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Llevó al señor Wright a un aparte.

– Soy la detective Mitchell. ¿Conocía a la señora Hill?

El vecino hundió los hombros.

– ¿Está muerta? ¿Penny ha muerto?

– Desgraciadamente, así es. Lo lamento. ¿Puede describir con exactitud lo que vio?

El señor Wright asintió.

– Dormía cuando un chirrido me despertó. Corrí a la ventana y vi el coche de Penny calle abajo. Un segundo después… un segundo más tarde en su casa se produjo una explosión.

– Señor Wright, ¿vio quién iba al volante?

Apenado, el vecino negó con la cabeza.

– Estaba oscuro y sucedió muy rápido… Lo siento, no lo vi.

Mia también lo lamentó.

– ¿La señora Hill solía aparcar el coche en la calzada de acceso a la casa?

– En los últimos tiempos sí. Su hija tuvo que dejar la casa en la que vivía y mudarse a un apartamento, por lo que Penny guardó sus pertenencias en el garaje.

– ¿Conoce a la hija de la señora Hill?

– Hace un mes hablé un par de veces con Margaret. Vivía en Milwaukee, pero ahora no sé dónde está. Penny tiene un hijo en Cincinnati. Se llama Mark.

– ¿Sabe dónde trabaja la señora Hill?

– Es trabajadora social.

Se encendieron las luces de alarma porque los trabajadores sociales solían ser blanco de las venganzas.

– Gracias -concluyó Mia y depositó una tarjeta en la mano helada del señor Wright-. Si se acuerda de algo, haga el favor de llamarme.

Mitchell interrogó a los congregados pero, al parecer, solo el señor Wright había visto algo que mereciese la pena. Se acercó a la parte trasera del camión de bomberos mientras enrollaban la manguera. David Hunter estaba apoyado en el camión, con los ojos cerrados y el rostro tenso.

– David, ¿cómo estás? -musitó la detective.

El bombero en prácticas se volvió cansinamente y la miró.

– ¿Cómo aguantas? -quiso saber el joven.

– Aprenderás a soportarlo. Tiempo al tiempo. La mayoría de los días, no serán como este. Por fortuna, la mayoría de los míos tampoco lo son. -Mia apoyó el hombro sano en el lateral del camión y al observar a David se percató de que era varios centímetros más alto que Solliday, aunque no tan corpulento. El joven estaba recién afeitado, por lo que no tenía ese aspecto demoníaco que al teniente le sentaba tan bien-. ¿Vendiste el taller al ingresar en los bomberos?

– No, contraté a un encargado. Los días que libro voy y reparo motores. Hago lo que necesito hacer. -Levantó una ceja-. ¿Tu Alfa Romeo precisa una puesta a punto?

– No, todavía va bien desde la última. Veo que estás ocupado.

David la miró directamente a los ojos.

– Era lo más aconsejable.

David Hunter había sufrido un ataque agudo de corazón partido. Hacía mucho que estaba colado por Dana, pero la amiga de Mia no llegó a enterarse. Al cabo de un tiempo, Dana se enamoró de un hombre y cuantos la vieron junto a Ethan Buchanan llegaron a la conclusión de que cada uno era perfecto para el otro. Mia se alegró más que nadie por su amiga, pero ver la descarnada mirada de dolor de David siempre le sentó como una patada-. David, nadie lo sabe y, si de mí depende, nadie se enterará.

La sonrisa del muchacho fue irónica.

– Seguro que lo que dices es reconfortante -replicó y se alejó del camión-. Dime, Mia, ¿qué está ocurriendo realmente?

– Todavía no lo sabemos. Oye, ¿has visto otro incendio como este?

– No, pero solo llevo tres meses en el cuerpo. Pregúntale a Mahoney.

– Se lo preguntaré. ¿Qué me dices de las papeleras incendiadas? ¿Cuántas has visto?

– Tengo que pensarlo. Como mínimo, un puñado, si bien en su mayoría son obra de críos pequeños, sobre todo de escuela primaria. -Miró en dirección a la casa-. Este incendio no lo causó un niño.

Mia frunció el ceño.

– Casi todos los pirómanos son menores de veinte años, ¿correcto?

– Así es, aunque creo que será mejor que le pidas esa clase de información a tu amigo Solliday.

«No es mi amigo». Mitchell no esperaba el aguijonazo que la idea le provocó. «Solo es un compañero provisional».

– Se la pediré. Tengo que hablar con Mahoney antes de que os vayáis.

Martes, 28 de noviembre, 01:35 horas

«Esta vez sí que ha ido mucho mejor -pensó y arrojó a un lado una palada de tierra-. Al fin y al cabo, machacando se aprende el oficio».

Tapó rápidamente el agujero que había cavado para enterrar lo que había cogido del escenario. El condón y las bolsas de basura ensangrentadas permanecerían allí hasta que regresara y se deshiciese correctamente de ellos. Tendría que haber parado a tirarlas durante el regreso, pero se había puesto paranoico y no había dejado de mirar por el retrovisor.

Tanta cautela había sido innecesaria. Nadie lo había seguido ni lo había visto. Había abandonado el coche de Penny Hill después de quitarle las matrículas y las placas con el número de bastidor. Alejó el coche de la vía solitaria para que tardasen varios días en encontrarlo. Sabía que no había dejado nada en su interior, pero la precaución nunca era suficiente, ya que bastaría un pelo para condenarlo.

Claro que antes tendrían que pillarlo, cosa que nunca ocurriría.

Había tenido cuidado, había sido habilidoso y se había mostrado implacable.

Sonrió al tiempo que apisonaba la tierra. La mujer había sufrido. Todavía oía los quejidos de Penny Hill. Lamentablemente, habían quedado amortiguados por la mordaza, que había sido un mal necesario. De todos modos, la mordaza no había ocultado la mirada vacía y vidriosa de la mujer cuando acabó con ella. Por añadidura, Penny Hill supo con exactitud a qué se debía, por lo cual la situación resultó más fascinante si cabe.

El individuo se detuvo bruscamente y apretó con fuerza el mango de la pala. «¡Joder!» Se había olvidado el maletín. El maletín de Penny Hill seguía en el asiento trasero del coche. Se obligó a recuperar la calma. No había ningún problema. En cuanto pudiese regresaría y recuperaría el maletín. Había escondido tan bien el coche que hasta entonces nadie lo tocaría.

Contempló el firmamento. Faltaban horas para el amanecer. Dormiría un rato antes de que su día comenzara oficialmente.

Con el alma en un puño, el niño miró por la ventana. El hombre volvía a estar allí. Otra vez enterraba algo. Debía contarlo, debía contarlo, pero estaba demasiado asustado. Se limitó a mirar mientras el hombre concluía la tarea y volvía a tapar su escondite. La imaginación del niño evocó toda clase de imágenes espantosas de lo que el hombre acababa de enterrar. Por otro lado, la realidad de lo que haría si él hablaba le pareció igualmente aterradora. El crío estaba convencido de que era así.

Capítulo 7

Martes, 28 de noviembre, 7:35 horas

Lo primero que Reed pensó al detenerse en la puerta del área de Homicidios con un par de botas de bombero en una mano y en la otra una caja de cartón con dos vasos de café fue que Mitchell parecía cansada. La detective estaba repantigada en su sillón, con las gastadas botas apoyadas en el escritorio y la atención centrada en el grueso expediente que apoyaba en sus muslos.

Mitchell levantó la mirada cuando el teniente dejó caer sobre su escritorio las pesadas botas. Las observó, lo contempló y esbozó una sonrisa.

– Todavía no es Navidad. Solliday, estoy emocionada.

Reed estiró la mano y vio que el agradecimiento sincero iluminaba el rostro de Mia.

– ¡Así se habla! -dijo Solliday. La detective dejó el expediente sobre el escritorio y cogió uno de los vasos de plástico-. Es café de verdad, no tiene nada que ver con el aguachirle que bebéis aquí.

– Puede ser, pero la concentración de cafeína de nuestro aguachirle nos mantiene despiertos durante días. -Mia lo miró con cautela y cogió la crema de leche-. ¿Quieres que te ponga o volvemos a insultarnos?

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