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Capítulo 20

Lido, Illinois, viernes, 1 de diciembre, 14:15 horas

Había olvidado lo mucho que odiaba los maizales. Kilómetros y kilómetros de maizales. Cuando era niño, el maíz se burlaba de él, meciéndose tan suavemente, como si en el mundo todo fuera bien. Ese lugar, esa casa, ese maíz… se habían convertido en la tumba de Shane.

Habían reconstruido la casa empleando los mismos cimientos. La nueva vivienda era luminosa y alegre. En el jardín había un triciclo de niño y dentro una mujer trajinando. Podía verla cuando pasaba por delante de la ventana entregada a sus tareas.

Tareas. Siempre había odiado las tareas de la granja. Odiaba al hombre que lo había llevado a esa casa para contar con otro par de manos con las que alimentar a los cerdos. Odiaba a la mujer que había sabido lo que sucedía bajo su propio techo y no había tratado de ayudar. Odiaba al hermano menor por ser un cobarde. Odiaba al hermano mayor por… Apretó los labios cuando un arrebato de rabia le abrasó la piel. Odiaba al hermano mayor. Odiaba a Penny Hill por ser demasiado estúpida para ver la verdad desde el principio y demasiado perezosa para regresar después e interesarse por su situación.

Penny Hill había pagado por sus pecados. La familia Young estaba a punto de pagar por los suyos. Bajó de su coche nuevo en el momento en que la mujer salía de la casa con un niño pequeño sobre la cadera. Se detuvo en cuanto lo vio, asustada.

Él esbozó su mejor sonrisa.

– Lo siento, señora, no pretendía asustarla. Estoy buscando a un amigo. Vivía aquí y hemos perdido el contacto. Se llama Tyler Young.

Sabía perfectamente dónde estaba Tyler Young. En Indianápolis, vendiendo inmuebles. Pero no sabía dónde estaban los demás Young. La mujer mantuvo la mano en el pomo de la puerta, lista para huir. Una mujer astuta.

– Les compramos la casa a los Young hace cuatro años -dijo-. El marido había muerto y la esposa ya no quería la granja. No sé qué fue de los chicos.

Su rabia aumentó. Otra muerte antes de que pudiera concluir su venganza. Así y todo, mantuvo la calma y adoptó una ligera expresión de decepción.

– Lamento oír eso. Me gustaría hacerle una visita a la señora Young, presentarle mis respetos. ¿Sabe dónde vive?

– Lo último que oí es que tuvieron que ingresarla en una residencia de ancianos de Champaign. Ahora debo irme. -La mujer entró. Podía ver sus dedos en la cortina de la ventana mientras lo observaba.

Regresó al coche. Champaign quedaba a menos de una hora.

Chicago, viernes, 1 de diciembre, 16:20 horas

– Se me van a cerrar los ojos. -A Mia el cansancio y la jaqueca la volvían irascible.

– ¿Qué has averiguado? -le preguntó Solliday, reprimiendo un bostezo.

– De los veintidós chicos que Penny colocó con los Dougherty, tres están muertos, dos en la cárcel y seis con familias de acogida. Del resto, tengo la dirección actual de dos.

Reed se acarició el borde de la perilla con el pulgar.

– ¿Alguna de Detroit?

– Según las partidas de nacimiento no. -Mia se levantó para desperezarse. Al percatarse de que él seguía sus movimientos con la mirada, dejó caer los brazos-. Perdona.

– No hay nada que perdonar -murmuró Reed-. No pares por mí.

Mia no se permitió sonreír. Igualdad de condiciones. Rodeó la mesa y se colocó a su lado. Reed había estado comprobando el registro de llamadas del Beacon Inn.

– ¿Qué has encontrado?

– El hotel recibe a diario un montón de llamadas. Ninguna del Centro de la Esperanza, aunque tampoco lo esperaba. Imagino que si nuestro hombre llamó preguntando por los Dougherty, lo hizo desde un móvil de usar y tirar o desde un teléfono público de la zona. Estos son los números con los que todavía estoy trabajando.

Mia deslizó un dedo por la lista.

– Este pertenece al área que Murphy está rastreando.

Reed tecleó el número en la pantalla de búsqueda inversa.

– Tienes buen ojo, Mia. Es un teléfono público.

Marcó el número del hotel y puso el manos libres.

– Beacon Inn, soy Chester. ¿En qué puedo ayudarle?

– Chester, soy el teniente Solliday, de la OFI. La detective Mitchell y yo queremos preguntarle algo más. Tenemos una llamada telefónica hecha a su recepción el martes a las dieciséis treinta y ocho horas. Pudo hacerla alguien que quería conseguir el número de habitación de los Dougherty.

– Nadie se lo habría dado -repuso-. Va contra las normas.

– Chester, soy la detective Mitchell. ¿Podría averiguar quién atendió la llamada?

– Si es del martes por la tarde tuvo que atenderla Tania Sladerman. Pero no puede hablar con ella. Hoy no se ha presentado al trabajo… -La voz de Chester se apagó-. Dios mío, hoy no se ha presentado al trabajo.

Solliday aguzó la mirada.

– Denos su dirección, deprisa.

Viernes, 1 de diciembre, 17:35 horas

– Porras, Reed. -Mia estaba en el dormitorio de Tania Sladerman, mirando fijamente el cadáver de la mujer mientras los técnicos forenses la subían a la camilla y cerraban la bolsa-. Con esta son diez.

La subdirectora del Beacon Inn había sido violada y atada de pies y manos. Tenía las piernas rotas. Un tajo en la garganta.

– Espero que sea eso lo que nuestro hombre estaba contando, Mia, porque eso significaría que ha terminado. Aunque lo dudo mucho.

– Lleva aquí desde el miércoles por la mañana. ¿Cómo es posible que nadie la haya echado de menos? -La voz de Mia tembló de emoción. Se aclaró la garganta-. ¿Que nadie comprobara si estaba bien?

Reed quiso pasarle un brazo por los hombros, pero no podía.

– Deja que te lleve a casa.

Mia enderezó la espalda.

– Estoy bien. Regresaré a la comisaría con la CSU. Vete tú a casa, Reed. Tienes una hija que está deseando ver tu bonita cara.

Reed frunció el entrecejo.

– No lo creo. Ayer tuvimos una discusión bastante fuerte.

– ¿Sobre qué?

– Sobre una fiesta este fin de semana en casa de Jenny Q. No me gustó su actitud, así que le dije que no podía ir.

– Amor de padre. Anda, vete a casa y pasa un rato con tu hija. Te llamaré si surge algo. -Reed titubeó y Mia le propinó un pequeño empujón-. Hablo en serio. Vete. Me hará sentirme mejor saber que tú y Beth estáis intentando arreglar las cosas. Necesita a su padre.

Mia echó a andar hacia la puerta y él supo que lo estaba despidiendo. Todavía no quería irse.

– ¿Y Olivia y tú? -preguntó con voz queda.

– Hemos estado intercambiando mensajes de voz. Creo que trataremos de vernos esta noche. Te llamaré de todos modos. Lo prometo. -Mia se inclinó ligeramente, tambaleándose sobre los dos pies, y él no deseó otra cosa que abrazarla y consolarla. Y que ella lo consolara a él.

Bajó la voz.

– He encontrado mi llave del otro lado. -Los ojos de ella brillaron por el recuerdo. Satisfecho de haberla tentado lo suficiente para mantener su promesa, añadió en su tono de voz normal-: Muy bien. Hasta mañana entonces.

Viernes, 1 de diciembre, 18:20 horas

Aidan ya se había ido cuando Mia regresó, pero Murphy seguía allí, tecleando su informe con dos dedos.

– Reed tenía razón -dijo-, hay tres tiendas de animales en la zona. Dos de ellas tienen consulta veterinaria, ya sea dentro o cerca. Petsville ha sido mi última parada, y adivina qué faltaba en su armario de existencias.

– La d-turbonosequé. El veneno de la selva amazónica -dijo Mia, y Murphy sonrió.

– Bingo. Después de amenazarlos con una citación, me han facilitado una lista de empleados y ahora mismo acabo de trazar el mapa de sus direcciones. Esta gente vive en un radio de dos kilómetros del lugar donde encontramos el coche que nuestro hombre abandonó tras matar a Brooke y Roxanne. Habría podido llegar andando a cualquiera de ellas.

– Catorce hogares. Creo que podré hacerme cinco o seis esta tarde.

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