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Capítulo 14

Jueves, 30 de noviembre, 3:10 horas

– ¿Qué coño estás haciendo? -Sorprendida, Brooke levantó la vista del ordenador. Su compañera de piso estaba de pie en el zaguán con el iPod en la mano-. Son las tres de la mañana -añadió Roxanne.

– No sé qué hacer -murmuró Brooke.

Roxanne suspiró.

– Esta noche ya no puedes hacer nada más, Brooke. Vete a dormir.

– Lo he intentado, pero no puedo. Solo puedo pensar en facturas, préstamos y deudas. No puedo dormir.

La compasión endulzó la expresión de Roxanne.

– Todo irá bien. Encontrarás otro trabajo.

– No lo creo. Llevo buscando toda la noche. No hay nada abierto por aquí.

– Encontrarás algo. Ahora vete a la cama, Brooke. Te pondrás enferma de preocupación y entonces sí que no podrás encontrar un trabajo.

– Tienes razón. Sé que tienes razón pero, sin una recomendación de Bixby, será casi imposible encontrar a alguien que ni siquiera me tome en consideración.

– Sigo creyendo que deberías demandar al bastardo, no importa lo que el abogado amigo de Devin crea.

Devin había llamado a su amigo abogado de Flannagan, pero el amigo le había dicho que su demanda sería muy difícil de demostrar y tardaría mucho tiempo. Y ella no tenía mucho tiempo, solo tenía cuarenta y dos dólares en el banco.

– Debería, pero eso no me ayudará ahora. Estoy casi arruinada. -Cerró los ojos-. Tal vez tengas que buscarte otra compañera de piso.

– Salvaremos ese obstáculo en su momento. Tengo que irme a la cama. Las nanas de Bach funcionan. Deberías probarlas. -Apretándose los auriculares en los oídos se encaminó hacia su habitación.

«Necesitaría algo más que Bach para relajarme», pensó Brooke. Fue a la cocina y encontró el brandy que guardaba para las ocasiones especiales. No era exquisito, pero sí lo bastante fuerte como para hacerle efecto. Bajó un vaso, se sirvió brandy y se sentó a la mesa de la cocina. Se bebió un segundo vaso y su desesperación era abrumadora.

No tenía dinero. No podía llamar a sus padres. Ellos vivían casi del aire como ella. El odio renació. Bixby era un hijo de puta. «Yo no hice nada malo». Tragó más brandy con amarga resignación. No importaba. En cualquier caso se había quedado sin trabajo.

No estaba segura de cuánto tiempo estuvo allí sentada amargándose dando vueltas a lo mismo cuando lo oyó.

Click. Levantó la cabeza intentando localizar el ruido. Luego se acercó a la puerta de la cocina para mirar la puerta principal. Estaba abierta. Con llave. «Alguien tiene mi llave».

«Llama a la policía». ¿Dónde estaba el teléfono inalámbrico? Llegó dando traspiés hasta la encimera y sacó un cuchillo de carnicero del bloque. «¡Ay, Dios!» Corrió hacia el salón. ¿Dónde estaba el teléfono?

Se quedó boquiabierta cuando el hombre entró por la puerta. Tenía una navaja. Lo reconoció al instante, pero no le dio tiempo ni de pronunciar su nombre antes de que le tapara la boca con la mano y le retorciera la muñeca. El cuchillo de carnicero se le cayó al suelo.

Con los ojos muy abiertos de horror, vio el metal de la larga y fina hoja ante ella moverse hasta apretarle la garganta. «Me va a matar». Se debatió por zafarse pero la navaja se apretó más contra ella. De repente, Brooke dejó de luchar y él soltó un chasquido.

Le quitó la mano de la boca, pero la navaja seguía apretándola y un sollozo reprimido subía por su garganta.

– Ya he rebanado dos pescuezos esta noche -dijo-. Una sola palabra y serás la tercera.

Él tiró de Brooke, llevándola de puntillas hasta su dormitorio. La lanzó sobre la cama, le puso la rodilla en las costillas y le metió una bola de tela en la boca.

Brooke luchó contra él cuando la cogió de la muñeca y la ató al cabezal, luego gritó cuando él le dio un puñetazo en la mandíbula. Pero su grito quedó amortiguado, apenas podía oírse a sí misma. Se inclinó sobre ella sin dejar de sujetarla con la rodilla para atarle la otra muñeca.

– Estropeaste mi trabajo, Brooke -le susurró en la cara. Tenía los ojos desorbitados, como de loco. No podía ser el mismo hombre que ella conocía, pero lo era-. Ahora no me dará tiempo de acabarlo y tú vas a pagar por ello. Te dije que lo dejaras estar, pero tú no me hiciste caso. Ahora me lo harás.

Él se puso de pie y ella pataleó, con la esperanza de que Roxanne oyera el ruido. Se inclinó hacia su mochila y cuando se incorporó, sostenía una llave inglesa en la mano.

«¡No!», gritó Brooke, pero nadie la oyó. Gimió cuando la alcanzó el primer golpe. Con el segundo deseó estar muerta. Con el tercero supo que lo estaba.

Macabramente satisfecho, metió el condón usado en una bolsa de plástico y la cerró con cremallera, tal como había hecho con Penny Hill. Recordó cómo los ojos de Hill se habían vidriado de dolor y los había cerrado a la mitad, robándole el placer de verla sufrir.

Se puso en pie ante Brooke mientras gotas de sudor caían de su rostro. Le dio dos fuertes bofetadas en las mejillas y un quejido amortiguado escapó por su garganta. Bien. Aún estaba consciente. Quería estar seguro de que había sentido todo lo que le había hecho, y que oía todas sus palabras.

– Has arruinado mi trabajo. Nunca conseguiré que se me haga justicia. Así que esta noche tú ocuparás su lugar.

Trabajó rápido, aplicándole el gel en el cuerpo como había hecho con Penny Hill. Le colocó el huevo entre las rodillas y extendió la mecha hasta los pies. No había gas en aquella casa, solo electricidad, así que tendría que transigir.

Ya había decidido colocar el segundo huevo en la entrada principal del apartamento. Solo otro arito para que saltaran por él los bomberos. Pasó una segunda mecha y dejó ese huevo junto a su navaja en la mesilla de noche. Luego sacó el encendedor y lo bajó hasta la cara de Brooke.

– Eres como las demás. Dices que te preocupas, pero traicionas su confianza. Dices que quieres ayudar a esos chicos, pero a la primera oportunidad, se los entregas a la policía. Eres igual de embustera e igual de culpable. Cuando encienda esta mecha, empieza a contar.

Los ojos de Brooke parpadearon, fijándose encima de su hombro. Él se volvió, evitando por una décima de segundo que un violín se estrellara contra su cabeza. En lugar de eso le dio en el hombro, haciéndose astillas. Una mujer estaba allí con los ojos desorbitados y los pechos subiendo y bajando al compás de su respiración agitada. En el puño sostenía el mástil del violín hecho añicos, y lo blandió ante él.

Él cogió la navaja de la mesilla de noche y en un rápido movimiento lo hundió en las tripas de la violinista y se las rajó, con los ojos fijos en los de ella. La cara de la chica se contrajo de dolor y se cayó al suelo encima de su instrumento destrozado. El corazón le latía y la sangre le bullía; se sentía vivo, intocable, invencible. Encendió el mechero, prendió la mecha a los pies de Brooke, luego se inclinó sobre su oído.

– Cuenta hasta diez, Brooke. Y vete al infierno.

Cogió la mochila, la navaja y el otro huevo, y salió corriendo del apartamento, escaleras abajo. Encendió la segunda mecha y colocó el huevo en la esquina del vestíbulo. La alfombra estaba deshilachada, pero ardería deprisa. Luego salió pitando por la puerta principal.

Y casi le dio un ataque al corazón. Dos patrulleros viraban para entrar en el complejo, con las luces centelleantes y las sirenas a todo trapo. «La violinista llamó a la poli. Jodida puta». Se agachó detrás del edificio y corrió hacia el aparcamiento que estaba detrás de la siguiente hilera de apartamentos. Al menos había tenido el buen juicio de reconocer el terreno al llegar. Manteniéndose oculto en las sombras, eligió el coche más fácil de robar. Al cabo de un minuto se marchaba en él.

Casi lo habían atrapado. Luchó por recuperar el aliento y olió la sangre de la violinista. Le había salpicado el abrigo y los guantes. Ella no entraba en el plan, pero… ¡Uau! Era una sensación increíble, arrebatar una vida de aquel modo, mirándola a los ojos mientras le robaba el alma. Se desternilló de risa. La profesora de literatura inglesa se le había pegado.

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