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Azucena se relajó con cautela.

– ¿De qué?

– De tu ex jefe.

– ¿Está metido en algún berenjenal? -La esperanza le animó la cara.

– Es posible -dijo Reiko-. ¿Trabajabas en la feria cuando su socio Taruya la dirigía con él?

– Sí. Llevo catorce años trabajando aquí. -Una expresión amarga le acudió al rostro amoratado-. ¡Catorce años, y me echa por coger un dinero que me había ganado con el sudor de mi frente!

– ¿Qué tal se llevaban?

– Siempre andaban discutiendo por dinero.

Y la discusión se había resuelto a favor de Mizutani. Reiko prosiguió:

– Qué oportuno para Mizutani que alguien denunciara a Taruya por mantener relaciones incestuosas con su hija.

– ¿Es eso lo que os ha contado ese gordo, que alguien denunció a Taruya? -Su voz se tiñó de malicia-. Fue él. Lo denunció él.

Eso ponía el asunto bajo otra luz.

– ¿Cómo lo sabes?

– Cuando Mizutani celebraba fiestas en su casa, yo solía atender a los invitados. Oía de lo que hablaban. Una noche sus invitados fueron dos doshin. Les dijo que había sorprendido a Taruya y su hija Yugao juntos en la cama.

Una idea inquietante asaltó a Reiko.

– ¿Decía la verdad al contar que había presenciado el incesto?

– No lo sé, pero yo nunca oí que pasara nada raro entre Taruya y Yugao. Tampoco nadie más de la feria. Nos quedamos todos boquiabiertos.

Reiko se preguntó si Mizutani se habría inventado el episodio. Sin el incesto, Yugao se quedaba sin móvil aparente para el asesinato

Azucena adoptó una expresión ansiosa.

– ¿Puede meterse en líos Mizutani si mintió?

– Si mintió será castigado -dijo Reiko. Su padre aborrecía las falsas acusaciones y no toleraría una que había convertido en parias a una familia entera.

– Oí que Yugao había matado a su padre. ¿Lo hizo de verdad, o podría haber sido Mizutani? -A la bailarina se le hacía agua la boca ante la perspectiva de ver a su ex jefe condenado y ejecutado.

– Eso es lo que trato de averiguar. -En ese momento Reiko recordó algo que había dicho el jefe de los parias, y se le ocurrió otra idea-. La sentencia de Taruya habría finalizado en seis meses si no lo hubieran matado. ¿Qué pensaba Mizutani de eso?

– No se moría de ganas de que Taruya saliera del poblado hinin. No era ningún secreto -dijo Azucena con una risa irónica-. La feria lo pasó mal durante la guerra. Mizutani perdió dinero. Ha contraído grandes deudas, y los prestamistas amenazan con partirle las piernas si no paga. Le he oído decir que lo último que necesitaba era que Taraya volviese y reclamara su mitad del negocio. Y no es lo único que dijo.

Hizo una pausa, y Reiko la animó:

– ¿Y bien?

– No puedo hablar más. Tengo que encontrar otro empleo, o mi niñito se morirá de hambre. -Clavó en Reiko una mirada nerviosa e implorante-. Si os ayudo, deberíais ayudarme.

A Reiko la horrorizó imaginarse que ella y Masahiro perdiesen su medio de vida y tuvieran que abrirse paso solos. Además, presentía que la mujer tenía indicios importantes que revelar.

– Te pagaré.

Azucena asintió, agradecida y satisfecha con su propia astucia.

– El mes pasado vi a Mizutani y dos de sus ronin hablando en la sala de baile. Me quedé fuera y escuché. Nunca se sabe si una va a enterarse de algo interesante. -Una picara sonrisa asomó a sus labios hinchados-. Mizutani dijo: «Hoy he visto a Taruya. Está ansioso por recuperar su parte de la feria. Le he dicho que no es justo, yo la he dirigido todo este tiempo. Pero dice que un trato es un trato.» Uno de sus ronin comentó que Taruya todavía tenía amigos allí, y que eran mañosos que podrían crearle problemas si se echaba atrás. Mizutani dijo: «Hay un modo de acabar con ese trato. ¿Qué pasaría si muriera?»

A Reiko le hormigueó un escalofrío de emoción.

– ¿Qué más dijeron?

– No lo sé. Mizutani me vio curioseando y me echó. No oí el resto.

Una nueva visión del crimen cobró forma en la mente de Reiko:

El ronin entra de escondidas en el poblado esa noche. Llega a hurtadillas a casa de Yugaoy apuñala al padre en su cama. Cuando la madre y la hermana se despiertan e intentan detenerlo, las mata. Tiene la intención de eliminar a Yugao, pero el barrendero Ihei sale del cobertizo y lo sorprende. El barrendero huye aterrorizado. El ronin no quiere dejar testigos, pero oye gente que sale a la calle. Se escabulle de la casucha. Se esconde en el patio de atrás mientras llega el jefe de la aldea, hasta que detienen a Yugao, y luego desaparece en la noche. Por la mañana, en la feria, le cuenta a su señor que lo que había que hacer está hecho.

– ¿Y bien? -preguntó Azucena-. ¿Estáis satisfecha?

– Una cosa más -dijo Reiko. Yugao seguía siendo un misterio. Si era inocente, su confesión resultaba aún más desconcertante-. ¿Conocías a Yugao?

– No mucho. Taruya mantenía a sus hijas alejadas de la gente que trabajaba para él. -Soltó un bufido desdeñoso-. Le parecían demasiado buenas para mezclarse con nosotros.

– ¿Hay alguien que sí la conociera?

– Había una chica amiga suya. Siempre iban juntas. -Azucena arrugó la frente para hacer memoria-. Se llamaba Tama. Su padre tenía un salón de té por aquí. -Se impacientó-. ¿Me he ganado mi recompensa?

Reiko le pagó de la bolsita en que llevaba dinero para comprar información. Azucena se marchó con un aspecto mucho más alegre que antes.

– Se está haciendo tarde -advirtió Asukai. Reiko, absorta en su investigación, no había reparado en que el ocaso empezaba a oscurecer el cielo. El distrito del ocio había ganado en bullicio; las mujeres y los niños habían partido; jóvenes bravucones y soldados de permiso engrosaban el gentío-. Deberíamos llevaros a casa.

– Sólo un poco más -dijo Reiko-. Tengo que descubrir dónde estaban Mizutani y sus ronin la noche de los asesinatos. Y quiero buscar a Tama, la amiga de Yugao.

Capítulo 15

Cuando Sano llegó a casa esa noche, Reiko y Masahiro fueron a verlo a sus dependencias privadas.

– Masahiro tiene algo que enseñarte -dijo ella.

Estaba demasiado jovial, algo que despertó recelos en Sano.

– Veámoslo -dijo.

Masahiro los condujo a un ala desocupada de la mansión. De las vigas de una sala vacía que olía a polvo colgaban telarañas.

– Mira, papá -dijo el niño, señalando un cuchillo clavado en la pared-. He encontrado trampa.

Demostró cómo había activado el cuchillo dando un golpe en cierto punto del suelo con un palo. Uno de sus juegos favoritos era buscar las trampas que Yanagisawa había instalado por todo el complejo. El día en que Sano y Reiko se habían mudado, Masahiro había caído por una trampilla del almacén a un pozo diseñado para atrapar ladrones. Al principio se había llevado un susto, pero pronto le entró fascinación por las trampas. Le encantaba recorrer la mansión de puntillas, armado con un palo con el que golpeaba paredes y suelos. La verdad era que había encontrado más de una trampa que a los criados les había pasado por alto en sus registros. Vivir allí era una diversión para él.

– Está muy bien, Masahiro. -Sano dio gracias a los dioses en silencio porque el cuchillo le hubiera pasado por encima a su hijo. De haber sido tan alto como un adulto, lo habría matado-. Algún día serás un buen detective.

– Lo lleva en la sangre -observó Reiko.

A Sano se le henchía el corazón de orgullo y afecto hacia Masahiro. Daba la impresión de que su hijo se hacía mayor con cada día que pasaba. Sano albergaba sueños de que al crecer se convertiría en un honorable samurái, se labraría un nombre y tendría sus propios hijos. Se dirigió a Reiko en voz baja:

– No quiero aguarte la fiesta, pero será mejor que encargue a mis hombres realizar otra inspección de la casa mañana. -La seguridad de su precioso hijo era lo primero.

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