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¿Cómo podían llamar la atención personas parecidas a Guianeya? ¿El tono verdoso de la piel? Era fácil ocultarlo recurriendo al maquillaje o a un fuerte tostado. ¿La forma no corriente de los ojos? Era posible que prestaran atención a esto, pero no era un síntoma tan destacado para producir admiración a despertar cualquier sospecha a personas que no podían concebir la existencia de seres de otro mundo.

Tal pequenez, aunque hubiera incluso llamado la atención, no podría recordarse y pasar a la historia.

De esta forma se descubrió uno de los secretos que rodeaban a Guianeya.

Marina Murátova conocía bien el español. Por esto comprendió por qué recordaba tan fácilmente las palabras del idioma de Guianeya.

Ahora tenía que resultar más fácil el ulterior conocimiento de este idioma.

Era una gran tentación el hablar a Guianeya inesperadamente en español, sorprenderla de improviso, pero a Marina la aconsejaron que no lo hiciera. Si la huésped, a pesar de todo, hizo su pregunta sin intención, casualmente, lo mejor sería aparentar que pasaba desapercibida. Y si era premeditadamente, tanto más necesario era no precipitar los acontecimientos. Que Guianeya fuera ella misma la que decidiera cuando era necesario hablar «a toda voz». Ya que había comenzado era necesario seguir adelante. A Marina se le ordenó seguir atentamente cuáles eran los artículos que Guianeya leía en las revistas españolas, aclarar cuál era el grado de dominio de este idioma y qué era lo que más le interesaba. Se aconsejó a las redacciones de las revistas españolas que cada vez insertaran con más frecuencia artículos sobre los satélitesexploradores y repetir otra vez toda la polémica que se desencadenó hace tres años sobre el problema del lugar donde se encontraban en la actualidad.

A nadie le cabía la menor duda de que Guianeya aunque supiera esto habría de callar.

Pero podía suceder que le interesaran las suposiciones de las personas de la Tierra y, que por casualidad, se le escapara alguna frase que derramara aunque no fuera más que un poco de luz en las tinieblas del secreto.

¿Quién podría pensar que todos estos artificios no eran necesarios y que la cuestión, por la que tanto interés tenían todos, se aclararía muy pronto e inesperadamente?

3

Víktor Murátov estaba muy ocupado en estos días y no sabía nada sobre las noticias que conmovían la Tierra. Fue llamado urgentemente a uno de los centros de cálculo ligado con la expedición de Jean Leguerier y que controlaba el movimiento de Hermes.

Surgió una complicación imprevista. Hermes se encontró en su camino con un gran cuerpo, un asteroide todavía no conocido. Los radares y gravímetros avisaron a su debido tiempo el encuentro y el choque catastrófico se pudo evitar. Pero cambió la trayectoria de Hermes. Fue necesario dar instrucciones a Weston qué instalaciones de reacción y en qué tiempo habría de poner en funcionamiento para corregir el curso.

Leguerier y Weston hicieron ellos mismos los cálculos y los comunicaron a la Tierra.

Coincidieron con los realizados en el centro de cálculo. Ahora se tenía que hacer la cuarta comprobación, la última. En asuntos de este tipo ya se había establecido como una tradición que los cálculos se realizaran cuatro veces.

Como siempre que Murátov se enfrascaba eu el trabajo apartaba de su mente todo lo demás.

Cuando el trabajo se hubo terminado (la cuarta vez fue obtenido el mismo resultado), quedaba poco tiempo y Murátov se dirigió apresuradamente a Poltava.

Bolótnicov podía habérselo contado todo, pero su conversación tomó inmediatamente otra orientación. Y marchando hacia Selena para entrevistarse con Guianeya, Murátov no pudo sospechar que en sus planes entraba una circunstancia nueva y muy importante.

Y esta se refería precisamente a él.

El español era casi un idioma natal para Víktor. Sus padres que eran de procedencia rusa vivieron mucho tiempo en España. El padre trabajó en una expedición geológica y la madre fue una de los arquitectos de la construcción de una gigantesca ciudad infantil en el litoral sureño de la península Ibérica.

Víktor nació y pasó los primeros años de su vida en Almería y allí terminó la primera enseñanza.

Si hubiera conocido la noticia que produjo sensación mundial, para él estaría claro por qué el idioma de Guianeya le parecía conocido. Sólo hacía cuatro días había hablado de esto con Bolótnikov en el vagón del sharex.

Pero Murátov no sabía nada.

Selena le asombró por sus dimensiones. Era considerablemente más grande que Poltava aunque se la consideraba como el suburbio. La ciudad había crecido durante cinco años en un lugar desierto con una velocidad fabulosa. Las casas, las calles incluso los jardines y parques le parecieron particularmente limpios, pintados, como si fueran nuevos. Se sentía la influencia de una arquitectura en toda la ciudad. La grandiosidad del pensamiento y el trabajo encarnados en la edificación producía una fuerte impresión.

Murátov, sin duda alguna, conocía la enorme amplitud de los trabajos que se realizaban en todas partes, en todo el planeta, los nuevos centenares de ciudades, los miles de pequeños poblados, dotados de todas las comodidades, y la cantidad innumerable de estaciones científicas y técnicas. La humanidad se esforzaba por terminar lo antes posible con la vida vieja, por adaptar su planeta a las nuevas exigencias constantemente crecientes del régimen comunista.

Pero resultaba que él vivía siempre en ciudades antiguas, que tenían siglos, reedificadas, reconstruidas, pero a pesar de todo viejas.

Selena era quizás la primera ciudad nueva, completamente moderna que veía de cerca.

Se sonrió al recordar su seguridad de que el primer transeúnte le indicaría dónde encontrar a Guianeya. ¡Cualquiera la encuentra en este gigante!

Selena tenía forma de anillo. En el centro estaba ubicado el enorme cohetódromo.

El vechebús de circunvalación le llevó a Murátov a través de toda la ciudad.

Se olvidó del tiempo, de su impaciencia, de todo. La vista absorbió por completo toda su atención. A cada paso, en cada viraje se descubría un conjunto de edificios, cada uno más bello y majestuoso que el siguiente. Las casas parecían ligeras como si flotaran en el aire, la abundancia de vegetación subrayaba la ligereza de la construcción, la gran amplitud de las ventanas dejaba pasar a través de ellas gran cantidad de luz solar.

Incluso las personas que vivían aquí parecían distintas a las de otras ciudades, como si en ellas hubiera también penetrado la luz.

«Haré todo lo posible por trasladarme aquí — pensó Murátov —. Si no está prohibido mudarse debido a la superpoblación. Es necesario vivir rodeado de toda esta belleza.

Probablemente el trabajo irá más fácil aquí que en otros lugares».

Pero al parecer, no sólo Murátov sentaba estos juicios sobre Selena en la que estaba encarnada toda la experiencia, todo el genio arquitectónico y artístico de la Tierra. En las calles había mucha gente.

Cuando el vechebús hizo todo el recorrido deteniéndose en el punto de partida, Murátov miró al reloj y salió, aunque no estaría demás hacer por segunda vez el mismo recorrido. Quedaba muy poco tiempo.

Llegó al cohetódromo en el planeliot.

La vida transcurría corrientemente en el enorme campo de hormigón. El regreso de la Sexta expedición lunar no tenía nada de particular que pudiera provocar una atención especial. Casi cada día terminaban aquí sus vuelos las naves cósmicas procedentes de la Luna, Marte, Venus, sin contar las líneas interiores, planetarias. Y otras tantas despegaban de aquí. La Sexta expedición sólo interesaba a un círculo reducido de personas relacionadas con el servicio cósmico, y a tales como Murátov, que tenían conocidas entre los participantes.

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