Iban y venían por el campo las máquinas auxiliares rápidas y zigzagueantes, arrastraban lentamente su monstruoso peso las cisternas de repostado, volaban en pequeños planeliots los mecánicos y despachadores. A lo lejos en el centro del campo, brillantes de sol, estaban los cuerpos de las naves de las líneas interiores, «terrestres», y los cohetes de aterrizaje. Las naves interplanetarias no aterrizaban en el cohetódiomo.
Desembarcaban sus pasajeros o los esperaban más allá de los límites de la atmósfera.
Murátov vio muchas personas en el edificio del cosmodromo. Por lo visto hoy salía para un largo raid una nave. Algunos abandonaban la Tierra y otros les despedían.
En seguida se encontró con Stone. El presidente del consejo científico se alegró de encontrar a Murátov (tenían mucho tiempo sin verse) y le estrechó fuertemente su mano.
– ¡Y qué — dijo Murátov — otra vez nada nuevo!
— Por desgracia, nada nuevo — contestó suspirando Stone.
Se trataba de la Sexta expedición. Los dos sabían que regresaba sin haber averiguado nada. No pudieron encontrar ningún indicio de la presencia en la Luna de los satélitesexploradores o de su base.
— Esta es la última — añadió Stone —. No tiene ningún sentido continuar las búsquedas, mientras no sepamos algo nuevo, por ejemplo, de Guianeya.
– ¡Atención! — resonó una voz no fuerte pero clara —. Que embarquen los que salen para Marte. Los acompañantes pueden ir sólo hasta el vechebús.
El vestíbulo quedó visiblemente vacío. Y entonces fue cuando Murátov vio a Guianeya y Marina. Estaban junto a uno de los numerosos quioscos automáticos y conversaban animadamente. Los que pasaban cerca dirigían a hurtadillas curiosas miradas a esta pareja.
– ¿Es interesante por qué se encuentra aquí? — dijo Stone siguiendo la mirada de Murátov —. Parece que Guianeya está muy interesada por nuestras búsquedas en la Luna.
– ¿De dónde puede ella saberlo? Stone miró con asombro a su interlocutor.
– ¿Cómo — exclamó —, no sabe usted nada?
– ¿De qué?
– ¿Ha leído los periódicos estos días, ha oído las transmisiones?
— No — contestó Murátov —, no he tenido tiempo. Usted sabe de qué me ocupaba.
– ¡Vaya una cosa! — Stone movió la cabeza. ¿Y nadie le ha dicho nada? Todo el planeta no habla más que de esto y usted incluso no lo ha oído.
– ¿De qué se trata? — preguntó distraídamente Murátov que pensaba sólo en la forma de acercarse a Guianeya para que esto fuera natural. Las dos muchachas estaban de espaldas a él.
Pero desapareció como por encanto su distracción cuando Stone pronunció las primeras palabras. Le escuchaba completamente perplejo. ¡Esta sí que era una novedad!
¿Guianeya sabe español? ¡Inconcebible!
– ¿Ahora lo comprende usted? — preguntó Stone.
– ¡Cómo no! Precisamente comprendo que todo mi plan se ha derrumbado.
– ¿Por qué? — Stone conocía las intenciones de Murátov —. Todo lo contrario, esto le ayudará. Sólo que hay que obrar con prudencia, con mucha prudencia.
– ¡Precisamente por esto! Lo que significa que es necesario un plan nuevo, completamente nuevo.
— No es necesario mostrar a Guianeya que nos es conocido su secreto. Le aconsejaría, que en un momento oportuno, como si fuera casual, hablara en español con su hermana delante de ella. Elija un tema que le interese a Guianeya. Es importante y curioso ver cómo reaccionará ante esto.
Murátov miró con temor a Guianeya, que se encontraba a no más de treinta pasos de ellos.
— Hablamos demasiado fuerte — susurró al oído de Stone —. Guianeya tiene un oído muy fino.
— No hablamos en español.
— Quién sabe. A lo mejor ella comprende. Después de lo que usted me ha contado, no me fío de nada.
— Sí, esto es posible.
Un tropel de pasajeros que acababan de entrar en el vestíbulo les separó de las dos muchachas. Por lo visto había llegado el cohete de aterrizaje de una nave que había arribado o una de los raids interiores. Murátov, ensimismado por la novedad, no había oído el comunicado del despachador.
Stone miró el reloj.
— La Sexta expedición deberá llegar dentro de unos doce minutos — dijo —. Vaya a ver a las muchachas.
— Tengo un poco de temor. A lo mejor Guianeya no quiere hablar conmigo.
— Es poco probable. Su hermana comunicó que ayer Guianeya otra vez preguntó por usted.
«He acertado — pensó Murátov —. No casualmente dibujó el paisaje de Hermes».
Pero Marina y Guianeya no se encontraban en el lugar de antes. Se habían ido a alguna parte.
Murátov salió a buscarlas.
Guianeya estaba nerviosa desde el amanecer. Esto se podía notar perfectamente por sus movimientos, el tono de la voz y la expresión de la cara. Marina veía que una idea obsesionante no dejaba tranquila a su amiga.
Como siempre, antes de desayunar se encaminaron a la piscina más próxima.
Había obligatoriamente salas de gimnasia y piscinas en cada poblado o cada gran casa. Pero a Guianeya no le agradaba la pequeña piscina doméstica, le gustaba no sólo refrescarse sino también nadar.
Esta mañana, como si se hubiera olvidado del tiempo, Guianeya tardó mucho en salir del agua. Marina que ya hacía tiempo que se había vestido, esperaba a su amiga sentada en un sillón de paja.
Guianeya, incansable y ligera, recorrió rápidamente un número incontable de veces los cien metros de longitud de la piscina nadando un crawl clásico. Y como siempre, poco a poco se reunió un número grande de espectadores. Eran pocos los deportistas de la Tierra que dominaran un estilo tan perfecto.
Las manos verdosas de Guianeya se introducían en el agua y de nuevo salían de ella con la regularidad de una máquina. La espesa cabellera negra, oscilante como una capa, casi cubría la flexible figura de la muchacha.
Guianeya parecía un espejismo en el agua verdosa de la piscina iluminada brillantemente por los rayos del sol que se filtraban a través del techo transparente.
Marina recordaba perfectamente la primera visita a la piscina inmediatamente después de la llegada de la huésped a la Tierra. Recordaba cómo hubo necesidad de convencer a Guianeya para que se bañara con un traje. Costó gran trabajo explicarle con gestos que no se podía prohibir el acceso a la piscina a otras personas. Recordando los gestos de respuesta de la huésped, Marina comprendía ahora que Guianeya quería decir que no veía ningún motivo para ponerse el traje de baño si en la piscina se encontraba alguien. Y ahora, ya pasado año y medio, parecía que todavía no había comprendido esto.
Ya hacía tiempo que para todos estaba claro que Leguerier no había comprendido justamente la conducta de Guianeya desde el comienzo de su estancia entre las personas. Se desnudaba ante todos no porque tratara a las personas con altanería o desprecio, sino porque esto era, sencillamente, una costumbre establecida entre sus compatriotas. NQ comprendían por qué debían ocultar su cuerpo a las miradas ajenas.
Marina llevaba esperando más de una hora.
Cuando por fin Guianeya salió de la piscina no se le notaba el menor cansancio, y parecía que estaba en condiciones de nadar otro tanto.
Regresaron a casa.
Después del desayuno Guianeya rogó inesperadamente que le mostraran Selena.
Hasta ahora no había dicho ni una sola palabra para aclarar las causas que la incitaron a venir a Poltava. La ciudad, estaba claro que no le interesaba, ya que en los tres días que se encontraban aquí casi no había salido de casa.
La petición no causó ningún asombro a Marina. La esperaba, ya que no tenía duda de que precisamente la llegada de la Sexta expedición lunar obligaba a Guianeya a encontrarse aquí. Ahora ya no cabía la menor duda de dónde ella lo sabía. Dejó de ser un secreto la información que tenía la huésped de los asuntos terrestres.