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Al otro lado de la mesa, Mia suspiró.

– No sabemos dónde está, pero nos estamos acercando al móvil. Tiene que ver con la agresión sufrida por Thad. Tenemos a Thad Lewin y a Regis Hunt en cuartos separados. Hablaremos con ellos cuando hayamos terminado aquí.

– He encontrado el catalizador sólido en las cerillas que Secrest descubrió en la zapatilla de Manny -dijo Reed-. Si Manny hubiera encendido una, habría sufrido graves quemaduras.

– Secrest ha examinado las cintas de seguridad del aula de White del martes, el día que registraron el cuarto de Manny -dijo Mia-. Ha visto a White deteniéndose junto al pupitre de Manny. Puede que fuera entonces cuando arrojó las cerillas en sus zapatillas deportivas y puede que no. Lo que sí ha visto en el vídeo es a White arrojando el cuchillo en la mochila abierta de Jeff.

– ¿Han buscado en el cuarto del tercer chico, Regis Hunt? -preguntó Aidan.

– Secrest ha encontrado otro cuchillo en la habitación de Hunt -dijo Mia.

– Recubierto de d-tubocurarina -añadió Sam-. Los dos cuchillos lo estaban. Y también he encontrado d-tubocurarina en la orina de la víctima.

Reed arrugó el entrecejo.

– ¿Tubocurarina? ¿Está seguro?

– Yo mismo he analizado la orina -dijo Sam-. Nunca había visto una víctima de curare y sentía curiosidad. Mi primera impresión es que la víctima murió de una insuficiencia respiratoria.

Mia abrió los ojos como platos y de sus labios salió una risa incrédula.

– ¿Curare? ¿El veneno que ponen las tribus amazónicas en las flechas? Tiene que estar bromeando.

– No bromeo -dijo Sam-. Hoy día se utiliza en cirugía. Puede encontrarse en hospitales y clínicas veterinarias. Su hombre solo habría tenido que robar una ampolla y hervirla en un recipiente de cristal en el fogón. -Se levantó-. Gracias por la comida. He de volver al trabajo.

– Aidan -dijo Spinnelli cuando Sam se hubo marchado-. ¿Tienes algo de Atlantic City?

– Sí. El Silver Casino ha encontrado al auténtico Devin White en sus cintas. Era un jugador inepto hasta que su suerte cambió de repente. No tanto como para echarlo, pero sí para vigilarlo. Los guardias de seguridad lo recordaban porque al final de su estancia se reunió con un conocido jugador de blackjack que había sido expulsado del casino.

– El chico de las mates -murmuró Mia.

– Exacto. Se hacía llamar Dean Anderson, pero descubrieron que el verdadero Anderson había muerto dos años antes. Los guardias de seguridad del casino dijeron que nuestro hombre tenía un don. Podía calcular probabilidades en su cabeza como un ordenador. Pero la gente del casino no era la única que lo recordaba. Hace un año que la policía lo tiene en su lista de sospechosos.

– ¿Vas a decirme por qué? -preguntó Spinnelli.

– Por violación -respondió sucintamente Aidan-. Durante seis meses, hasta el pasado junio, se produjo una sucesión de violaciones. Estaban vigilando a Anderson porque creían que era el autor. En junio las violaciones cesaron de golpe y Anderson desapareció.

– Conoció al verdadero Devin White, lo ayudó a ganar y se ganó su confianza. -Mia meneó la cabeza-. Luego le quitó la vida y… le usurpó la identidad.

– Eso explicaría por qué falsificó las huellas digitales para el centro de menores. Sabía que la policía lo buscaba y no quería dejar pistas -dijo Murphy pensativamente.

– Eso mismo he pensado yo. Y -añadió Aidan- casi todas las mujeres violadas tenían las piernas rotas para que no pudieran echar a correr o propinar patadas. Cuando demos con él, Nueva Jersey quiere un bocado.

– Tendrán que ponerse a la cola -farfulló Mia.

– Primero hemos de atraparlo -dijo Spinnelli-, y todavía no sabemos cómo se llama realmente ese cabrón. ¿Murphy?

– Hemos cubierto más o menos la mitad de la zona y nadie lo ha visto.

Una ocurrencia asomó por la oscura nube que inundaba la mente de Reed.

– ¿Habéis preguntado en las tiendas de animales?

– No -dijo Murphy-. ¿Por qué?

– Porque al tipo le gustan los animales y ha tenido acceso a un botiquín quirúrgico. Algunas tiendas de animales tienen ahora consulta veterinaria. Yo acabo de llevar al cachorro de mi hija para una de sus vacunas. Son centros integrados. Merece la pena intentarlo.

– De acuerdo -convino Murphy-. Iré cuando hayamos terminado aquí.

Spinnelli se levantó y se alisó el uniforme.

– Debo acudir a esa conferencia de prensa. Hemos recibido unas trescientas llamadas por la foto difundida en los informativos. Stacy ha descartado a los chiflados más obvios y Aidan ha eliminado a otros tantos. Te he dejado la lista sobre la mesa, Mia.

Mia se volvió hacia Westphalen, que no había abierto la boca.

– ¿Qué piensas, Miles?

– Pienso que aquí hay patrones y un profundo conocimiento de la naturaleza humana.

– Vale. Empieza por los patrones.

– Los números. Nuestro hombre dice «cuenta hasta diez» y realiza mentalmente cálculos estadísticos que le ayudan en el juego. Ha sido muy meticuloso en todo lo que ha hecho. Y pensad en esto. Usurpó la identidad de Devin White, pero no tenía necesidad de suplantarlo en su trabajo. Le gustan las matemáticas. Le gustan los números.

– Dirigía la quiniela de fútbol en el Centro de la Esperanza. -Mia contempló las estadísticas que habían extraído del ordenador de su aula y frunció el entrecejo-. Perdía a menudo.

Reed rodeó la mesa para mirar por encima de su hombro.

– Solo cuando los Lions perdían. Elegía a los Lions incluso cuando sus cálculos le decían que perderían.

Mia lo miró con una media sonrisa.

– ¿Lealtad al equipo local?

Reed asintió con la cabeza.

– Nuestro muchacho tiene lazos con Detroit.

– Enviemos su foto al Departamento de Policía de Detroit. Puede que alguien lo reconozca.

– Enviadla también a Servicios Sociales -les aconsejó Miles-. Apuesto a que ha estado metido en líos con anterioridad. Y sabe cómo funciona la mente de esos chicos. Fijaos en las trampas que les tendió a Manny y Jeff. Los tentó con cosas que sabía que no podrían rechazar. -Agitó una mano antes de que Reed pudiera hablar-. Que elegirían no rechazar -se corrigió.

– Gracias -dijo secamente Reed-. Pero tienes razón. Sabía cómo tentarlos. Y aunque Manny no encendiera las cerillas, lo pillaron con material prohibido. Y nuestro hombre sabía que lo primero que Jeff haría sería probar la hoja de la navaja para ver si era de verdad. Y aunque no lo hubiera hecho, lo habrían pillado y enviado a una cárcel de verdad. Tienes razón. Sabe lo que hace.

– Gracias -dijo Miles con igual sequedad-. Otra cosa. Su empeño con los Dougherty. Se le escurrieron dos veces y regresó a por ellos una tercera vez.

– Tenía que terminar el trabajo -apostilló Mia-. O ellos son superimportantes o él es supercompulsivo.

– Estaba pensando que un poco de lo primero y mucho de lo segundo -dijo Miles-. Puede que su personalidad compulsiva nos resulte útil.

– Pero, como ha dicho Spinnelli, primero tenemos que encontrarlo -suspiró Mia.

Murphy golpeteó la mesa con su omnipresente zanahoria.

– Mia, habías dicho que a mediodía tendrías la lista de los chicos que Penny Hill colocó con los Dougherty.

– Tienes razón. Ya debería tenerla. Los llamaré. Aidan, ¿puedes seguir ayudándonos con las trescientas llamadas telefónicas?

– Claro.

Mia se levantó.

– Entonces, en marcha.

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