Solliday sonrió, mejor dicho, esbozó una mueca feroz que le indicó a Mia que el teniente también tenía el instinto a flor de piel.
– Es posible que todavía esté en la cadena. Propongo que la llamemos.
Mia negó con la cabeza.
– Son casi las once. Nadie contestará al teléfono.
La expresión de Reed cambió cuando reconoció:
– Tengo su número del trabajo, el del móvil y el de su casa.
Un pellizco de contrariedad llevó a Mia a fruncir el entrecejo.
– Habías dicho que no le caías bien.
– Tenía entendido que el año pasado te volvió loco -afirmó Lauren con la lengua más suelta y Reed la fulminó con la mirada. Su hermana se limitó a sonreír-. Empaquetaré la lasaña para que os la llevéis.
Cuando Lauren abandonó la sala, Reed observó a Mia con expresión furibunda.
– En el incendio de ese apartamento murieron cinco personas. -El sufrimiento sacó chispas de sus ojos oscuros-. Tres eran niños, entre ellos un bebé que dormía en la cuna. A Wheaton no le importó lo más mínimo. Intentó hacerme la pelota para conseguir la exclusiva. No me interesó. Aunque así hubiera sido, no me habría apetecido después de esa actitud. Mia, no soy esa clase de hombre. -Calló bruscamente y no le quitó ojo de encima-. Tengo su tarjeta simplemente porque nunca tiro nada.
Mia llegó a la conclusión de que era uno de esos instantes en los que se veía realmente la profundidad de una persona. A Solliday no le interesaba una mujer cuya única inquietud era el ángulo de la cámara y los minutos que estaba en el aire. No era esa clase de hombre. La contrariedad se esfumó y fue reemplazada por un gran respeto y por el resurgimiento del deseo, más intenso que antes. Pisaba terreno peligroso. Relegó su pensamiento y propuso:
– En ese caso, vayamos a visitarla.
Solliday asintió con firmeza.
– En marcha.
Capítulo 10
Martes, 28 de noviembre, 23:15 horas
Wheaton lo esperó sonriente en la puerta principal de los estudios… hasta que vio a Mitchell. En ese momento apretó los labios y las arrugas demudaron su célebre rostro.
La cara de Wheaton era de una belleza clásica y su cuerpo… bueno, la sangre todavía circulaba por las venas de Reed. Como persona le disgustaba, pero estaba claro que sus hormonas no entendían de ética. Tampoco se habían dado por aludidas cuando el año anterior la reportera se había pegado a él mientras investigaba el incendio del apartamento. Llevaba la blusa desabotonada, por lo que Solliday vio el encaje del sujetador y la curvatura de sus senos. En cuanto la reportera abrió la boca, todo acabó.
– Hemos visto el reportaje sobre el incendio en casa de Penny Hill -dijo el teniente.
La reportera se pavoneó.
– Ha estado bien, ¿no?
– Sí, muy bien. Queremos la cinta. Mejor dicho, todo lo que grabaste allí.
Wheaton estudió la cara de Solliday.
– ¿Qué obtendré a cambio?
– No tendrá que dar noticias desde la celda de una cárcel -terció Mia con tono ácido.
Wheaton entornó los ojos.
– Detective, no respondo a amenazas.
Mia sonrió, pero no fue una mueca agradable.
– Señorita Wheaton, ni siquiera he empezado. Nos interesa, en concreto, el vídeo que filmó el vecino. ¿De quién se trata?
– Sabe perfectamente que no se lo diré. Protejo mis fuentes.
– Señorita Wheaton, se trata de una investigación por homicidio -puntualizó Mia-. Han muerto dos mujeres inocentes. Puede elegir entre cooperar o encontrarse mañana con una orden judicial que prohíba la exhibición del vídeo. Quiero ahora mismo su cinta y también la del vecino.
– Holly, el día ha sido muy largo -reconoció Reed en tono conciliador-. Hace veinticuatro horas que estamos inmersos en el caso. Podemos conseguir una orden judicial, pero a nadie le interesa actuar así.
– A mí sí -masculló Mia.
Holly levantó la barbilla y abrió la boca.
– No nos interesa -replicó Solliday sin darles tiempo a hablar-. Realmente no nos interesa. Holly, intentamos meter entre rejas a un asesino y puedes ayudarnos.
La reportera apretó la mandíbula y la relajó.
– ¿A cambio de qué?
Reed miró a Mia por el rabillo del ojo.
– De una entrevista cuando todo se esclarezca.
La mirada de Wheaton se tornó maliciosa.
– Pueden pasar semanas. ¿Qué tal una charla cada mañana?
– ¿Qué tal una vez por semana? -contraofertó Reed, que quería la cinta y al asesino a buen recaudo.
– Dos veces por semana y yo estipulo el día y el lugar.
Reed se tragó un suspiro y repuso cansinamente:
– Está bien. ¿Nos puedes dar la cinta?
La sonrisa de la reportera fue felina.
– Si tengo tiempo te la enviaré mañana y, si no, a más tardar el jueves.
Situada junto al teniente, Mia abrió la boca y estuvo a punto de soltar una maldición, pero Reed carraspeó y se lo impidió.
– La queremos esta noche, ahora mismo. De lo contrario, no hay trato y la detective Mitchell solicitará la orden judicial. -Solliday levantó una mano cuando Wheaton intentó hablar-. Además, me ocuparé personalmente de que todas las dotaciones de bomberos de la ciudad te impidan estar en el escenario del incendio y… y tu jefe sabrá a qué se debe -concluyó en un tono suave.
Wheaton apretó los labios y Reed se dio cuenta de que el trato estaba cerrado.
– Espera aquí.
En cuanto la reportera se retiró, Reed se volvió hacia Mia y murmuró:
– Disculpa.
La mirada de la detective fue fría cuando replicó:
– Te espero fuera.
Solliday suspiró y la contempló mientras se alejaba. Transcurrió media hora y Wheaton reapareció con una cinta de vídeo en la mano.
– ¿Incluye la filmación del vecino? -preguntó el teniente.
Wheaton sonrió al percatarse de que Mia no estaba y replicó:
– Teniente, nunca dejo de pagar mis deudas.
– Estoy convencido de que lo harías si te beneficiara. Si a la cinta le falta algo olvida nuestro trato.
La sonrisa de la reportera se esfumó.
– ¿Cómo sabrás si falta algo?
– La detective Mitchell me lo dirá cuando requise las cintas realizadas desde el sábado pasado. Supongo que mañana, a más tardar a las diez, tendrá la orden judicial.
Wheaton ladeó la cabeza y lo miró con furia.
– Podría borrarlas.
Solliday sonrió, sacó del bolsillo la minigrabadora, rebobinó la cinta y volvieron a escuchar las últimas palabras de la reportera. Los ojos de la mujer se convirtieron en coléricas hendiduras.
– Yo no lo haría. A Mitchell le encantaría verte en la cárcel y sospecho que ese alojamiento no será de tu gusto.
– Eres un hijo de puta -afirmó la reportera.
Reed se guardó la grabadora en el bolsillo y se colocó la cinta de video bajo el brazo. La valoración de Wheaton fue muy acertada, aunque básica.
– Buenas noches -se despidió el teniente-. Ya conozco la salida.
Mia estaba apoyada en el capó del Alfa Romeo y comía lasaña directamente del recipiente de plástico donde la había guardado Lauren. Al verlo dejó el recipiente en el asiento del acompañante y su expresión se convirtió en una máscara pétrea. Solliday le ofreció la cinta de vídeo, pero la detective meneó la cabeza.
– La veremos mañana a las ocho en punto.
Mia se alejaba cuando Solliday puso los ojos en blanco y la alcanzó.
– Mia, deja de comportarte como una niña -dijo Reed.
Mitchell se volvió deprisa y el enfado demudó su expresión.
– ¡Me has desautorizado! -espetó-. La próxima vez que vaya a buscar pruebas tendré que trabajar el doble. Maldita sea, mañana por la mañana habría dispuesto de la orden judicial.
– Pero ahora tienes la cinta. -Como la detective se limitó a mirarlo, Solliday suspiró contrariado-. Mia, con esa actitud no habrías conseguido lo que querías. A veces vale la pena ser… -Calló, pero Mitchell ya había retrocedido un paso como si la hubiese abofeteado.