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— Tantas no nos hacen falta. Y es poco probable que tengamos necesidad de los cohetes.

Tókarev movió la cabeza.

— Sí — dijo —, lo sé. Usted tiene confianza en… — y con un movimiento imperceptible de la mano indicó a Guianeya.

— Precisamente en ella — dijo Murátov. Guianeya estaba en la ventana. Parecía que le interesaba el paisaje lunar, iluminado por los rayos del Sol que estaba muy alto. Según el meridiano de la estación era mediodía.

Se volvió precisamente en el momento en que hablaban de ella, con la mirada encontró a Murátov y le llamó con una seña.

En el acto se acercó a ella.

– ¿Se puede ver la Tierra desde aquí? — preguntó Guianeya.

— No, nunca.

– ¿Este lugar está lejos del Polo Sur?

— No muy lejos. Se encuentra en el borde del disco lunar que se ve desde la Tierra. Es el cráter Tycho.

— Yo no sé los nombres — contestó con impaciencia Guianeya —. A mí me interesa otra cosa. ¿Aquí, en este lugar, coincide la trayectoria que usted ha calculado?

— Sí, aquí — contestó asombrado Murátov, que no esperaba estas preguntas de Guianeya, manifestando magnífico conocimiento de la lengua española.

– ¿Este lugar siempre se ve desde la Tierra?

— Siempre. La Luna ofrece siempre a la Tierra un mismo lado.

Estaba agitado y empezaba a sospechar a que conducían todas estas preguntas.

¿Sería posible?

Se acercaron a ellos los participantes de la expedición que sabían español y dos miembros del personal de la estación. Todos esperaban conteniendo la respiración lo que dijera Guianeya.

Parecía que ella no había notado nada dirigiéndose sólo a Murátov.

— Entonces… — Guianeya se quedó pensativa un momento como si quisiera recordar algo —. Hubo una conversación que yo esuché. Riyagueya — («Otra vez este nombre», pensó Murátov) — dijo, que los satélites — pronunció esta palabra con un tono irónico — se encuentran en un lugar desde el que nunca se ve la Tierra. Añadió que están ubicados al pie de la cordillera montañosa que se encuentra no lejos del Polo Sur. Todo lo que yo veo — hizo un leve movimiento con la mano — es parecido a lo descrito por él. ¿Pero se halla aquí lo que vosotros queréis encontrar?

– ¿Dijo que la base se hallaba en el interior de un anillo montañoso? — preguntó Murátov.

— No he comprendido la palabra que usted ha dicho.

– ¿Base?

— El lugar donde ahora se encuentran los satélites.

— Creo que algo parecido. Sin duda alguna algo parecido. ¿De dónde iba yo a saber que en la Luna hay montañas circulares? Y esto lo he sabido.

– ¿Recuerda usted bien, que Riyagueya dijo precisamente así: «En el lugar de donde no se ve la Tierra»?

— Sí, lo recuerdo perfectamente.

– ¡Gracias, Guianeya! Otra vez nos presta un enorme servicio.

Guianeya hizo un gesto con el hombro.

— Hago lo que ya hice. Nada nuevo.

Y volviéndose, mostró a todos con su gesto que no tenía la intención de seguir hablando.

Pero había dicho mucho y extraordinariamente importante para las ulteriores acciones.

8

Stone convocó a todos a una reunión extraordinaria.

Si Guianeya había acertado, y parecía que esto era así, entonces la base del mundo extraño, que se había buscado a cientos de kilómetros alrededor del centro del cráter, podía encontrarse cerca de la estación, en un lugar a la vista de las personas y donde nunca se hubiera pensado buscarla.

Según había dicho Guianeya a la base no podía acercarse. Si se encontraba al lado del poblado, entonces ya centenares de veces las personas podrían haberse aproximado a ella. Lo que occurriría en este caso era desconocido pero probablemente nada bueno.

— Casualidad feliz — dijo Tókarev.

Murátov estaba sentado, enfrascado en sus pensamientos, y casi no oía el desarrollo de los debates. La vaga sospecha que le había provocado el aumento vertiginoso de la franqueza de Guianeya, se había convertido gradualmente casi en seguridad.

Hizo uso de la palabra en un momento de pausa y dijo:

— Mucho testimonia que los compatriotas de Guianeya han estado en la Tierra y en la Luna hace bastante tiempo. Evidentemente, entonces fue construida la base para los satélites y lanzados ellos mismos. No puede caber la menor duda de que esto fue hecho con malas intenciones. Pero los creadores del plan se equivocaron a todas luces. El ritmo del desarrollo de la humanidad de la Tierra, de su ciencia y técnica superó sus suposiciones. Pensaron que la Luna seguiría inaccesible para nosotros cuando por segunda vez estuvieran en la Tierra. Tampoco hay la menor duda de que la nave cósmica que se destruyó en las proximidades de Hermes, se dirigía precisamente a la Luna. Esta era la segunda visita al Sistema solar. ¿Para qué volaron? ¿Qué es lo que querrían hacer si no hubieran muerto? Esto es muy importante saberlo y Guianeya lo sabe. Claro está que es una casualidad que las personas no se hayan encontrado con la base invisible, pero en esto no está lo más importante. A mí me extraña la exigencia de Guianeya de destruir la base, ella aconseja esto pero de por sí es una exigencia. ¿En realidad es tan peligroso acercarse a la base? ¿O es posible que Guianeya sencillamente quiera impedirnos que conozcamos las instalaciones de la base, enterarnos del objetivo de sus amos? ¿Es posible que sea una maniobra la tan precipitada e inesperada franqueza de Guianeya? Ella ha comprendido que las personas de la Tierra tarde o temprano encontrarán lo que quieren, y ha decidido embrollar, desbaratar nuestros proyectos. Esto lo explica claramente su interés por la Sexta expedición, toda su conducta de los últimos tiempos. Esto lo valoramos positivamente por lo que se refiere a nosotros, pero puede resultar otra cosa. Su deseo de participar en la expedición puede ser la causa de querer convencerse personalmente de que la base ha dejado de existir y de que su secreto ha quedado desconocido para nosotros.

– ¿Usted inculpa a Guianeya de deslealtad? — preguntó Stone.

Murátov como impulsado por un resorte saltó del sillón.

— Y no la acuso de nada. Desde su punto de vista ella puede tener plena razón. Dentro de mí todo protesta contra mis propias palabras. Yo sólo he expuesto una de las versiones posibles. Y sólo esto.

— Vale la pena pensar en esto — dijo Tókarev —. Es muy seductor conocer las instalaciones de la base y los satélitesexploradores. Pero menospreciar las palabras de Guianeya sería una imprudencia.

— Está completamente claro — dijo Stone —. Vamos a pensar si podríamos comprobar por medio de los robots el grado de peligro que representa esta base.

La reunión tomó un carácter de tipo estrictamente especial y Murátov salió de la habitación.

Vio a Guianeya en la sala general. Estaba en la misma ventana y con la misma pose.

Se acercó lentamente a ella remordiéndole la conciencia, arrepentido ya de la sospecha que lo incitó contra ella. Pero hizo bien en decirlo, si había acudido a su mente tal pensamiento: no se puede despreciar nada en este asunto…

Guianeya no se volvió. Parecía que no se había dado cuenta de que se acercaba a ella. Pero cuando se detuvo detrás, ella dijo:

— Mire, Víktor. Ya hace tiempo que observo y no puedo comprender nada. La sombra no se mueve. Se puede pensar que la Luna no gira.

— No, Guianeya, gira — contestó Murátov, pensando: ¿es que Guianeya le ha conocido por los pasos? — , la Luna gira, como todos los cuerpos estelares, sólo que muy lentamente. Da una vuelta en veintiocho días terrestres. Por esto es muy difícil notar el movimiento de la sombra.

– ¿Para qué hace falta esto?

– ¿Qué hace falta? ¿Observar el movimiento de la sombra?

— Yo hablo de otra cosa. ¿Para qué le hace a usted falta que la Luna gire tan lentamente? ¿O esto favorece la realización aquí de trabajos científicos?

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