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La detective se apenó a medida que leía.

– Al hijo sí, pero no he podido dar con la hija.

– Dice que las autoridades estaban ocupadas y no hicieron declaraciones.

– Lo que significa que me llamó al despacho mientras me encontraba en el escenario. Esa mujer es de lo que no hay. -Mia suspiró-. Los vecinos han hablado a pesar de que les pedí que guardasen silencio.

– A algunas personas les gusta ver su nombre en letras de molde.

– Espero que seas una de ellas, ya que figuras en el artículo. -La detective usó la caja como bandeja y le añadió crema al café-. Gato, quédate quieto -murmuró cuando la caja se movió-. Solliday, aquí dice que te han condecorado. ¡Qué interesante!

– Solo tengo unas pocas menciones, como tú. Iremos directamente al laboratorio para quitarnos el gato de encima.

Mitchell dio unos ligeros golpecitos a la caja.

– Pobre minino.

– ¡Sucio minino! -Reed se internó en medio del tráfico-. El gato apesta.

Mia rio.

– Hay que reconocer que posee cierto… aroma. ¿Qué pasa? ¿No te gustan los animales?

– Los limpios sí. Mi hija tiene un cachorro de perro que se embarra las patas y lo ensucia todo.

– Siempre he querido tener una mascota -reconoció Mitchell casi con nostalgia.

– Pues búscate un animal.

– Sentiría demasiada culpa. En cierta ocasión lo intenté con un pez de colores. Fue una especie de prueba y suspendí. Tuve un turno de treinta y seis horas y al volver a casa estaba tan cansada que me olvidé de alimentarlo. Fluffy * acabó flotando en la pecera.

A Reed no le quedó más alternativa que sonreír.

– ¿Has dicho Fluffy? ¿Le pusiste Fluffy a un pez?

– Yo no. Lo bautizaron los hijos adoptivos de mi amiga Dana. Fue un esfuerzo compartido. Como todos mis amigos tienen mascotas juego con ellas y así no le hago daño a nadie. -Mia bebió café y permaneció callada tanto rato que Reed se volvió para mirarla. La detective irguió inmediatamente la espalda, como si se hubiese percatado de que divagaba-. El hijo de Penny Hill ha dicho que vendrá a recoger los restos de su madre. Llegará mañana por la mañana.

– ¿Qué pasa con la hija de Hill? Según el vecino, vive en Milwaukee.

– El hijo dice que su hermana se divorció hace poco y regresó a Chicago.

– ¿Tienes sus señas?

– Sí, vive más o menos a media hora de aquí.

– En ese caso, dejaremos a Percy e iremos a visitarla.

Mitchell dejó escapar un suspiro.

– Solo espero que no lea el Bulletin.

Martes, 28 de noviembre, 12:10 horas

Manny Rodríguez miró a un lado y a otro antes de tirar el periódico en el cubo de basura que estaba en la puerta de la cafetería. Situado detrás de Brooke, Julian maldijo con voz baja y reconoció:

– Tenías razón.

– Lo he visto con el diario al final de la primera clase. ¿Quieres que lo recuperemos?

Julian levantó la tapa del cubo.

– Hoy es el Bulletin y ayer fue el Trib.

– Ambos están en recepción -afirmó Brooke.

– Lo que ha cortado es noticia de primera página. Vete a comer mientras yo averiguo qué leía el señor Rodríguez. Tal vez no es más que un artículo de deporte.

– ¿Hablas en serio?

Julian negó con la cabeza.

– No. ¿Has tenido algún problema con él durante la clase?

– No. A decir verdad, ha estado muy tranquilo. Ni siquiera ha abierto la boca cuando nos hemos referido a la hoguera de señales del libro. Se ha comportado como si algo le preocupase.

– Hablaré con Manny. Gracias, Brooke. Agradezco sinceramente la ayuda que me prestas.

Brooke frunció el ceño y observó a Julian mientras se alejaba. No parecía muy preocupado por lo que sucedía. «Quizá se debe a que todavía soy novata o a que hago una montaña de un grano de arena», se dijo, aunque no estaba nada convencida de que así fuera. Se preguntó qué más coleccionaba Manny y si Julian ordenaría el registro de la habitación del menor. Si no lo pedía, debería hacerlo. Brooke se dijo que ella lo haría.

– Brooke, ¿te pasa algo? -preguntó Devin nada más salir de la cafetería.

– Estoy preocupada por Manny. Recorta artículos de periódicos sobre incendios provocados.

Devin arrugó el entrecejo.

– No me gusta. ¿Se lo has dicho a Julian?

– Sí, pero no está muy preocupado. ¿Qué hay que hacer para que registren la habitación de un interno?

– Basta con una preocupación válida y yo diría que la tienes. Brooke, habla con el encargado de seguridad. Sin duda querrá estar al tanto de algo así.

Brooke pensó en Bart Secrest, el austero jefe de seguridad que la ponía nerviosa.

– Julian pensará que intento pisarle el terreno.

– Lo entenderá. Avísame si quieres que más tarde te acompañe a hablar con Bart. Sé que impone, pero en el fondo es un pastelillo de nata.

– Un pastelillo de nata… -Brooke meneó la cabeza-. Querrás decir de nata agria.

Devin esbozó una sonrisa.

– Habla con Bart y recuerda que, perro ladrador, poco mordedor.

Martes, 28 de noviembre, 12:30 horas

El equipo de Jack estaba en casa de Penny Hill cuando Mitchell y Solliday se presentaron. Jack la recibió con cara de pocos amigos en lugar de dedicarle su sonrisa habitual.

– Mia, muchísimas gracias.

La detective parpadeó.

– ¿Qué te pasa?

– ¿En qué estabas pensando cuando dejaste un maldito gato en el laboratorio?

Mia tuvo que hacer un esfuerzo para disimular la sonrisa.

– Jack, es una prueba.

La mala cara de Jack se agudizó.

– ¿Alguna vez has intentado bañar a un gato?

– Pues no -repuso Mitchell alegremente-. Las mascotas no se me dan bien.

A sus espaldas, Solliday rio entre dientes.

– Basta con preguntarle a Fluffy, el pez de colores.

Jack puso los ojos en blanco.

– La próxima vez que se te ocurra dejar un animal vivo, haz el favor de avisar, ¿de acuerdo? -El especialista hizo señas de que lo siguieran-. Tapaos los pies. Creo que hemos encontrado algo.

La CSU había cuadriculado la cocina y Ben seleccionaba los escombros cercanos a los fogones. Ben levantó la cabeza y vieron que el sudor trazaba líneas a lo largo de la suciedad que le cubría la cara.

– Hola, Reed. Hola, detective.

– Hola, Ben. -Solliday miró a su alrededor con cara de preocupación-. ¿Qué habéis encontrado?

– Fragmentos de huevo, como en la otra casa. Los he enviado al laboratorio con la intención de que encuentren una pieza lo bastante grande como para extraer huellas. También está lo del suelo. Jack, muéstraselo.

Jack se detuvo junto al sitio donde habían encontrado el cadáver de Hill. Pasó un dedo enguantado por el suelo y les mostró un polvo muy fino, de color marrón oscuro.

Mia detectó instantáneamente el cambio que Solliday experimentó cuando cogió la mano de Jack y acercó el dedo a la luz.

– Es sangre -afirmó y miró a Mia-. Mejor dicho, lo era. Las proteínas comienzan a degradarse al alcanzar temperaturas tan altas como las de este incendio. Anoche estaba demasiado oscuro para verla.

– Había mucha sangre -añadió Jack-, tanta que se filtró por las juntas del linóleo.

Mitchell clavó la vista en el suelo e imaginó el cuerpo de Hill tal como lo habían encontrado, enroscado en posición fetal y con las muñecas todavía atadas.

– Entonces, ¿también le disparó?

Jack se encogió de hombros.

– Barrington te lo dirá a ciencia cierta.

– ¿Habéis encontrado huellas en la sangre? -quiso saber la detective.

– No. -Jack se incorporó-. No hemos encontrado ni una sola huella. El autor probablemente usó guantes, pero… -El especialista en escenarios de crímenes los condujo hasta la puerta principal de la casa-. Mirad.

En el pomo de la puerta había una mancha marrón.

– Salió por aquí con las manos ensangrentadas -concluyó Solliday-. Tiene coherencia con el relato del vecino, que oyó chirridos de neumáticos y luego vio el coche de Hill, que salió disparado calle abajo.

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* Fluffy significa, literalmente, «peludo». (N. de la T. )

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