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– ¿Dónde está todo el mundo? -preguntó Fukida.

– Es una buena pregunta. -Sano tuvo la inquietante sensación de que algo andaba mal. Se encontraron a su asesor rondando por la entrada a la residencia, y Sano le preguntó-: ¿Qué sucede?

– No lo sé. -Kozawa parecía tan desconcertado como ellos.

– ¿Ha sido así todo el día?

– No, honorable chambelán. A primera hora de la mañana había el gentío de costumbre. Pero hacia mediodía ha empezado a decaer. No ha habido visitas desde entrada la tarde… hasta ahora mismo.

El instinto agudizó el desasosiego de Sano.

– ¿Quién es?

– El comisario de policía Hoshina. El y dos de sus comandantes esperan en la antesala.

Sano vio cómo un día malo de repente giraba a peor.

– ¿Queréis que lo eche? -se ofreció Marume.

Aunque estaba tentado, Sano recordó la advertencia de Hirata. Le convenía enterarse de qué nueva jugarreta tramaba Hoshina contra él.

– No -dijo, y se dirigió a Kozawa-. Veré al comisario en mi despacho.

Sus detectives lo escoltaron hasta allí. Les ordenó que no perdieran de vista a los hombres de Hoshina y se sentó ante su escritorio, respirando hondo y tratando de sacudirse la tensión de su encuentro con Matsudaira. Al poco Kozawa abrió la puerta, y entró Hoshina.

– Saludos, honorable chambelán -dijo con una sonrisita insolente. Se había quitado las espadas, como mandaba la norma para los visitantes, pero aun así se movía con orgullo fanfarrón.

– Bienvenido. -Sano adoptó un tono lacónico para indicar que la visita sería corta-. ¿Qué os trae por aquí?

Hoshina le dedicó una superficial reverencia. Al arrodillarse ante Sano, paseó la mirada por la habitación. Una amarga nostalgia le tiñó la expresión y Sano supo que recordaba los tiempos en que había sido amante y vasallo mayor de su anterior ocupante.

– Bah, se me ha ocurrido pasarme a ver qué tal os iba todo.

– No creo que hayáis venido por el placer de una charla intrascendente -repuso Sano.

Hoshina se sonrió e hizo caso omiso de la invitación de Sano a que declarara el motivo de su visita.

– Qué tranquilo está todo. ¿No es asombroso que cuatro palabras dejadas caer en una charla informal puedan tener un efecto tan drástico?

Sano sintió un vuelco en el estómago al percibir una conexión entre su oficina desierta y Hoshina.

– ¿De qué estáis hablando? -Hoy he topado por casualidad con varios conocidos mutuos. -Hoshina arrastraba las palabras, recreándose, disfrutando de la turbación de Sano-. Les he mencionado que os está costando resolver este caso, y que la muerte del coronel Ibe no ha ayudado. Les ha interesado descubrir que el caballero Matsudaira está sumamente insatisfecho con vos y que eso ha puesto en peligro la consideración en que os tiene. -Hoshina sacudió la cabeza con falsa compasión; los ojos le centelleaban de malicia-. Las ratas siempre abandonan el barco que se hunde.

Sano se dio cuenta de lo sucedido. Hoshina, que tenía espías por todas partes, había estado siguiendo su investigación, advirtiendo a la gente que era probable que no lograra resolver el caso y que más le valía limitar su contacto con él o compartirían su castigo. Si la estratagema de Hoshina daba resultado, Sano perdería su influencia ante los altos funcionarios Tokugawa y los señores feudales. Su miedo a quedar aislado y perder el control del gobierno y la nación asumió una nueva y angustiosa realidad. Debería haber previsto que su enemigo lo atacaría con malas artes cuando más vulnerable era. Lanzó una mirada furibunda a Hoshina, que esperaba sonriente su reacción.

– No puedo decir que me sorprendan vuestras noticias -dijo con disciplinada calma-. Vuestro comportamiento en el pasado ha demostrado que nunca dejaréis de intentar destruirme, por mucho que me esfuerce en hacer las paces entre nosotros. Lo que sí me sorprende es el método que habéis elegido esta vez.

– ¿Cómo es eso? -preguntó Hoshina, orgulloso de su ingenio.

– Interferir en mis asuntos saboteará el funcionamiento del nuevo régimen del caballero Matsudaira. Vuestro juego podría ser más peligroso para vos que para mí. Y hablarme de él me concede la ocasión de contraatacar.

Hoshina rió.

– Correré el riesgo. -Sano supuso que tenía tanta confianza en sí mismo que se había arriesgado a ponerlo sobre aviso sólo para ver su reacción. Hoshina no era el hombre más listo del bakufu, pero desde luego se contaba entre los más temerarios, y preferiría morir antes que renunciar a la esperanza de llegar a lo más alto por cualquier medio. Se levantó y empezó a pasearse por la habitación-. Siempre me ha gustado este despacho -dijo mientras apreciaba sus generosas proporciones, su alto techo artesonado, las paredes cubiertas de libros y mapas, las elaboradas lámparas de metal-. Cuando lo desalojéis, el sogún necesitará un nuevo chambelán. Y yo estaré preparado. -Miró a Sano con regodeo-. Debería mencionar que muchos funcionarios y daimios han prometido apoyarme ante el caballero Matsudaira a cambio de favores cuando vuestro puesto sea mío.

Sano notó que el comisario tenía otros motivos, más personales que la mera ambición, para organizar ese golpe contra él. Desparecido Yanagisawa, Hoshina necesitaba un objetivo para su ira contra el que fuera su amante. Atacando a Sano y ganando el puesto que había pertenecido a Yanagisawa, podía satisfacer su sed de venganza.

– Ahora que os habéis explayado, escuchadme un momento -dijo Sano-. Si creéis que saldréis victorioso en vuestro empeño, cometéis un triste error. -Lo satisfizo ver que la expresión de su adversario vacilaba-. En cuanto a este despacho, podéis iros olvidando de heredarlo en el futuro inmediato.

Miró con intención hacia la puerta. Hoshina captó la indirecta, pero antes de marcharse:

– Disfrutadlo ahora que todavía es vuestro. -E hizo una reverencia con exagerada cortesía. Una chispa de astucia alumbró sus ojos-. Ah, por cierto, me ha llegado una noticia interesante. Sobre la dama Reiko.

– ¿Mi mujer? -Sano sintió una punzada de sorpresa.

– La misma. Ha sido vista por el poblado hinin y el distrito del ocio de Riogoku Hirokoji. Mis fuentes en el tribunal cuentan que está investigando a una paria acusada de asesinato. Dicen que anda rebuscando indicios para absolverla, aunque resulta obvio que es culpable. La dama Reiko no sólo está interfiriendo con la justicia, sino que además lo está haciendo por orden vuestra porque creéis que la ley debería ser más blanda con los criminales.

Sano a duras penas logró disimular su consternación. ¡Que las andanzas de Reiko hubieran llegado a oídos de su enemigo! Sin embargo, habló con tono contenido:

– Deberías tener cuidado al elegir vuestras fuentes. No creáis todo lo que oís.

Con una mirada, Hoshina se mofó de sus palabras.

– El humo es un indicio cierto del fuego, como han dicho mis nuevos amigos al mencionarles las dudosas actividades de la dama Reiko. También se han mostrado de acuerdo en que un chambelán que adultera la ley a su antojo y manda a su mujer a hacerle el trabajo sucio no se merece su puesto. Eso los ha convencido de cortar sus relaciones con vos. -Y antes de que Sano diera con una respuesta, añadió-: La dama Reiko me ha hecho un favor. Os ruego que le transmitáis mi agradecimiento… y mis mejores deseos para vuestro hijo.

Y abandonó el despacho soltando una carcajada sardónica.

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