– El mío también es bastante duro -dijo Mia sin mucha convicción, pero sus ojos se ensombrecieron-. ¿Qué más?
– Bueno… También está la barra de bomberos, el trapecio y el trampolín.
Mia se echó a reír.
– Tú ganas. Prepararé la maleta.
La siguió hasta el dormitorio. Parecía como si hubiera pasado un tornado, sábanas y mantas estaban hechas una pelota en el suelo. Tal como lo habían dejado a primera hora de la mañana. Reed miró la cama, luego a ella. Mia también la miraba, luego sacudió la cabeza.
– No -dijo Mia-. No con la mitad de la CSU peinando la calle al otro lado de la ventana.
Precipitadamente y sin armar revuelo llenó una bolsa de lona con las cosas que necesitaba, luego vaciló; en la mano tenía una foto de tamaño pequeño enmarcada. Dos chicas adolescentes sonreían animadamente a la cámara, pero aunque estaban muy cerca, no se tocaban.
– ¿Sois tú y Kelsey?
– Sí. -La metió en la bolsa-. Tengo que contarle lo de Olivia, pero me da miedo visitarla en el sitio nuevo. Me da miedo incluso saber dónde está.
– Y…
Reed le levantó la barbilla con un dedo. Era la primera vez que mencionaba a la mujer, al margen de para tomarle declaración y desearle buenas noches. Jack se había imaginado quien era, pero Reed sabía que Mia no tenía ningunas ganas de difundir la identidad de la mujer a todo policía uniformado que estuviera a tiro.
– Háblame de Olivia.
Mia se encogió de hombros.
– Sabes lo mismo que yo. Vamos a intentar pasar una hora juntas mañana por la noche y charlar.
Se disponía a colgarse la bolsa del hombro, pero él se la quitó.
– Permíteme, por favor -añadió Reed con ojos centelleantes. A ella le resultaba muy difícil aceptar cualquier tipo de ayuda. ¡Peor para ella! Tendría que aprender a aceptar la suya.
¿Durante cuánto tiempo? Aquello dependería de la conversación que tuvieran en cuanto la volviera a acompañar a su casa. Aquello dependería de las expectativas de Mia. En aquel instante, él rezaba por no haber malinterpretado la necesidad de independencia y de ataduras de Mia.
Mia asintió, caminó hasta la puerta principal, luego se paró.
– Joder -refunfuñó; acto seguido abrió con violencia la puerta del armario. Allí solo estaban la cajita y la bandera plegada en triángulo. Con los dientes apretados cogió la caja y la metió también en la bolsa-. Vámonos.
Capítulo 18
Jueves, 30 de noviembre, 22:40 horas
– ¿Olivia Sutherland? -El tono de Dana, a través de la línea telefónica, era pensativo.
Mia estaba sentada en la cocina de Lauren. La hermana de Reed había preparado la habitación de invitados con toallas a juego y jabón perfumado. Mia casi había apartado el jabón de un manotazo, pero se alegraba de no haberlo hecho. Tenía un aroma tranquilizador y, por ridículo que pareciera, femenino.
Pensó en Reed mientras lo usaba, preguntándose si le gustaría, sabiendo que sí le iba a gustar. Sabiendo que esas eran probablemente las intenciones de Lauren. Hermanas. La de Reed y ahora… la suya.
– Llevaba una chaqueta como la mía, pero a ella le quedaba mejor.
– ¿Quieres que Ethan compruebe sus datos?
– Está bien. Ha dado toda la información cuando le han tomado declaración. Si sus datos no cuadran, lo sabremos muy pronto. Ella me odiaba. Bueno, aunque eso era antes.
– Tuvo que ser duro crecer sin un padre, sabiendo que él había elegido a otra persona.
– Pues yo crecí deseando ser otra persona.
– No vas a desperdiciar esta oportunidad, ¿verdad? Por favor, dime que no.
– No, no la voy a desperdiciar. He pensado en lo que dijiste, sobre el solomillo y la hamburguesa.
– Eso era con respecto a los hombres -dijo Dana con frialdad-. No se aplica a las mujeres y menos a las mujeres emparentadas contigo. Eso es un error, Mia.
– Cállate. Quiero decir que he pensado en la diferencia entre «arreglárselas» y tenerlo todo. Ya he perdido muchas cosas por esperar a que mi vida se asentase, a que fuera normal. Tal vez Olivia y yo podamos tener una relación o tal vez no. Ella ha dado el primer paso. Yo daré el siguiente. Y, si más no, al menos podré curarla de su desinformada visión de su padre.
Dana se quedó en silencio.
– ¿Qué le vas a contar, Mia? -le preguntó después.
– No lo sé. No todo, supongo. Demasiada información y todo eso.
– ¿Quieres que vaya contigo?
Mia sonrió. Al menos tenía una buena amiga.
– Lo pensaré.
– ¿Has pensado en lo que te dije sobre la hamburguesa con respecto a los hombres?
Mia miró al techo.
– Sí.
– ¿Y?
La detective soltó un soplido.
– Ese hombre no es una hamburguesa, Dana.
– ¿Ah? -La voz de Dana encerraba un cauteloso placer-. Cuéntame.
– Costilla de primera. -Pensó en cómo se había sentido. En cómo le había hecho sentirse él-. De primera. -Y mientras lo evocaba, allí estaba él en la puerta de atrás-. ¡Ay! Me tengo que ir.
– Espera -protestó Dana-. No me has contado dónde te quedas esta noche.
Reed hacía muecas al otro lado de la ventana.
– Estoy a salvo -dijo Mia y se puso de pie sin prisas-. Y estoy a punto de… consumir sustento.
– Llámame mañana y prepárate para ser un poco más generosa con los detalles.
Mia colgó y le dejó entrar. Él también se había duchado y cambiado, se había puesto unos tejanos gastados y un jersey viejo, y se había calzado unos flamantes mocasines sin calcetines. Al hombre le encantaban los zapatos. Reed estaba tiritando.
– Me he equivocado con la llave de este lado.
Estaban de pie, calibrándose el uno al otro en la tranquilidad de la cocina de su hermana. Luego ella ladeó la cabeza.
– Me has mentido. No hay barra de bomberos, ni trapecio.
Reed no sonrió.
– Pero hay un trampolín en el jardín trasero.
De repente tampoco ella tenía ganas de reír.
– Suéltalo, Solliday.
Reed no fingió no haberlo entendido.
– Necesitamos establecer algunas reglas.
Reglas. Podía arreglárselas con las reglas. Ella también tenía algunas.
– De acuerdo.
Reed frunció el ceño. Apartó la mirada durante un minuto, luego volvió a mirarla.
– ¿Por qué estás soltera?
La pregunta la sacó de quicio.
– Tengo una agenda muy apretada -contestó con sarcasmo-. Nunca encuentro un lápiz para apuntar las pruebas del vestido de novia.
Reed suspiró sonoramente.
– Lo digo en serio.
El problema era que ella también. Sin embargo, encontró otra respuesta que era igual de cierta.
– Soy policía.
– Muchos policías se casan.
– Y muchos se divorcian. Mira. Soy una buena policía. Estar casada ya es bastante difícil en circunstancias ideales. No creo que pudiera ser buena en las dos cosas al mismo tiempo.
La respuesta pareció relajarlo.
– ¿Lo has estado?
– ¿Qué?, ¿casada? No. -Vaciló, luego se encogió de hombros-. Estuve comprometida una vez, pero no hubo puros. -Lo miró sin alterarse-. Y tú, ¿por qué no te has vuelto a casar?
Tenía los ojos fijos en los de ella, serios y concentrados.
– ¿Crees en las almas gemelas?
– No. -Pero su mente se rebeló; Dana y Ethan lo eran. Abe y Kristen lo eran. Bobby y Annabelle… no lo eran-. Para algunas personas tal vez -corrigió.
– Pero ¿no para ti?
– No, no para mí. ¿Por qué? ¿Christine era tu alma gemela?
Reed asintió.
– Sí.
Su convicción era incuestionable.
– ¿Y solo tienes una? -preguntó Mia.
– No lo sé -dijo Reed con sinceridad-, pero nunca he conocido a nadie como ella y no tengo ganas de conformarme con menos.
La detective no pudo evitar una mueca.
– Bueno, eso es muy directo.
– No quiero mentirte. No quiero que me malinterpretes. Tú me gustas, te respeto. -Bajó la vista hacia sus lustrosos zapatos-. No quiero hacerte daño.
– Solo quieres tener sexo conmigo. -Le salió en un tono más desilusionado de lo que pretendía.