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– ¿Qué significa un siglo? Esto para nosotros, para las personas, un siglo es toda una vida. Pero desde el punto de vista de la historia de la humanidad esto no es tanto.

Vosotros, astrónomos, no conocéis ni un solo sistema planetario en las estrellas próximas al Sol, en el que pueda surgir una vida racional. ¿No es así? ¡Exactamente! Entonces, los amos de los satélites viven muy lejos. Es posible que el camino de ellos hacia nosotros dure muchos años, mientras que en su planeta pasan siglos. Hay para reflexionar.

Volaron hacia nosotros hace un siglo y dejaron «algo» cerca de la Tierra. Probablemente este «algo» debía esperar su segundo vuelo. ¿Para qué? Esto no lo sabemos.

— Estás en contradicción — dijo Sinitsin —. Unas veces afirmas su presencia cerca de la Tierra. Otras «hace cien años.»

– ¿Y si es lo uno y lo otro? — Murátov se inclinó hacia adelante y miró fijamente a los ojos de su amigo —. ¿Y si ellos lanzaron los satélites durante su vuelo hacia nosotros hace cien años, y después ininterrumpidamente, comprendes, ininterrumpidamente los observan, sustituyendo el personal de su base en la Luna? ¿Acaso estos satélites no pueden ser muy importantes para ellos? ¿Es posible que esto sea un eslabón de un plan minuciosamente pensado?

– ¿Dirigido contra la humanidad de la Tierra?

– ¡En eso estamos! Tú mismo has hecho esa deducción lógica.

— Eres maestro en hacer que tu interlocutor piense lo mismo que tú. Pero no por esto tus razonamientos se convierten en la verdad. ¡Oh! Víktor, por lo que veo te has metido en un callejón sin salida. ¿Pero es posible pensar que la humanidad de un planeta creara un complot contra otra humanidad? Esto carece de todo sentido. Perdóname, pero no dices más que tonterías.

— Esta bien. Pero os aconsejo que andéis con mucha precaución cuando encontréis esta base.

— Entonces, decididamente resuelto…

— Sí. No voy con vosotros. Me han propuesto participar en otro asunto más interesante.

– ¿No es un secreto?

— Ningún secreto. ¿Has oído hablar del proyecto de Jean Leguerier?

– ¿El vuelo en un asteroide por el sistema solar?

— En Mermes.

– ¿Tú quieres volar en él?

— Todavía falta mucho para realizar este vuelo. Leguerier propone cambiar la órbita de Hermes, para que el asteroide vuele por todo el Sistema solar, desde Mercurio hasta Plutón. Entonces se puede enviar hacia él una gran nave cósmica y sin ningún gasto de energía recorrer volando todos los planetas.

– ¿Para qué vas a intervenir si no eres astrónomo?

— Es necesario calcular la órbita futura para que pase cerca de cada planeta durante este raid. Esta es un tarea muy complicada. Y todavía es más difícil obligar a Hermes a pasar a esta órbita por medio de fuerzas de reacción. En esto puedo ayudar a Leguerier como ingeniero y como matemático. Pero no voy a volar con él.

– ¡Te deseo suerte! — Murátov comprendió por el tono de su amigo que éste se había ofendido y entristecido —. Ocúpate de Hermes ya que esto es más interesante para ti.

– ¡Qué gracioso eres, Serguéi! ¿Para qué me necesitáis?

— Para nada nos haces falta — Sinitsin reflejó en su cara completa perlejidad —.

Sencillamente yo quisiera terminar este asunto juntos. Y en la expedición… cualquiera será más útil que tú.

Murátov se rió.

— De ti, Serguéi, saldrá un actor como de mi una bailarina. ¡Deja ya! Yo también estoy apesadumbrado, pero en verdad no puedo perder el tiempo. Te diré en secreto: no me gustó volar en el cosmos. Esto no es de mi agrado.

– ¡No hace ninguna falta! Quédate en la Tierra. Es más tranquilo… y seguro.

Murátov frunció el ceño.

— Esto ya es maldad y es injusto, Serguéi.

– ¡Bueno, perdóname! Yo no había pensado esto. Qué vamos a hacer si eres tan terco. Yo no puedo negarme aunque sé que mi aportación no será grande; pero estos satélites me tienen absorbido.

— Te comprendo. ¿Cuándo saldréis?

— Pasado mañana.

– ¿Tan pronto?

— Los preparativos han terminado.

Entonces repito tus palabras «¡te deseo suerte!» pero en el buen sentido de la palabra, sin ironías.

Pasados seis meses Sinitsin y Murátov se encontraron de nuevo en la misma habitación.

¡La expedición regresó con las manos vacías!

No fueron coronados por el éxito los esfuerzos para encontrar el refugio secreto de los dos satélitesexploradores. Nada indicó que en las entrañas de los contrafuertes escarpados del cráter Tycho se ocultara la base de un mundo extraño. No se pudo encontrar ningún vacío ni auscultando los terrenos montañosos, ni sondeándolos con ultrasonido, ni haciendo su radiografía, ni con la común y corriente perforación de las rocas. Parecía que nunca mano alguna había alterado la eterna tranquiliadad del cráter.

Las búsquedas se llevaron a cabo más allá de sus límites. Durante seis meses los participantes de la expedición exploraron, con los medios técnicos más potentes (desde la Tierra fueron enviadas una tras otra cinco astronaves cargadas de equipos) la superficie de la Luna en un radio de quinientos kilómetros a partir del centro del cráter.

¡Todo fue en balde! Si en realidad existía la base, estaba extraordinariamente enmascarada…

– ¿Te acuerdas de mis palabras de que yo no volaría con vosotros porque no quería perder el tiempo? — preguntó Murátov.

— Lo recuerdo. Tú quieres decir…

— Exactamente. Estaba absolutamente seguro de que no encontraríais esta base, en caso contrario obligatoriamente hubiera ido con vosotros.

– ¿Por qué estabas tan seguro?

— Porque las medidas de seguridad de que iban dotados los satélites me convencieron de que sus amos tienen motivos muy serios para ocultar sus intenciones a las personas de la Tierra.

6

Pasaron dos años.

Los satélitesexploradores no volvieron a aparecer cerca de la Tierra. Pero se podía suponer que habían cambiado el sistema de su «defensa» Y eran invisibles no sólo, como antes, por los telescopios visuales, sino también para los radiotelescopios. Si esto es así entonces ahora son mucho más peligrosos.

Las astronaves salían de la Tierra tomando grandes precauciones y sólo se les autorizaba a desarrollar su velocidad más allá de la órbita de la Luna.

No cesaron las búsquedas de la base secreta pero como antes no hubo resultados efectivos. Y en la opinión pública iba apareciendo, y fortaleciéndose gradualmente, la convicción de que en la Luna no había, y nunca hubo, ninguna base.

Los satélites, razonaban estas personas, no se ocultaron en la región del cráter Tycho, sino que es posible que hayan ido más allá de los límites del sistema solar. Encontrando en su camino espiral a la Luna, la pasaron y siguieron más adelante. Se podían explicar las señales registradas por las tres naves, como una radiación de los mismos satélites, que no tenía ningún sentido y que no era transmisión de radio. Podían haber lanzado ondas extracortas los motores desconocidos de los satélites, ya que nadie sabe su construcción y principios de funcionamiento. Y era una cosa «completamente casual» que las líneas de localización coincidieran en el cráter Tycho, ya que podían haber coincidido en cualquier otro lugar. ¡Tampoco tenía importancia el que estas líneas coincidieran en el mismo punto, donde, según los cálculos de Murátov y Sinitsin, terminaba la trayectoria de los dos satélites! ¡Estas casualidades suelen ocurrir!

La salvadora palabra «coincidencia» actuaba como un calmante en la opinión pública.

La mayoría de la población del globo terrestre pronto dejó de pensar en los satélites. La época era agitada. El pensamiento mundial liberado de las enmarañadas ideas seculares tomaba por asalto los secretos de la naturaleza con una energía y tenacidad desconocidas. Se sucedían uno tras otro descubrimientos que dejaban perplejos. El poder del hombre sobre la naturaleza crecía «a ojos vistas».

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