer que mi madre era capaz de jugar con un hombre casado. Pero, conscientemente o no, el caso es que lo hizo. Él le dijo que dejaría a su esposa y se casaría con ella.

– Pero no lo hizo.

– No. Mi madre me contó que después de que yo naciera, él fue a verla y le dijo que no podía abandonar a su esposa e hijas, que lo lamentaba.

«Bobby lamentaba que ella hubiera nacido Olivia y no Oliver», pensó Mia, pero asintió con la cabeza.

– Fue entonces cuando tu madre te llevó a Minnesota.

– Poco después. Había terminado mal con sus padres. Querían que me diera en adopción pero mi madre no lo hizo. Pasó un tiempo antes de recuperar la relación con mis abuelos, pero poco a poco las cosas fueron mejorando. Cuando venía a Chicago de vacaciones, me fijaba en todos los policías que veía, preguntándome si alguno de ellos era él.

– ¿No sabías su nombre?

– No, hasta que murió. Mamá se negaba a decírmelo y nadie más parecía saberlo.

– ¿Tu madre vive aún?

El dolor se reflejó en los ojos azules de Olivia.

– No, murió el año pasado. Pensaba que la identidad de mi padre había muerto con ella, pero mi madre se la había desvelado a su hermana. Tía Didi me llamó el día que la esquela de mi padre apareció en el periódico. Fui directamente del aeropuerto al cementerio.

Suspiró.

– Fue entonces cuando te vi, al lado de tu madre, con tu uniforme. Te entregó la bandera de tu padre y entonces me viste. Ignorabas que yo existiera.

– Sí. Fue… todo un impacto.

Olivia bajó la mirada.

– Me lo imagino. La primera vez que vi tu nombre fue en la esquela. No mencionaba a Kelsey.

– Porque así lo solicité. En la esquela oficial del departamento aparecía su nombre, pero les pedí que lo retiraran. No quería que nadie nos relacionara.

– Es comprensible. No puede ser bueno para tu carrera tener a una hermana en la cárcel.

Mia se puso rígida.

– No es bueno para ella tener una hermana policía. No juzgues a Kelsey, Olivia. No la juzgues hasta que la conozcas. -«No la juzgues hasta que lo sepas todo».

– Está bien. Cuando te vi, me quedé de piedra. Guardamos cierto… parecido.

– Me di cuenta -dijo secamente Mia-. ¿Por qué no te acercaste a hablar conmigo?

– Al principio estaba tan desconcertada que no sabía qué hacer. Tú eras la persona a la que había odiado toda mi vida. Tú eras la persona que tenía un padre, un hogar, una familia. Mi madre y yo no teníamos nada, no teníamos a nadie. Y ahí estabas, vestida de poli, mirándome. Tan parecida a mí. Luego fui a casa de tía Didi, me metí en internet y averigüé todo lo que pude sobre ti. -Se levantó y comprobó la pizza-. Te has olvidado de encender el horno. -Pulsó el botón con gesto impaciente.

– No soy la clase de persona a la que le gusta la cocina.

Olivia se volvió. Tenía la mirada grave.

– ¿Qué clase de persona eres?

– Tú hiciste las indagaciones. Dímelo tú.

Olivia se detuvo a reflexionar.

– Esta semana te he investigado a fondo. En primer lugar, eres policía.

– Por encima de todo -concluyó Mia, con la voz tan grave como la mirada de Olivia.

– Pero eres compasiva. Y entregada. Los periodistas te odian, lo que significa que debes de estar haciendo algo bien. -Mia soltó una risita y los labios de Olivia se curvaron-. Tienes algunos amigos íntimos y eres profundamente leal. Has tenido algunos novios y un prometido. Que estaba como un tren, por cierto.

– Gracias.

– Acabas de iniciar una relación con el teniente Solliday y no quieres que nadie se entere, aunque me temo que casi todo el mundo lo sabe.

Mia arrugó la frente.

– ¿Qué quieres decir?

– Es imposible no verlo. Parece que lleves sobre la cabeza un gran letrero luminoso que dice: «Me gusta, no os acerquéis, es mío». Oh, por fin he tocado una fibra sensible. Te has puesto roja. Él también está como un tren, por cierto.

Mia puso los ojos en blanco.

– Gracias.

Olivia recuperó la seriedad.

– De nada. -Se volvió hacia la nevera, la abrió, miró dentro y cerró-. Estoy impresionada, resentida y celosa al mismo tiempo. -Se dio la vuelta y miró a Mia directamente a los ojos-. ¿Soy lo bastante sincera para tu gusto, hermana mayor?

Mia asintió.

– Ajá. Pero no estoy segura de que vaya a gustarte que yo también lo sea.

Olivia respiró hondo.

– Adelante.

– Tu padre no es el hombre que imaginas.

Olivia pestañeó.

– Nadie es perfecto.

– No, pero Bobby Mitchell rozaba el extremo de la imperfección. Bebía demasiado y les pegaba a sus hijas.

Olivia entrecerró los ojos.

– No es cierto.

– Sí lo es. ¿Sabes qué he pensado cuando te he visto esta noche? Que estaba impresionada, resentida y celosa, todo al mismo tiempo. Puede que no hayas tenido nada, pero nada es preferible a lo que tuvimos que soportar en casa.

– ¿Cómo puede nada ser preferible a algo? -preguntó amargamente Olivia.

– Cicatrizo con rapidez, lo cual es bueno, porque Bobby tenía unos puños fuertes y los utilizaba a menudo. Conmigo no tanto. Sobre todo con Kelsey. Puntos y huesos rotos y mentiras a los médicos de toda la ciudad. -Olivia la miraba horrorizada-. Te estoy contando la verdad.

– Es…

– ¿Horrible? ¿Increíble? ¿Inconcebible?

– Sí. Él no pudo…

– ¿Ser tan terrible? ¿Crees que miento?

– No quería decir eso -respondió Olivia-. Kelsey era una niña muy rebelde. A lo mejor…

Mia se levantó de un salto.

– ¿A lo mejor se lo merecía?

Olivia levantó el mentón.

– Está en la cárcel, Mia. Se declaró culpable.

– Cierto. Se escapó de casa a los dieciséis años y se mezcló con mala gente. No era una santa, pero no era como ellos.

– Pero lo hizo. Oye, eres su hermana, entiendo que sientas compasión por ella.

Mia notó un nudo en la garganta y los ojos le escocieron.

– No tienes ni idea de lo que siento.

– Llevas suficiente tiempo ejerciendo de poli para saber que la gente elige. Kelsey eligió escaparse de casa. Y el hecho de que su padre le pegara no justifica que le apuntara con una pistola al empleado de aquella tienda mientras su novio mataba a dos personas. Un padre y su hijo murieron y Kelsey es responsable. No puedes justificar algo así.

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