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Los científicos dirigentes del Instituto de cosmonáutica no estaban dispuestos a perder el tiempo. Inmediatamente le fue concedida la palabra a Sinitsin, que informó en forma breve:

— Probablemente, hace ya tiempo, giran alrededor de la Tierra dos satélites artificiales que no proceden de nuestro planeta. Tienen las mismas dimensiones y están huecos. Su forma es alargada. La sección longitudinal tiene forma de elipse y la transversal de círculo. Su longitud es de cuarenta metros. Estos datos es posible que no sean completamente exactos. Sus órbitas son en espiral. Los dos cuerpos unas veces se acercan a la Tierra y otras se alejan. La deducción, por las observaciones realizadas con los radares, es de que cambian continuamente su velocidad. Las distancias medias del centro de la Tierra son las siguientes: el primer satélite, doscientos dieciocho mil kilómetros; el segundo, ciento ochenta y seis mil. Los satélites, probablemente, son metálicos, pero no se puede determinar el peso específico del material debido a que es desconocido lo que existe dentro. La velocidad media del primer satélite es de cinco kilómetros y medio por segundo, la del otro de siete. Los datos obtenidos fundamentan la suposición de que en ambos satélites funcionan todavía sus motores, a pesar de que su aparición en las proximidades de la Tierra tuvo lugar en el año 1927 o antes. Si su movimiento por las órbitas en espiral se hubiera realizado por inercia, hace tiempo que deberían haber caído en la Tierra o en la Luna. Las órbitas las ha calculado el conocido matemático Murátov y en parte yo mismo. La posición de ambos satélites en las órbitas fue exactamente registrada a las cero horas del día de hoy y puede ser fácilmente calculada en cualquier momento. No se ha conseguido verlos con el telescopio visual, aunque su diámetro de cuarenta metros es suficiente para lograrlo. Murátov ha sugerido que son absolutamente negros y por consiguiente, invisibles, ya que no reflejan los rayos del Sol. Hemos intentado fotografiarlos con rayos infrarrojos, puesto que si son negros tienen que estar fuertemente recalentados por los rayos solares. Pero no hemos podido conseguir nada a pesar de una exposición de muchas horas. Lo mismo ha ocurrido cuando hemos utilizado placas sensibles a los rayos ultravioleta y Roentgen. A mí me parece que los satélites no son absolutamente negros sino, todo lo contrario, absolutamente blancos. Este es un enigma difícilmente explicable. He aquí todo lo que puedo informar al consejo en el momento presente. Continúan en nuestro observatorio los trabajos de observación de los satélites por medio de los radares.

– ¿No han intentado obtener fotografías con los rayos gamma? — preguntó uno de los presentes.

— No teníamos estas placas, pero las hemos pedido. En cuanto las recibamos lo intentaremos.

— No podemos esperar y seguir tranquilamente con los experimentos — manifestó el profesor Henri Stone, presidente del consejo científico del Instituto de cosmonáutica —.

Están inactivas todas las astronaves, está interrumpido todo el trabajo en el cosmos. Es una situación inaguantable. Debemos saber exactamente, lo antes posible, qué cuerpos son éstos. No podemos fundamentar en hipótesis y datos no comprobados la seguridad de las comunicaciones interplanetarias. Si los cuerpos son invisibles, cualquiera que sea la causa, no hay seguridad de que sean justas las órbitas calculadas…

— Pero Murátov y yo estamos seguros de ello — contestó Sinitsin.

— Si los cuerpos son invisibles — repitió Stone, echando una ojeada a Sinitsin —, no queda otra alternativa que dirigirse a ellos y, por decirlo así, tocarlos con las manos.

Ruego que no se ofenda el camarada Sinitsin. Nos ha informado que, según su criterio, los satélites tienen los motores funcionando y que la velocidad cambia ininterrumpidamente. ¿Qué garantía tenemos de que las órbitas no cambien? Esto puede ocurrir en cualquier momento. No sabemos quiénes y cómo los dirigen. ¿Son personas?

Es poco probable. Pero no podemos excluir la existencia de un cerebro electrónico. Y si esto es así, su programa nos es desconocido. Dejemos las controversias y discusiones para un momento más oportuno. La primera cuestión es: ¿podemos tener fe completa en los datos obtenidos?

— El nombre de Murátov nos es conocido — contestó el profesor Matthews, joven por su aspecto, pero de sesenta años de edad —. A Sinitsin lo conocemos bien. Según mi criterio, se puede considerar que las órbitas de los satélites coinciden en la actualidad con los cálculos. ¿Dígame — preguntó a Sinitsin —: sus trayectorias coinciden con los ocho puntos conocidos anteriormente?

— Sí, coinciden completamente. Los radares han localizado tres veces el satélite más lejano y cinco veces el más próximo.

– ¿Han probado ustedes otras combinaciones? Por ejemplo, ¿cuatro y cuatro?.

— Hemos probado todas las combinaciones posibles. Es más, hoy por la mañana el radar de nuevo «ha cogido» el satélite más cercano. Y su posición coincidió completamente con los cálculos.

— Esto es bastante convincente.

– ¿Cuál es la opinión de los demás? — preguntó Stone.

Los otros diez presentes se manifestaron de acuerdo con Matthews.

— Entonces planteo la segunda cuestión: ¿es necesario enviar las naves en busca de estos satélites? ¿Si es así, cuántas: una, dos o más?

El consejo se manifestó por el envío simultáneo de dos naves en busca de los dos satélites.

— Y, para terminar — dijo Stone —, la tercera cuestión: ¿ofrece peligro esta expedición?

Sinitsin se animó. Stone había tocado la cuestión que habían examinado Víktor y él hoy por la mañana.

– ¡Pido la palabra!

— Se concede la palabra al camarada Sinitsin.

— Quiero darles a conocer — comenzó Serguéi — las ideas que nos han surgido a Víktor Murátov y a mí en lo referente al peligro en la aproximación de las astronaves terrestres a los satélites. Nos encontramos ante dos cohetes exploradores, enviados por científicos de otro mundo para estudiar a distancia nuestro planeta. Es indudable que ambos satélites trasmiten información de alguna forma a aquellos que los han lanzado. Todo esto, aunque es bastante raro, a fin de cuentas es natural y para nosotros comprensible. Extraña e incluso enigmática es otra cosa. Se ha hecho todo para que nosotros, las personas de la Tierra, no pudiéramos conocer durante el mayor tiempo posible la existencia de estos satélites. Las órbitas en espiral, la velocidad variable, la pintura y, posiblemente, el mismo material, que los hacen invisibles a simple vista, y finalmente, las interferencias, indudablemente artificiales e intencionadas, impiden la localización de estos cuerpos sobre todo a corta distancia. Tantas precauciones no son casuales sino intencionadas. Y lo más interesante es que todas estas medidas están relacionadas con la técnica existente en la Tierra en la primera mitad del siglo veinte, es decir, cuando debemos pensar que estos satélites aparecieron cerca de ella. ¡Esto nos dice que esta exploración no es la primera! Aquellos que nos enviaron estos huéspedes no invitados, conocen bien nuestro planeta, saben que está poblado de seres racionales, saben el nivel de nuestra ciencia y técnica. La conocían, mejor dicho, hace cien años, pero es posible que conozcan también la Tierra actual. No en balde nos han dificultado las búsquedas de sus exploradores. ¿Qué nos dice todo esto? Supongamos que nosotros nviáramos unos exploradores al vecino sisteir. i solar en dirección de cualquier planeta. ¿Tomaríamos medidas para que los habitantes de este planeta no pudieran ver a nuestros mensajeros?

¡Claro que no! Todo lo contrario, haríamos todo lo que dependiera de nosotros para que los vieran, porque los consideraríamos como un medio de comunicación con otro mundo racional, como un medio para darles a conocer nuestra existencia. De esta forma y no de otra deben de obrar los seres racionales de cualquier mundo. Pero nosotros observamos un cuadro completamente diferente.

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