Mia sentía que la cabeza iba a estallarle. Sí, su hermanita pequeña había leído los periódicos, incluso los más viejos.
– No, no lo justifico, y tampoco Kelsey. Quizá te sorprenda saber que no ha solicitado la libertad condicional. Cumplirá su condena hasta el final. Y cuando salga, habrá pasado más de la mitad de su vida entre rejas.
Olivia la miró sorprendida, pero mantuvo la mandíbula apretada.
– Se lo merece.
Mia torció el gesto.
– No tienes ni idea de lo que Kelsey merece. No sabes nada.
Olivia la fulminó con la mirada.
– Sé que tenía una familia. Un hogar donde vivir. Comida que llevarse a la boca. Una hermana que la quería. Eso es más de lo que yo tuve y no por eso acabé como ella.
Algo se desató dentro de Mia.
– Tampoco tuviste un padre que ofrecía protección a cambio de sexo. -En cuanto las palabras salieron de su boca, Mia lo lamentó-. Maldita sea -farfulló.
Olivia estaba pálida.
– ¿Qué?
– Mierda. -Mia se agarró al borde del fregadero y dejó caer la cabeza, pero Olivia le tiró del brazo hasta hacerle levantar la vista.
– ¿Qué has dicho?
– Nada, no he dicho nada. La conversación ha terminado. No puedo seguir con esto.
– ¿Fue eso lo que Kelsey te contó?
De repente se hizo el silencio. La acusación tácita de que Kelsey mentía quedó flotando entre las dos.
– Sí, eso fue lo que me contó. -Mia tragó saliva-. Y es lo que sé.
Los ojos de Olivia parecían negros sobre el pálido rostro.
– No puede ser verdad.
– Lo es. Puedes creer lo que quieras sobre tu padre, pero por lo que respecta al mío, es cierto.
Temblando, Olivia dio un paso atrás.
– Entonces, ¿por qué te hiciste policía como él?
Y como Olivia antes, Mia comprendió y sintió el dolor de su pérdida como si hubiera sido suyo.
– Como él no -repuso cansinamente-. Yo crecí rodeada de policías. Hombres buenos, decentes. Tenían un sentido de la familia que yo no tenía. Y lo necesitaba. Y supongo que quería salvar a otras chicas como Kelsey, dado que no pude salvarla a ella. Hay tantos chicos ahí fuera como Kelsey… Tú eres policía, los has visto. Empecé ayudando a chicos como ella, chicos que se escapaban de casa. Luego me especialicé en atrapar a los tipos malos que les hacían daño. Y eso es lo que hago ahora. Eso es todo lo que soy.
– Lo siento. -Las lágrimas rodaban por las mejillas de Olivia-. No lo sabía.
– No podías saberlo y yo no quería que lo supieras. Creía que podría hacerte comprender la clase de hombre que era sin necesidad de contarte todo eso. Pero no quería que lloraras por un hombre que no merece ni que escupan en su tumba. O que te sintieras inferior porque no te eligió.
– Tengo que irme. -Olivia cogió el abrigo y el pañuelo-. Necesito irme.
Mia vio cómo se marchaba a toda prisa. El portazo la estremeció. Luego sacó la pizza del horno. Quería tirarla. Pero no era su cocina. Era la cocina de Lauren, con las bonitas teteras y flores de punto de cruz enmarcadas y con las iniciales «CS» bordadas en las esquinas. Quizá por la esposa de Reed. Que no había encontrado a ninguna mujer lo bastante buena para reemplazarla.
«Incluida yo». Temblorosa, dejó la bandeja sobre el fogón, abrió el agua y puso en marcha el triturador de basura. Luego, protegida por el ruido, rompió a llorar.
Reed estaba de pie frente a la ventana. El corazón le latía con fuerza. «Dios santo». Su vida antes de los Solliday había sido oscura, fría, deprimente. Había pasado hambre y miedo. Su madre había utilizado los puños. Pero aquello… La noche antes había temido aquello. Ella lo había negado con demasiada vehemencia. Su padre había abusado de sus hijas. La ira se mezcló con el odio y Reed deseó con todas sus fuerzas poder resucitar a Bobby Mitchell únicamente para poder matarlo de nuevo. Pero eso no era lo que Mia necesitaba. Observó cómo le temblaban los hombros por el llanto y sus propios ojos le escocieron. Ella siempre hacía eso. Llorar de manera que nadie pudiera oírla. Que nadie pudiera acudir. Que nadie pudiera ayudarla.
Pues esa noche tendría que aceptar su ayuda. Reed abrió la puerta, dejó la fuente de cristal sobre el fogón, cerró el agua y el triturador, se volvió hacia ella y la rodeó con los brazos. Ella se puso tensa, quiso apartarlo, pero él la sostuvo con firmeza, hasta que Mia deslizó los dedos por su camisa y se apretó contra él.
Cruzó la cocina tirando suavemente de ella, tomó asiento y la sentó en su regazo. Mia se aferró a su cuello, llorando tan desconsoladamente que Reed pensó que también a él se le iba a romper el corazón. La estrechó con fuerza, la meció, le besó el cabello, hasta que las lágrimas se agotaron. Mia permaneció acurrucada contra él, la frente pegada a su pecho, la cara escondida. Era su última defensa y pensaba respetársela.
Mia estuvo callada un largo rato.
– Has vuelto a poner la oreja.
– Venía a traerte pastel de carne. Yo no tengo la culpa de que las paredes sean tan delgadas.
– Debería enfadarme, pero ya no me quedan fuerzas.
Reed le acarició la espalda.
– Lo mataría si no estuviera ya muerto.
– No lo entiendes.
– Entonces explícamelo. Deja que te ayude.
Mia negó con la cabeza.
– Hicimos un trato, Solliday. Estamos yendo demasiado lejos.
Reed le levantó el mentón y la obligó a mirarlo.
– Lo estás pasando mal. Deja que te ayude.
Ella le mantuvo la mirada.
– No es lo que imaginas. Él nunca me tocó.
– ¿Kelsey?
– Sí. -Mia se levantó, caminó hasta la puerta de atrás y miró por la ventana-. Recuerdo el día que comprendí que Bobby nunca cambiaría. Yo tenía quince años y él estaba borracho. Kelsey había hecho algo y él le había pegado con el cinturón. Le supliqué que no volviera a hacerle daño y me propuso un trato. -Hizo una pausa y suspiró-. Me rodeó con sus brazos… y entonces comprendí. Dijo que si lo hacía, dejaría en paz a Kelsey.
Reed tragó saliva.
– Pero no lo hiciste.
– No. En lugar de eso, de día empecé a romperme el culo para conseguir una beca y de noche cogía una de sus pistolas y dormía con ella bajo la almohada. Él había estado tan borracho que no creía que recordara lo que me había dicho, pero no quería correr riesgos. Le pedí a Kelsey que fuera con cuidado, que no le hiciera enfadarse, pero se negaba a escucharme. En aquel entonces me odiaba, o eso pensaba yo. -Se volvió bruscamente-. ¿Conoces el significado de la palabra sacrificio, Reed?
– No sé cómo contestar a esa pregunta.
Mia esbozó una sonrisa amarga.
– Sabia respuesta. El caso es que yo siempre pensé que escapaba a las palizas porque era más rápida que Kelsey, porque, en cierto modo, era mejor, más lista. Yo no le hacía enfadarse y él me dejaba tranquila. Lo que Kelsey no me contó hasta hace unos años es que a ella le había propuesto el mismo trato. -Mia enarcó las cejas y no dijo más.
– Dios mío -musitó Reed, tratando de asimilarlo-. Oh, Mia.
– Lo sé. Todo ese tiempo insistiéndole en que se enmendara, en que dejara de provocarlo… todo ese tiempo… -Su voz se apagó-. Kelsey aceptó el trato. Por mí. Hasta que me marché a la universidad. Entonces huyó con un punki llamado Stone y echó a perder su vida. Ahora está en la cárcel. Olivia tiene razón: Kelsey lo hizo. No obstante, ¿lo habría hecho si las cosas hubieran sido diferentes? Si la situación hubiera sido al revés, ¿sería ella la poli? ¿Estaría yo en la cárcel?
– Tú no lo habrías hecho. No habrías podido.
– Eso no lo sabes -espetó duramente Mia, presa de la ira-. Te has pasado la semana hablando con Miles sobre naturaleza y educación, pero deja que te diga que la cosa no es tan sencilla, Reed. A veces las personas toman el camino malo cuando, si las cosas hubieran sido diferentes, habrían tomado el bueno. Tú mismo dijiste que casi terminaste en un lugar como el Centro de la Esperanza. ¿Y si hubiese sido así? ¿Y si los Solliday no te hubieran acogido? ¿Dónde estarías ahora?