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El radiograma de Hermes comunicando la aparición de Guianeya, y las circunstancias que precedieron a ello, como era de esperar, agitaron a toda la población del globo terráqueo.
Se esperaba con enorme impaciencia el regreso de la escuadrilla.
Las instalaciones de radio automáticas recibían enorme cantidad de radiogramas de la Tierra, Marte, Venus, de todas las partes donde había personas, saludando a Guianeya.
Toda la humanidad acogía con entusiasmo su llegada, ¡la llegada a la Tierra del primer representante de otro mundo racional!
La acogida prometía transformarse en una grandiosa manifestación.
Le mostraban a Guianeya montones de radiogramas, esforzándose por explicarle con gestos que estaban dirigidos a ella y que la esperaban con impaciencia en la Tierra.
¿Había comprendido? A todos les parecía que había comprendido, pero exteriormente manifestaba indiferencia.
El comunicado de que ella tenía que volar a la Tierra, lo recibió la enigmática huésped con la misma indiferencia.
La explicación la hizo Weston. Indico a Guianeya en una carta estelar, especialmente dibujada para esto, el círculo que designaba a Hermes y después la Tierra. Comprendió claramente sus gestos. Después el ingeniero dibujó una flecha, signo que era difícil que no comprendiera cualquier ser pensante, sobre todo un astronauta. La punta de la flecha se apoyaba en la Tierra.
Guianeya miró a Leguerier que estaba al lado. Después hizo un gesto suave con la mano, muy expresivo, que podía sólo significar: «¡Volemos hacia allá!». No podía caber ningún error en el significado de este gesto. Cada pequenez en la conducta de la huésped provocaba una atención constante. Todos observaron que aunque la explicación la dio Weston, Guianeya «se dirigía» exclusivamente a Leguerier. ¿Era posible que hubiera acertado que era el jefe? En la conducta del jefe de la expedición no había nada que le hiciera destacar de los demás. Parecía que nada podía haber indicado esto a Guianeya, y sin embargo acertó sin vacilación ninguna.
Este hecho raro le recordó a Murátov la conversación que había tenido con Leguerier.
La conducta de Guianeya era como la confirmación de las palabras del científico francés.
La huésped se vio obligada a dirigirse a alguien y eligió al jefe de la expedición ignorando a los demás.
«¿Cómo ha podido acertar que Leguerier es el jefe?», pensó Murátov.
A Roald Jansen — astrónomo, médico y biólogo — que cumplía en Hermes las funciones de médico, le intranquilizó mucho el futuro viaje de Guianeya a la Tierra.
— Aquí — decía — el aire es puro. No hay ni un solo microbio. Sin embargo, en la Tierra los hay. ¿Cómo influirá esto en el organismo de Guianeya?
¿No se enfermará nada más llegar?
Sobre este tema se celebró una conversación especial con la Tierra, donde compartían los temores de Jansen.
Guianeya no tenía a dónde ir. Era imposible que se quedara en Hermes. No quedaba por lo tanto ninguna otra solución que enviarla a la Tierra.
Parecía que todo estaba claro.
Pero nadie quería actuar sin conocimiento de Guianeya. Estaba de acuerdo en volar pero era necesario explicarle el peligro amenazante. Era posible que no lo supiera, que no sospechara el riesgo tan grande que tenía que pasar al llegar a la Tierra.
Se decidió conocer a toda costa el criterio de la huésped.
¿Pero cómo hacerlo?
— No tenemos otro camino — dijo Jansen — que explicárselo por medio de dibujos, esquemas y tablas biológicas: el metabolismo, la respiración, etc. Si conoce la biología lo comprenderá, si no la conoce no se enterará de nada. El camarada Weston dibuja muy bien y le pido que prepare algunos dibujos según mis indicaciones. Después, probaremos.
— Pienso que estas explicaciones deben darlas dos — dijo Leguerier —: yo y Jansen. A los demás les ruego que no estén presentes: Hay que tener en cuenta la posibilidad de que Guianeya no comprenda y hay que compadecerse de su amor propio.
El experimento se realizó en vísperas del vuelo.
– ¡Qué hacer si Guianeya comprende y renuncia a volar a la Tierra? — preguntó Murátov en el mismo momento cuando Leguerier y Jansen se disponían a visitar a la huésped.
A Guianeya le habían dejado el camarote de uno de los astrónomos y casi no salía para nada.
— Lo comunicaremos a la Tierra — contestó Leguerier —. Pero pienso que no podrá negarse. Tendrá que comprender que no tenemos otra solución.
— Puede suceder también — añadió Jansen — que Guianeya tenga que andar en la Tierra con escafandra, y vivir en un local especial con aire destilado.
Muratóv movió la cabeza.
— En esto no estará de acuerdo.
– ¿Para qué hacer conjeturas? — dijo Leguerier —. Está de acuerdo, no está de acuerdo. ¡Lo veremos! ¡Vamos, Jansen!
El experimento resultó bien. Por lo visto Guianeya había comprendido bien el idioma gráfico del biólogo. Pero los gestos de respuesta de la huésped no los comprendieron ni Jansen, ni Leguerier. ¿Estaba de acuerdo en volar a la Tierra después de sus explicaciones?
Para aclarar esta pregunta de nuevo se puso ante Guianeya la carta de Weston. Ella se sonrió y de nuevo repitió el mismo gesto suave que todos comprendieron como «¡volemos!».
— Hemos hecho todo lo que hemos podido — dijo Leguerier —. Llévenla a la Tierra. Por lo visto no tiene miedo a ningún contagio. Enviaré un radiotelegrama detallado y allá decidirán lo que es necesario hacer. No pierdan tiempo.
— Parece que ellos conocen nuestro planeta mejor de lo que pensábamos — hizo notar Murátov.
— Por lo visto es así.
Guianeya no tenía ninguna pertenencia. Se presentó en Mermes en un mundo extraño, vestida tan ligeramente como si se encontrara no en el cosmos, sino en su casa.
Exactamente lo mismo que si hubiera ido de visita para muy poco tiempo. Esta circunstancia, más que rara, no dejaba de asombrar a todos en Hermes y en la Tierra. Era incluso difícil presuponer lo que la impulsó a realizar tal hazaña. No podía estar vestida de tal forma en la nave cósmica. Y la explicación de Leguerier les pareció a todos demasiado fantástica. Aquí era donde se ocultaba el secreto cuya solución se esperaba hallar sólo posteriormente.
Llamaba la atención el que los pequeños y muy elegantes zapatos «dorados» de Guianeya tenían suelas magnetizadas. Esto demostraba que el calzado, que parecía absurdo tratándose de vuelos cósmicos, estaba destinado precisamente para el estado de ingravidez, es decir, para el cosmos.
Esta alta muchacha, toda adornada con oro, tenía un aspecto extravagante entre los cosmonautas que estaban vestidos con trajes oscuros. Era más alta que ninguno excepto Murátov. Esbelta, con movimientos ligeros y ágiles, casi felinos, parecía que no caminaba, sino que se deslizaba por el suelo. Su extraordinariamente espesa cabellera, llegaba en abundancia más abajo de la cintura, y en la nuca estaba recogida con un broche en forma de hoja o rama de una planta desconocida en la Tierra. Estas mismas «hojas» cubrían sus rodillas, a las que no llegaba su vestido corto y abierto.
El aire del observatorio fue calentado hasta los dieciocho grados Gelsius, pero por lo que se veía Guianeya no sentía frío. La huésped rechazó el traje que le ofrecieron.
Jansen tenía grandes deseos de medir la temperatura del cuerpo de Guianeya pero ésta rechazó bruscamente el intento del médico, con poca cortesía desde el punto de vista terrestre, apartando el termómetro con la mano. ¡ Incluso no permitía que nadie la tocara. Por lo visto, saludarse estrechándose la mano no era una cosa aceptada en su patria, y si alguien al encontrarse con ella le tendía la mano, Guianeya daba un paso atrás y levantaba la mano hasta el hombro con la palma hacia adelante. Este era el gesto con que ella saludaba a las personas al conocerlas por primera vez.