– ¿Usted nos quiere ayudar a encontrar los satélites?
— De una forma rara los denomina usted. Su nombre no puede ser traducido a su idioma. Sí, les quiero ayudar y puedo hacerlo. Marina ha sabido demostrarme que esto es mi deber. Es necesario ser consecuente — repitió Guianeya —. Lo que ustedes quieren encontrar, y es necesario hacerlo cuanto antes, es invisible para ustedes, pero no para mí. Nuestros ojos ven más que los suyos. Esto lo sé hace mucho tiempo. ¿Entonces, dígame, me llevan con ustedes o no? ¡ — Claro que la llevamos. Esto es para nosotros una alegría. Ahora mismo le comunicaré su deseo a Stone. Es el jefe de nuestra expedición — aclaró Murátov.
— Lo sé.
Murátov utilizó el momento oportuno. — Sí — dijo —, casi me había olvidado. Usted siempre sabe exactamente quién es el jefe en un momento determinado…
Vio que Guianeya había comprendido la alusión.
Pero respondió saliéndose por la tangente.
— Yo he leído algo sobre esto. Mejor dicho me lo ha leído Marina. En el Japón — (por primera vez, hablando en español, se cortó Guianeya en esta palabra) — no había nada escrito en el idioma que yo sé.
Guianeya se levantó.
— Gracias, Guianeya — dijo Murátov —. Gracias en nombre de todos. Estoy muy contento de que usted haya cambiado su actitud para con nosotros.
— Esto podía haber tenido lugar antes. Usted tiene la culpa, Vífctor. No había por qué menospreciarme.
Murátov no encontró palabras para responder a esta manifestación.
— Pienso que habrá un traje para mí. Los dos tenemos casi la misma talla.
— Claro que habrá. Usted ha visto en Hermes nuestros trajes «cósmicos». ¿Son parecidos a los suyos? — Murátov no pudo contenerse a la tentación de probar una vez más la suerte.
Esta vez consiguió su objetivo.
— No del todo — contestó Guianeya —. Pero en general son parecidos.
— Pensábamos que su vestido de color oro era un traje para los vuelos.
— Es una suposición absurda — respondió bruscamente Guianeya —. ¿Acaso puede uno volar vestido de esta forma?
– ¿Por qué se presentó usted ante nosotros precisamente de esta forma?
Esperando la respuesta retuvo la respiración.
¿Se descifraría o no uno de los enigmas?…
Una profunda desilución se apoderó de él cuando Guianeya en vez de la respuesta dijo:
– ¡Hasta mañana! No es necesario que me acompañe. Sé que ustedes tienen esta rara costumbre. Me he alojado cerca de aquí.
– ¿Dónde se ha alojado?
— Me lo indicaron inmediatamente en cuanto llegué. No sé cómo se llama la calle pero la casa está al lado de la suya. — Le miró con los ojos clavados en él —. Usted ha dicho que está contento porque he cambiado mi actitud para ccn ustedes. Esto no es cierto. Es la misma que antes. Pero he comprendido muchas cosas. Y no voy a explicar cuáles son.
Esto usted no lo comprenderá.
Estas palabras le recordaron a Murátov a la antigua Guianeya, «orgullosa y altiva», tal como les pareció a todos en Hermes.
– ¡Haga la prueba! — dijo sonriendo Murátov —. Es posible que pueda comprenderla.
– ¿Usted? — dijo ella subrayando esta palabra —. Es posible. Quiero pensar que es así — añadió —. Debo pensar así. Pero quisiera que me comprendieran todos. ¡Adiós!
Quedándose de nuevo solo, Murátov estuvo largo rato sentado en el sillón profundamente pensativo. Intentó comprender lo que quería decir Guianeya en la última frase.
Lo comprendió no ahora, sino mucho más tarde.
7
El ojo humano percibe una parte relativamente pequeña del espectro de la energía radiante, limitado éste, por una parte, por las ondas rojas y, por otra, por las ondas violeta.
La zona comprendida entre las ondas rojas y violeta lleva el nombre de «visible». Los rayos infrarrojos y ultravioleta, que se diferencian de los visibles sólo por la longitud de onda, no excitan el nervio óptico y no producen sensaciones luminosas, aunque por su naturaleza son iguales a los visibles.
El ojo es un órgano sensible y suficientemente exacto, pero no se le puede considerar de ninguna forma como perfecto. Pueden existir otros órganos de vista capaces de percibir una banda más amplia de frecuencias. En la Tierra, muchos de los animales denominados nocturnos, como el buho o la lechuza, ven las radiaciones infrarrojas de los cuerpos calientes, por eso pueden cazar en la oscuridad.
Se sabía que los ojos de Guianeya eran más hipermétropes que los de las personas de la Tierra. Ahora, después de lo que le dijo a Murátov, estaba claro que no sólo la agudeza de la vista los diferenciaba de los «terrestres», sino también la capacidad de percibir como luz la energía radiante de lo cual no eran capaces los ojos de las personas de la Tierra.
¿En qué límites? ¿Qué parte del espectro alcanzaba su vista? ¿Qué veía más, las ondas cortas o las largas? ¿O era posible que unas y otras?
Aún era desconocido. Pero ahora, cuando Guianeya había entrado en el camino de la franqueza, se tenía la esperanza de que consistiera que los oculistas investigaran su vista.
Los participantes de la Séptima expedición consistieron satisfechos que Guianeya fuera con ellos. Su participación en las búsquedas aumentaba considerablemente las probabilidades de éxito, incluso aunque ella no supiera exactamente dónde se encontraba la base, ya que según había dicho ella, podía ver lo que era invisible para las personas.
Había pasado muy poco tiempo, sólo una noche, entre la conversación de Murátov con Guianeya y la partida de la astronave, pero el «descubrimiento» ya había tenido tiempo de difundirse por todo el mundo. Ya por la mañana se conocía el criterio de destacados científicos relativo a la vista de Guianeya. La mayoría opinaba que para ella era visible la parte infrarroja del espectro. El parecido general del organismo de Guianeya con el de las personas de la Tierra obligó a pensar de que era poco probable que sus ojos se diferenciaran tanto de los terrestres, que pudieran sin daño alguno aguantar la «luz ultravioleta», tan dañina para la vista. Este criterio se confirmó porque Guianeya llevaba gafas ahumadas cuando estaba al sol en los lugares sureños, lo mismo que las personas de la Tierra.
Si la suposición era cierta, Guianeya podía ser para la expedición una pantalla infrarroja viva. Claro está que esta «pantalla» sería mucho más cómoda y segura que cualquier aparato.
Propusieron a Marina Murátova que acompañara a Guianeya.
— No es necesario — contestó —. Guianeya puede hablar con Víktor. Además de él hay tres participantes de la expedición que dominan el español. Mi presencia no está dictada por la necesidad. ¿Para qué una persona de más e innecesaria?
Murátov se enteró detalladamente, en la conversación que mantuvo con su hermana por radiófono, de los motivos que impulsaron a Guianeya a la idea de participar en el vuelo a la Luna.
— He hablado con ella de la parte moral de su acción — dijo Marina —. Me he esforzado en convencerla de que ella «ha traicionado» los planes de sus compatriotas debido a un sentimiento humanitario y noble impulso. Y por lo visto lo he conseguido. Me ha ayudado mucho cuando le he hablado de Riyagueya. Guianeya lo estima en alto grado y tiene en cuenta su opinión. No — contestó ella a la pregunta de Murátov —. Guianeya no ha intentado convencerme para que vuele con ella. Me dijo que necesita acostumbrarse a vivir sola, pues no va estar un siglo bajo mi tutela. Además, yo en realidad no quiero volar con vosotros, y estoy satisfecha de que Guianeya no haya intendado convencerme. Estoy cansada y quiero vivir unos cuantos días en completa tranquilidad.
Marina no mencionó ni una sola palabra sobre el descubrimiento que había hecho, no dijo nada de que el enigma del trato especial de Guianeya hacia Víktor había dejado de ser tal enigma. Por qué no descubrió este secreto a su hermano no estaba claro para ella, probablemente la detenía un sentimiento de delicadeza, el temor de apenar a Víktor, de estropear en algo sus relaciones amistosas con la huésped.