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– Fue sodomizado. Tenía un desgarro rectal, aunque él lo negó.

– Y usted cree que fue Jeff -dijo Reed con calma.

La enfermera asintió.

– Pero Thad se negó a hablar. Todos los chicos tenían miedo de Jeff.

– Por eso se alegra de que haya muerto -dijo Mia, y la enfermera endureció la mirada.

– No me alegro de que haya muerto. -Se encogió de hombros-. Pero era un chico cruel y agresivo. A todos nos horrorizaba lo que pudiera hacer cuando saliera libre dentro de un mes. Ahora ya no tenemos de qué preocuparnos. -Se volvió bruscamente hacia Secrest-. Thad tuvo una visita la noche de Acción de Gracias. Devin White. Thad le telefoneó.

– Tu detonante -murmuró Reed.

– Sí -murmuró Mia a su vez. Se aclaró la garganta-. Me gustaría llevarme a Thad y a Regis Hunt para tener una charla. Avisen a sus abogados y díganles que se reúnan con nosotros. -Miró a su alrededor-. ¿Dónde está Bixby? Me extraña no verlo aquí.

Secrest parecía nuevamente incómodo.

– Todavía no ha llegado.

Mia puso los ojos en blanco.

– Genial. Le enviaré una unidad a casa y una orden de búsqueda para el coche.

Viernes, 1 de diciembre, 10:10 horas

El director del Beacon Inn era un hombre irritable.

– Perdone -dijo Mia.

– Lo siento, señora, pero tendrá que esperar su turno -replicó sin levantar la vista.

El cliente frente al mostrador sonrió con suficiencia.

– La cola termina allí -dijo el hombre.

– ¿Quieres que le enseñe modales? -murmuró Reed detrás de ella, y Mia soltó una risita, tratando de no hacer caso del escalofrío que le subía como una bala por la espalda. Por eso no se liaba con otros polis y por eso iba contra el reglamento. Aunque se tratara de algo temporal. Era demasiado difícil concentrarse. Se había mantenido fría y serena cuando él le había preguntado por «nosotros», pero a costa de un esfuerzo demoledor. Centró toda su atención en el director del hotel, que había cometido el desafortunado error de dejarla de lado.

– No, déjamelo a mí. -Golpeó su placa contra el mostrador-. Tómese un respiro, amigo.

Cuando el director levantó la vista, su mirada era asesina.

– ¿Qué ocurre ahora?

Mia frunció el entrecejo.

– ¿Cómo que qué ocurre ahora? Usted espere ahí -le dijo al cliente, que había dejado a un lado su petulancia-. Soy la detective Mitchell de Homicidios, y este es mi compañero, el teniente Solliday, de la OFI. ¿Qué quiere decir con «qué ocurre ahora»?

– ¿De Homicidios? Lo que me temía. -El director levantó la vista con resignación-. Lo siento. Tengo a la mitad del personal con gripe y mi ayudante no se ha presentado hoy a trabajar. Soy Chester Preble. ¿En qué puedo ayudarles?

– En primer lugar, cuénteme qué ha sucedido aquí -dijo Mia, suavizando el tono.

– Unos agentes uniformados han llegado esta mañana para comprobar la denuncia de la desaparición de una persona. Niki Markov. Se registró aquí el miércoles y su marido telefoneó el jueves. Dijo que su esposa no le contestaba al móvil. Le comenté que a lo mejor había salido. -Se encogió nerviosamente de hombros-. Hay gente que viene aquí para descansar del cónyuge, ya me entiende. Procuramos ser discretos.

– Pero el marido ha denunciado su desaparición -dijo Mia con otro escalofrío en la espalda-. Y la mujer no ha vuelto.

– No debía dejar la habitación hasta hoy. Todavía tiene la ropa en el armario.

– ¿En qué habitación está? -preguntó Mia.

– En la ciento veintinueve. Los acompañaré si me dan un minuto para atender a los clientes que han de tomar un avión.

– Señor -dijo secamente Mia-, estamos investigando un homicidio. Sus clientes tendrán que esperar.

– Entonces… ¿han encontrado su cuerpo? -preguntó el hombre, palideciendo ligeramente.

– No. Estamos investigando otro homicidio. Un matrimonio que dejó el hotel el miércoles fue asesinado anoche. Joe y Donna Dougherty. ¿Le importaría mirar qué habitación ocupaban?

El director pulsó algunas teclas y el poco color que le quedaba en la cara desapareció por completo.

– La ciento veintinueve.

– Ostras -murmuró Solliday.

Mia se toqueteó el pelo. Empezaba a dolerle la cabeza.

– Sí.

Viernes, 1 de diciembre, 10:50 horas

– ¿Habéis llamado? -preguntó Jack, entrando en la habitación 129 con su equipo de la CSU, todos con el mono puesto.

– Han denunciado la desaparición de Niki Markov. Esta es la habitación que Joe y Donna Dougherty ocuparon hasta el miércoles -respondió Mia.

– Crees que nuestro hombre vino pensando que seguían aquí y encontró a Markov -dijo Jack.

– Todavía tiene la ropa en el armario -dijo Solliday-, pero las maletas no están. Lo que hay amontonado en la cama son los artículos que vende.

Jack hizo una mueca mientras caía en la cuenta de lo que Mia y Solliday ya habían supuesto.

– Dios mío. -Se volvió rápidamente hacia su equipo-. Inspeccionad la habitación -dijo-. Yo inspeccionaré el cuarto de baño. -Con rapidez y destreza, extrajo el sifón de la bañera-. Buscaremos cabellos y… otras cosas. -Acto seguido, cubrió las baldosas de la ducha con Luminol. Transcurrida media hora, apagó la luz.

Toda la superficie brilló. Los tres se quedaron unos instantes mirándola.

– Es un montón de sangre -dijo finalmente Jack-. Teniendo en cuenta que las maletas no están, creo que sería lógico pensar…

– Que la ha descuartizado -terminó Mia con gravedad-. Santo Dios, estoy perdiendo la cuenta. -Se llevó los dedos a las sienes-. Caitlin, Penny, Thompson, Brooke y Roxanne…

– Joe y Donna -añadió Solliday con voz queda-, Jeff y ahora Niki Markov. Nueve en total.

Mia lo miró.

– ¿Cuenta hasta diez? -preguntó, y él se encogió de hombros.

– Puede, aunque no tenía nada en contra de esta mujer.

– Fue un accidente -murmuró Mia-. Como Caitlin. El lugar equivocado en el momento equivocado.

– Veré qué puedo encontrar -dijo Jack-. En todo este desorden tiene que haberse dejado algo.

– Y yo buscaré información sobre sus familiares más cercanos. He conseguido el teléfono de los de Donna por medio de su jefe cuando veníamos hacia aquí. -Mia suspiró, temiendo esa tarea más que ninguna otra-. Luego les notificaré las muertes al marido de Markov y a la madre de Donna Dougherty.

– Te acompañaré -dijo Reed-. No tienes que hacerlo sola, Mia.

Cansada, Mia asintió, sorprendiéndolo.

– De acuerdo. Llámanos cuando tengas algo, Jack. Comprobaremos si se llevó el coche de Markov. Puede que encontremos ahí el cuerpo.

Viernes, 1 de diciembre, 11:50 horas

Jenny Q deslizó su bandeja junto a la de Beth y se sentó.

– ¿Qué piensas hacer?

– No lo sé. Lo único que sé es que no pienso perdérmelo, Jenny. Es más terco que una mula.

Jenny suspiró.

– Yo que había convencido a mi hermana para que nos cubriera. Y mi dinero me costó.

Beth apretó la mandíbula.

– Me… me iré, así de sencillo -dijo, y Jenny rio.

– No, no lo harás. No vas a salir de casa mientras él sale detrás pegando gritos.

– No -convino Beth-. Encontraré otra manera.

Viernes, 1 de diciembre, 13:30 horas

– Estaba esperando la detención de un sospechoso -dijo Spinnelli con calma-, no otros dos cadáveres.

Habían vuelto a reunirse. Mia estaba sentada entre Murphy y Aidan y a Reed se le había sumado Miles Westphalen. Sam estaba sentado en la otra punta de la mesa y Jack seguía en el Beacon Inn, examinando el escenario del crimen de Markov. Reed seguía deprimido tras haberles comunicado a dos familias que sus seres queridos no volverían a casa.

Como investigador de incendios, raras veces tenía que vérselas con la muerte. La mayor pérdida de vidas a la que había tenido que enfrentarse en su trayectoria profesional había sido la del incendio de apartamentos del año anterior. No entendía cómo Mia era capaz de tratar con las familias un día tras otro, todos esos años que llevaba en Homicidios.

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