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– El doctor Bixby la autorizó e incluso la alentó. Quería observar la reacción de los alumnos. Propuse otro libro, pero Julian aseguró que sería útil para la terapia de Manny. -Brooke hizo un esfuerzo por dominarse-. Me pregunto si he impulsado a Manny a provocar incendios y si la lectura que elegí le metió la idea en la cabeza. Luego hubo otro incendio y murió la segunda mujer. ¿Y si han muerto por mi causa?

Solliday suspiró y precisó:

– Señorita Adler, por mucho que Manny sea el causante, usted no es responsable.

– Lo creeré cuando averigüen quién lo ha hecho. ¿Puedo irme?

– Por supuesto -repuso Mia, más dispuesta a ser afable-, pero no abandone la ciudad.

La sonrisa de Adler fue tenue y triste.

– No sé por qué pensé que pronunciaría exactamente esas palabras.

Brooke cerró la puerta con decisión y Mia y Solliday quedaron sentados uno al lado del otro. Reed miró el techo y las paredes y repentinamente se acercó a la oreja de Mia y murmuró:

– Esta búsqueda podría resultar inútil y convertirse en una pérdida de tiempo.

Un estremecimiento inesperado e intenso recorrió la espalda de Mia cuando notó el calor del aliento de Solliday y su aroma la embriagó. Su cuerpo se tensó involuntariamente cuando el recuerdo de Reed tumbado sobre ella descartó todo pensamiento lógico. Mitchell se obligó a concentrarse y se estiró para susurrarle al oído:

– Tal vez, pero estamos aquí y esto es lo único que tenemos, además de cajas y más cajas de expedientes. Policías, trabajadoras sociales, menores cabreados… Tengo la sensación de que esta gente oculta algo.

Se convenció de que era intuición policial más que deberse a que aún le ardía la mejilla en la zona donde la barba de Solliday la había rozado.

Se abrió la puerta y Bixby hizo acto de presencia.

– Enseguida traerán a Manny. Dado que es menor, lo acompañaré durante el interrogatorio. ¿Necesitan algo más?

Solliday se puso en pie.

– Nos gustaría examinar personalmente la habitación del joven.

Bixby asintió con cierta rigidez y repuso:

– Como quieran.

A Mia se le escapó la sonrisa.

– Doctor Bixby, cabe… cabe destacar su cooperación. Retenga a Manny mientras registramos su cuarto En cuanto terminemos volveremos y hablaremos con él.

Miércoles, 29 de noviembre, 14:45 horas

Reed ahogó un suspiro cuando Bixby se llevó a Manny Rodríguez. El registro de su cuarto no había dado el menor resultado y el joven se había cerrado como una ostra.

– Si es culpable no piensa decir una sola palabra. De todas maneras, no creo que lo hiciera. Me parece que perdimos el tiempo persiguiendo a una profesora de literatura con un exacerbado sentimiento de culpa.

– A veces se gana y a veces se pierde -contestó Mia y encogió los hombros dentro de la espantosa chaqueta, un poco mas estropeada tras el tropiezo de la víspera con la acera-. Volvamos a los expedientes.

Reed mantuvo abierta la puerta y siguió a su compañera hasta el mostrador de la entrada, donde una Marcy de expresión severa se dispuso a consignar su salida Solliday se acercó a las vitrinas y se detuvo cuando algo brillante llamo su atención. Retrocedió varios pasos, clavó la mirada y se le aceleró el pulso.

– Mia, fíjate.

La detective contempló las piezas artísticas realizadas por los estudiantes.

– Ese cuadro es interesante -comentó y recorrió la fila expuesta a la altura de sus ojos.

La pintura era oscura y revelaba la falta de cordura.

– Sube la mirada -aconsejó Reed y Mitchell le hizo caso-. Más arriba -insistió.

Mia parpadeó.

– Vaya, vaya. -Se puso de puntillas para ver mejor la interpretación que un artista en ciernes había realizado de un huevo de Fabergé y que habían colocado en el estante superior. Brillaba gracias a las rebuscadas cuentas y cristales que formaban dibujos geométricos-. Es muy bonito. Ojalá pudiera acercarme y verlo mejor.

– ¿Quieres que te aúpe? -inquirió el teniente.

Mia lo fulminó con la mirada, pero lo cierto es que la pregunta le hizo gracia.

– ¡Listillo! -exclamó-. Hizo falta una señora gallina para poner ese huevo.

– Diría que la gallina contó con ayuda. -Reed se agachó y se pegó a la oreja de Mia-. El tamaño coincide.

– El color también -murmuró Mitchell-. Diría que necesitamos una orden judicial. Me ocuparé de conseguirla.

La sonrisa del detective fue muy ufana.

– Avisaré al doctor Bixby de que nos quedamos un rato más.

Mia se alejó al tiempo que abría el móvil.

– ¡Maldita sea, siempre te toca lo más divertido!

Miércoles, 29 de noviembre, 15:15 horas

Mientras paseaba la mirada a su alrededor, Mia pensó que el profesor de arte tenía la misma planta que Reed Solliday. Sus músculos se marcaban bajo la camiseta manchada de pintura, su calva brillaba como ónix lustrado y tenía los dedos más grandes que salchichas, mejor dicho, que las salchichas más caras Respondía al nombre de Atticus Lucas y no se alegro de verlos.

– ¿Que alumno realizó el huevo? -pregunto Solliday.

– No estoy obligado a…

– Calma, calma, calma -lo interrumpió Mia-. Lamento decirle que está obligado a responder. Explíqueselo, señor Secrest.

– Conteste -masculló Secrest.

Lucas se mostró ligeramente incómodo.

– No lo realizó un alumno.

– ¿Está diciendo que es un Fabergé de verdad? -inquirió Solliday con sorna.

Lucas lo miró con cara de pocos amigos.

– Teniente, su sarcasmo está de más. Lo hice yo.

Mia se volvió, parpadeó y lo miró.

– ¿Usted?

El profesor de arte se mantuvo firme como un soldado y asintió.

– Sí, fui yo.

Mitchell observó sus dedos gruesos.

– ¿De verdad ha realizado este trabajo tan delicado?

Lucas la miró con expresión de contrariedad.

– De verdad.

– ¿Llevó a cabo todas las obras artísticas de la vitrina? -prosiguió la detective.

– Claro que no. Intenté demostrar a los chicos que el arte adopta diversas formas. Quería que creyeran que lo había hecho otro alumno, de modo que…

– De modo que no lo considerasen gay -concluyó Mia y suspiró.

– Algo parecido -reconoció Lucas con expresión tensa.

– Bien, ahora que su arte ha salido del armario, ¿dónde están los demás huevos?

– En el armario del material. -El profesor de arte se acercó a un armario metálico y abrió las puertas. Sacó una caja, le quitó la tapa y quedó boquiabierto-. ¡Estaban aquí! Han desaparecido.

Solliday echó un vistazo a Mia antes de decir:

– Necesitamos las huellas que hay en la caja y en el armario.

– Avisaré a Jack, pero antes, señor Lucas, quiero que me diga cuándo tocó la caja por última vez.

– Realicé el huevo en agosto y desde entonces no he vuelto a abrirla. ¿Por qué lo pregunta?

– ¿Cuántos huevos había? -lo presionó Mia.

Lucas estaba perplejo.

– Solo son huevos de plástico. No tiene demasiada importancia.

– Limítese a responder a la pregunta -puntualizó Solliday y el profesor de arte lo miró ofendido.

– Supongo que una docena. Ya estaban cuando hace dos años llegué al centro. Nadie los tocó, salvo yo, y solo decoré un huevo.

– Una docena -repitió Solliday-. Nuestro hombre ha usado tres, por lo que aún quedan nueve con los que jugar.

Mia sacó el móvil para llamar a Jack y exclamó:

– ¡Mierda!

Reed hizo señas a Secrest y exigió:

– Lléveme al laboratorio. Quiero saber qué sustancias químicas tienen.

Se alejaban cuando Mitchell levantó la mano y dijo:

– Llevaremos a Manny a comisaría. Solicite un tutor o un abogado.

Secrest mantuvo la mandíbula tensa y asintió.

Miércoles, 29 de noviembre, 15:45 horas

Reed Solliday se introdujo de lado en el pequeño depósito de sustancias químicas porque de frente no cabía por la anchura de sus hombros. A cualquier otro hombre las gafas de protección le habrían dado un aspecto estrafalario, pero al teniente no lo afearon lo más mínimo. Mia se centró porque no era momento de pensar en esas cuestiones.

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