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– Reducida a cenizas -murmuró Westphalen-. ¿Cuándo?

– Cuando los chicos llevaban en ella casi un año -respondió Mia.

Murphy se inclinó y cogió la foto.

– ¿De dónde la habéis sacado?

– La compañía de seguros documentó el incendio. -Reed se encogió de hombros-. Ha sido un presentimiento.

Mia negó con la cabeza.

– Ha sido más que un presentimiento. He encontrado el certificado de defunción de Shane Kates en la base de datos del condado. Murió por insuficiencia respiratoria.

– Causada por el fuego -dijo Aidan.

Mia asintió.

– Exacto. Reed ha buscado la fecha de la muerte de Shane en la base de datos de la compañía del seguro y ha descubierto que una semana después los Young presentaron una reclamación por su casa, que había sido destruida en el incendio.

– La foto la hizo el cuerpo de bomberos local -dijo Reed-. Están localizando a los bomberos que intervinieron ese día para que nos faciliten información, pero hay que tener en cuenta que han pasado casi nueve años.

– Así que Andrew provocó el incendio y su hermano murió -masculló Westphalen.

Mia asintió.

– El hermano que tanto se había esforzado por proteger.

Westphalen había entornado los ojos.

– Es un trauma importante.

– ¿Un trauma que una persona podría mantener enterrado durante casi diez años? -preguntó Mia.

– Probablemente. Una personalidad compulsiva no pararía de darle vueltas o lo negaría por completo.

Spinnelli arrugó el entrecejo.

– Hay algo que todavía no entiendo. ¿Por qué el diez es el número mágico?

– Esa pregunta parece la más fácil de responder. -Mia deslizó dos hojas de fax hasta el centro de la mesa, una junto a la otra-. La partida de nacimiento de Michigan y el certificado de defunción de Illinois de Shane. La primera vez que he buscado en el ordenador he pasado por alto la fecha de defunción porque los números son casi idénticos a la fecha de nacimiento. Solo varía un dígito.

– Shane Kates murió el día que cumplía diez años -murmuró Westphalen.

– En un incendio -confirmó Reed.

Mia suspiró.

– Cuenta hasta diez y vete al infierno.

– ¿Cuál será el siguiente paso? -preguntó Spinnelli.

– Localizar a los Young y a sus hijos -dijo Reed-. Kates ha seguido cierto orden dentro de sus posibilidades. Lo lógico es que los Young sean los siguientes.

Spinnelli asintió.

– Os quiero a primera hora de la mañana en… ¿Cómo se llama el pueblo, Mia?

– Los Young vivían en Lido, Illinois.

– Largaos a Lido y encontradlos. Murphy y Aidan, estáis de guardia. Podéis retiraros.

Capítulo 22

Sábado, 2 de diciembre, 19:25 horas

Mia estaba buscando a los Young por internet cuando Reed apoyó la cadera en su mesa, a una distancia poco prudencial. Mantendría la profesionalidad.

– La reunión ha ido bien.

– Sí. Nos estamos acercando. Pronto será nuestro.

– Vete a casa con Beth. Yo aún tengo que trabajar un rato.

– Hoy no has salido a buscar apartamento. -La voz del teniente era un murmullo suave.

Mia apretó los dientes contra el escalofrío que le erizó la piel.

– No, pero tengo mis cosas en el maletero. Dormiré en casa de Dana. Percy tiene comida de sobra. Lo recogeré mañana.

– Quédate en casa de Lauren otra noche, Mia. No te molestaré, te lo prometo.

Con el rabillo del ojo Mia vio a Murphy en su mesa, observando la escena con su estilo sosegado y perspicaz. Se volvió de nuevo hacia Reed. Seguía pensando que lo tenía superado, pero cada vez que miraba su cara notaba una punzada de dolor. Seguía pensando que podía mirar su torso sin preguntarse si todavía llevaba el anillo colgado de la cadena. Sin que una pequeña parte de ella abrigara la esperanza de que se lo quitara, de que ella fuera suficiente para que deseara quitárselo.

Lo cual era patético, además de estúpido.

– Reed, basta. No es justo.

Reed dejó caer los hombros.

– Llámame cuando llegues a casa de Dana. Así sabré que estás bien.

Mia aguardó a que volviera a su lado de la mesa para hablar de nuevo.

– Cuando llegues a casa, asegúrate de hablar con Beth.

Reed frunció el entrecejo.

– ¿Por qué?

Mia titubeó.

– Simplemente dile que la quieres, ¿de acuerdo?

El teniente asintió con gesto vacilante.

– De acuerdo. -Reed recogió sus cosas y se marchó.

– ¿Estás segura de que no quieres que le haga una cara nueva? -preguntó Murphy.

– Lo estoy. -Mia se volvió hacia el ordenador-. Localizaré a los Young y luego telefonearé al Departamento de Policía local para alertarlos. No puedo hacer más por el momento.

– ¿Sabes una cosa, Mia? Hoy has estado muy bien con el pequeño Jeremy.

«También Reed -pensó ella-. Formamos un buen equipo».

– Gracias. Es un gran chico.

– Apuesto a que en estos momentos está asustado. Apuesto a que podrías averiguar adónde se lo han llevado.

Mia pensó en Jeremy, asustado y solo.

– Ya lo he averiguado, por si terminaba temprano.

Murphy se acercó y le apagó el ordenador.

– Ya has terminado. Yo buscaré a los Young. Ve a ver a Jeremy y luego ve a casa de Dana. Te llamaré en cuanto descubra algo.

– Gracias, Murphy. -Su mirada compasiva le formó un nudo en la garganta-. Hasta luego.

Cuando llegó al pie de la escalera ya había recuperado el control. Afortunadamente. Porque una mujer con una trenza rubia la esperaba fuera.

– ¿Quieres algo más, Carmichael? -preguntó Mia mordazmente-. ¿Mi riñón, quizá?

– Sé donde vive Getts.

Mia se detuvo en seco.

– ¿Dónde? -«¿Y desde cuándo lo sabes?»

Carmichael le tendió un trozo de papel donde había anotado la dirección.

– No fue mi intención que tu dirección saliera en el periódico. Lo siento.

Mia casi la creyó, tan bien se le daba mentir. Así y todo, agarró el papel.

– Mantente alejada de mí, Carmichael, y ruega a Dios que nunca necesites un poli.

Carmichael entornó los ojos.

– Hablo en serio. No lo sabía. Mitchell, tú eres para mí lo más cercano a un vale de comida. Tengo tantas ganas de que te maten como de que te despidan.

Ahora fue Mia quien entornó los ojos.

– ¿Despedirme? ¿De qué estás hablando?

– Estuve allí la noche del incendio de Adler y vi a Solliday salir de tu casa. Sería un cotilleo de lo más interesante, pero si te despiden ya puedo olvidarme de mi vale de comida. Es cierto que no puse tu dirección en ese artículo. Fue mi jefe. Pensó que eso lo haría más jugoso. Lo siento.

Mia estaba demasiado cansada para seguir preocupándose.

– Vale. -Cuando llegó a su coche, llamó a Spinnelli para darle la información-. Pídeles a Brooks y Howard que le echen el guante.

– ¿No quieres hacerlo tú?

Una semana atrás no le había importado otra cosa. Ahora…

– Creo que necesito unas vacaciones.

– Tienes días. Cuando esto termine, tómatelos. Vete a la playa, ponte morena.

Mia rio a su pesar.

– Es evidente que estás pensando en la piel de otra persona. Llámame si atrapan a Getts. -Tenía algo importante que hacer.

Veinte minutos después llamaba a la puerta del hogar de acogida donde Servicios Sociales había colocado temporalmente a Jeremy. Lo encontró sentado en el sofá, viendo la tele.

– No se ha movido de ahí en todo el día -dijo la madre de acogida-. Pobre chiquillo.

Mia se sentó a su lado.

– Hola, chaval.

Jeremy levantó la vista.

– ¿Lo han cogido?

– Todavía no.

– Entonces, ¿qué hace aquí?

Hablaba exactamente como Roger Burnette.

– He venido a verte. ¿Estás bien?

El pequeño asintió con su cabeza pelirroja y una expresión grave en el rostro pecoso. Luego negó con la cabeza.

– No.

– Me temo que ha sido una pregunta estúpida. Empezaré de nuevo. ¿De qué va el programa?

– De la historia de la aviación.

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