Jack agitó el aire por encima de la pilastra de la barandilla de la escalera.
– Ahora mirad aquí.
Mia se acercó a la escalera, miró a Solliday y comentó:
– Pelo castaño atrapado en el grano de la madera. Aquí se pelearon.
– Igual que con Caitlin -murmuró Solliday.
– Tomaremos una muestra para analizarla en el laboratorio -aseguró Jack-. El cabello castaño presenta raíces canosas, lo que me lleva a pensar que no es del asesino, sino de la víctima. Lo siento.
– No creo que Penny Hill fuera lo bastante fuerte como para golpear la cabeza del asesino contra la pilastra de la barandilla -coincidió Mia mientras abría la puerta y estudiaba el porche bordeado de árboles. Aunque estaban muy quemados, los vecinos le habían contado que los árboles se veían llenos de hojas y frondosos-. ¿No habéis encontrado pruebas de que forzasen la puerta trasera?
– Nada de nada -confirmó Jack.
– Las pautas de carbonización indican que la puerta trasera permaneció cerrada durante el incendio -apostilló Solliday.
– En ese caso, el asesino probablemente entró por la puerta principal. No tuvo problemas para esconderse entre los árboles y esperar a que la mujer volviese a casa. Era tarde y Penny Hill estaría cansada. Esta mañana he hablado con su supervisor cuando he telefoneado para que me diesen el número de contacto de sus familiares. Me ha explicado que la señora Hill había bebido demasiado ponche durante la fiesta de despedida. La primera vez que he llamado el supervisor pensaba que era para comunicar que la habían detenido por conducir bajo los efectos del alcohol.
– Por consiguiente, apenas se tenía en pie -concluyó Jack-. El asesino espera a que la mujer abra la puerta, la empuja, la obliga a entrar y la golpea contra la pilastra.
– Sorprendió a Caitlin en el interior de la casa y a Penny la esperó fuera, en medio del frío. ¿Por qué no forzó la entrada? -Mia miró la pared de arriba abajo-. No veo el teclado de la alarma.
– Porque no lo hay -explicó Solliday-. No está aquí ni junto a la puerta trasera.
– No tiene sentido -insistió Mia con gesto de contrariedad-. La espera en el exterior de la casa, a cinco grados bajo cero; entra dándole un empujón, la domina, la obliga a dirigirse a la cocina, le dispara, incendia la casa y roba su coche.
– ¿Ya lo hemos encontrado? -quiso saber Jack.
– Todavía no. -Mia paseó la mirada por el vestíbulo-. ¿Habéis examinado esta zona?
– Dos veces -contestó Jack secamente-. Los escombros van de camino al laboratorio.
Mitchell no se dio por enterada del tono empleado por el especialista.
– ¿Encontrasteis una bolsa con regalos o un maletín?
– Ni una ni otro.
– Según el supervisor, abandonó la fiesta a las veintitrés quince con una bolsa de regalos y su maletín. Supuso que en el maletín hallaríamos su agenda.
– Era tarde -intervino Solliday-. Tal vez dejó la bolsa con los regalos en el coche.
– Es posible. -Mia respiró hondo-. Me encantaría ver su agenda.
Jack esbozó una mueca comprensiva e inquirió:
– ¿Cabe la posibilidad de que tuviera GPS en el coche?
– No. Su coche tiene diez años y, según su hijo, los chismes tecnológicos no le interesaban. -Mia soltó el aire retenido-. Sigo preguntándome por qué la esperó aquí. ¿Por qué no forzó la entrada por la puerta trasera, como hizo en casa de los Dougherty? No es que Penny Hill tuviera un gran… ¡Mierda! Un momento. -Se dirigió rápidamente a la cocina, atravesó la cuadrícula con gran cuidado y se acercó a los armarios, que se habían desplomado junto con la encimera. El suelo estaba cubierto de fragmentos de vidrio y de cerámica-. Ben, ¿ya has examinado este material?
– Todavía no -repuso Ben.
Mia se agachó y comenzó a seleccionar los restos.
Jack se acuclilló a su lado y preguntó:
– ¿Qué buscas?
– Algo… algo así. -Retiró de la pila un fragmento grueso y lo sujetó con el pulgar y el índice. Lo limpió y lo contempló-. Este dibujo corresponde a la pata de un perro.
Solliday se mordió un carrillo.
– Es un cuenco de perro. La señora Hill tenía un perro.
– Que se ha ausentado sin autorización -concluyó Mia con tono tajante-. No entiendo a este tío. Aguarda a la mujer, le dispara, la deja en la casa para que se queme y salva al perro, como hizo con Percy.
– No se corresponde con el perfil -opinó Solliday-. La mayoría de los pirómanos habría matado a las mascotas.
– Ningún vecino mencionó al perro -apostilló Mia-. ¿Por qué?
Solliday enarcó las cejas.
– Preguntémosles.
– Tengo el número del señor Wright. -Mitchell marcó el número en su móvil-. Señor Wright, soy la detective Mitchell. Anoche hablé con usted. Me gustaría hacerle una pregunta. ¿Tenía perro la señora Hill?
– Ella no, pero su hija sí. Ni se me ocurrió pensar… Ay, santo cielo, pobre animal. Es un perro encantador. En el apartamento de su hija no permiten mascotas, así que Penny se lo quedó.
– Es el perro de la hija -informó Mia a sus compañeros mediante ademanes-. Señor Wright, ¿de qué raza de perro hablamos?
– Es una mezcla de golden retriever y gran danés. Es enorme y muy cariñoso. Penny solía bromear…
Mia notó cómo el vecino respiraba entrecortadamente.
– ¿Con qué bromeaba?
– Con que el perro es tan cariñoso que conduciría a los ladrones hasta los objetos de valor a cambio de una golosina.
– Señor Wright, ¿me avisará si lo ve deambular por el barrio? Muchas gracias. -Mitchell colgó y suspiró-. Se trata de un perro grande, mezcla de gran danés y golden retriever. Por eso el asesino esperó. Al ver el tamaño del perro pensó que era feroz.
– Pero no le disparó cuando tuvo ocasión de hacerlo -apuntó Solliday.
– ¿Has hablado con la hija? -quiso saber Jack.
– No. La he llamado unas cuantas veces y hemos pasado por su apartamento, pero el casero dice que desde el sábado por la mañana no está en casa. Su coche tampoco está.
– ¿Habéis entrado en el apartamento?
– Dadas las circunstancias, nos parecía lo más prudente -replicó Solliday-. Pero la hija no estaba. Hemos visto que tenía varias llamadas en el contestador. Mia ha solicitado una orden de registro y volveremos en el caso de que en cuestión de horas no sepamos nada.
Mia parpadeó y se sobresaltó al oír que Solliday la llamaba por su nombre de pila. Había hecho lo mismo con Jack. Por lo visto, el teniente se sentía cada vez más cómodo. Lamentablemente, Mia no estaba dispuesta a permitírselo. Seguía siendo la compañera de Abe.
En ese momento sonó el móvil de Solliday.
– Es Barrington -comunicó-. Sam, ¿qué tiene? -El teniente escuchó unos segundos-. Vamos para allá. -Cerró el móvil y apretó los labios-. Ha encontrado algo.
Martes, 28 de noviembre, 13:35 horas
El ayudante de Sam señaló la puerta y dijo:
– En este momento realiza la autopsia de otro caso. Podéis entrar y hablar con él a través del cristal.
– ¿No puede salir? -preguntó Mitchell y apretó la mandíbula-. Acabo de comer.
El técnico rio entre dientes.
– Le diré que estáis aquí.
– El cuerpo de Hill será peor que una autopsia -advirtió Reed sin levantar la voz.
– Lo sé. Lo recuerdo. -Mia cerró los ojos un segundo, lo suficiente para estremecerse-. No me gusta ver cómo los abren. Sé que eso me convierte en una debilucha, pero…
– Mia, no pasa nada -la interrumpió Solliday.
– De modo que ahora nos llamamos por el nombre de pila -ironizó la detective-. Antes pensaba que te habías equivocado. Parece que, después de todo, has decidido quedarte conmigo -apostilló con gran sarcasmo.
– La primera vez fue un desliz -reconoció Reed-. ¿Para qué seguir con esa formalidad?
– Tienes razón, ¿para qué? -musitó Mitchell y se volvió cuando Sam salió de la sala y se quitó la mascarilla. Preguntó-: ¿Qué ha averiguado?
Sam se acercó a un cuerpo tapado con una sábana.