– Sabes lo que es un laboratorio -comentó la detective.
– Muchos inspectores del cuerpo de bomberos estudian química.
– ¿Tú también?
– Más o menos. -Solliday cotejaba los frascos con el inventario que había encontrado en una carpeta de pinza colgada de la puerta-. Mi padre era ingeniero químico y supongo que, como yo tenía algo que demostrar, también me especialicé en ese campo.
Quedaba claro que el teniente hablaba de su padre adoptivo.
– Di por sentado que fuiste bombero antes de entrar en la OFI.
Reed se agachó para mirar qué había en el estante inferior.
– Lo fui. Ser bombero es lo que siempre quise en la vida y solicité el ingreso en la academia al día siguiente de dejar el ejército.
«Vaya, su paso por el ejército explica la obsesión por los zapatos brillantes», pensó Mia.
– ¿Y qué pasó?
– Mi padre insistió en que estudiase mientras era joven y no tenía una familia de la que ocuparme. Me dediqué exclusivamente a estudiar con el dinero ganado como militar hasta que me aceptaron en la academia y de forma parcial hasta que me gradué. Tardé unos cuantos años, pero mereció la pena. -Reed levantó la cabeza-. ¿Y tú?
– Estudié aplicación de las leyes gracias a una beca como jugadora de fútbol. ¿Qué buscas?
– Existen dos formas de obtener nitrato amónico. Una es en frasco. -Cogió un recipiente-. Este conserva el precinto original y según el inventario solo hay uno.
– ¿Cuándo lo entregaron?
– En agosto de hace tres años. -Bizqueó para leer la etiqueta-. Me sorprende que una escuela como esta disponga de un inventario tan completo.
– Lo dejó el profesor anterior -intervino el docente de ciencias-. Desde que llegué no he tenido que comprar nada.
Mia se volvió y reparó en que, desde una distancia de un metro, el profesor los observaba.
– ¿Cuánto hace que da clases en este centro?
– Aproximadamente un año. Soy el señor Celebrese.
– Soy la detective Mitchell y este es mi compañero, el teniente Solliday.
– Teniente, encontrará el ácido nítrico en aquel armario. Aquí tiene la llave.
Mia se la pasó a Solliday, que abrió el armario.
– Deduzco que la segunda manera de obtener nitrato amónico consiste en emplear ácido nítrico -comentó la detective.
– Exactamente. -Reed examinó el interior del armario y volvió a echarle el cerrojo-. Tiene el precinto intacto.
– No usamos la mayoría de las sustancias químicas más potentes -explicó Celebrese.
– ¿Tiene miedo de que los chicos se salpiquen con ácido? -quiso saber Mia.
Celebrese tensó las facciones.
– ¿Ha encontrado lo que busca?
Solliday salió del depósito con las gafas de protección puestas.
– Todavía no.
El teniente no hizo caso de la mueca de contrariedad de Celebrese y caminó hasta la pared donde había un reservado con el frontal de cristal.
– Parece un expositor de ensaladas con un extractor hiperactivo -bromeó Mitchell y Reed rio.
– Es una cabina. Como está ventilada, en el interior se manipulan sustancias volátiles. -Sacó el detector que había usado para medir la presencia de hidrocarburos en casa de Penny Hill, abrió unos centímetros la ventanilla de cristal de la cabina e introdujo el aparato. El detector comenzó a silbar en el acto y Solliday sonrió. Esbozó una sonrisa sombría y nerviosa que dio a entender que acababa de encontrar lo que buscaba-. Premio gordo. Celebrese, ¿cuándo utilizó la cabina por última vez?
– No… nunca la he utilizado. Ya he dicho que no empleo sustancias químicas potentes.
Solliday cerró la ventanilla.
– Detective, ¿puedes pedir al sargento Unger que venga lo antes posible? Sin duda querrá tomar muestras.
La sonrisa de Mitchell estaba cargada de admiración y respeto.
– Teniente, será un placer.
Los ojos oscuros de Reed llamearon tras las gafas de protección.
– Muchas gracias.
Capítulo 12
Miércoles, 29 de noviembre, 17:00 horas
Reed salió de la sala de interrogatorios y vio que Spinnelli, Westphalen y Patrick Hurst, el fiscal del estado, lo esperaban al otro lado del cristal.
– Me habéis llamado -dijo Solliday.
Manny estaba hundido en la silla y con los brazos cruzados sobre el pecho ante la mesa de la sala de interrogatorios. Mia se encontraba a su lado y lo apremiaba, intentaba amedrentarlo para que diese detalles y albergaba la esperanza de que Manny corrigiese los errores que ella misma había cometido. De momento solo había obtenido una expresión de aburrimiento.
– ¿Es él? -preguntó Spinnelli.
Reed asintió.
– Es Manuel Rodríguez, de quince años.
– ¿Quién es la mujer? -preguntó Patrick y aludió a la mujer de aspecto frágil que estaba al otro lado de Manny y se mostraba alternativamente enfadada e incómoda.
– Es la defensora nombrada por el tribunal. Nos sorprende que todavía no haya interrumpido el interrogatorio.
– Lo que resulta ventajoso -afirmó Patrick-. ¿Cuál es la historia del chico?
– Manny lleva seis meses en el Centro de la Esperanza. Con anterioridad quemó la casa de su familia adoptiva. Utilizó gasolina y una cerilla, nada del otro mundo. Su madre adoptiva resultó gravemente quemada. Al parecer, el chico siente remordimientos por haberle hecho daño, pero no por haber provocado el incendio.
– ¿Anoche registraron su habitación y encontraron cerillas? -quiso saber Hurst.
– Sí. Al principio solo reconocieron que habían encontrado las cerillas pero, una vez que dimos con los huevos, confesaron que habían hallado su escondite de material de lectura: artículos sobre cómo provocar un incendio. Todos hacían referencia a catalizadores líquidos, como la mezcla adecuada de gasolina y aceite. No mencionan el huevo de plástico en tanto contenedor ni el nitrato amónico.
– ¿También encontraron pornografía? -preguntó Westphalen con tono ecuánime y sin quitar ojo de encima al menor.
– Sí, pero no es sorprendente. Es habitual en el caso de incendiarios. -Como Hurst enarcó las cejas, Reed se explicó-: Muchos pirómanos provocan incendios y a continuación… a continuación se gratifican.
– Ya lo entiendo -replicó Hurst secamente-. ¿Es el responsable?
– No me lo pareció la primera vez que hablé con Manny en el centro. -Inquieto, Reed se encogió de hombros-. Sigo pensando que no es culpable. Este chico adora el fuego y podemos afirmar que se babea cuando le muestras fotos de edificios en llamas. Por lo tanto, si provocó el incendio seguramente se habría quedado a ver cómo ardió la vivienda. No lo creo capaz de mostrar la fuerza de voluntad necesaria para largarse. Además, no detecto furia en él. Al parecer, el que Manny hiciese daño a su madre adoptiva fue un accidente.
– Pero nuestro hombre utilizó gasolina con Caitlin Burnette -precisó Spinnelli.
– Echar gasolina sobre alguien no es lo mismo que derramarla en el suelo -replicó Reed-. Manny no presenta historial de violencia directa contra personas, sino contra estructuras.
Spinnelli se volvió hacia Westphalen y preguntó:
– Miles, ¿qué opinas?
– En líneas generales, estoy de acuerdo. Ante todo, teniente, ¿tiene fotos de los cuerpos? En el caso de que sea obra de Manny, me gustaría ver su reacción ante los resultados de sus actos.
– Mia las lleva en el maletín. -El maletín estaba en la silla, junto a la detective-. No quisimos mostrarle fotos del escenario ni de los cuerpos sin la autorización de Patrick.
El fiscal reflexionó unos segundos y finalmente repuso:
– Adelante. Yo también quiero ver cómo reacciona.
Spinnelli golpeó el cristal con los nudillos. Mia se acercó a Manny y lanzó un puñado de disparos orales de despedida. El chico mantuvo la expresión de aburrimiento y no modificó su actitud de indiferencia.
– Hasta ahora el asesino ha dirigido su furia contra las mujeres -reconoció Reed-. Queríamos ver si Mia lograba provocarlo e intimidarlo.