Se han enviado estos exploradores no con el objeto de establecer comunicación con nosotros. El fin es otro. Y no quieren que nosotros, las personas de la Tierra, conozcamos estos fines. He aquí en lo que debemos pensar.
Los miembros del consejo escucharon con gran atención a Serguéi.
— Resulta — dijo después de un largo silencio el profesor Matthews —, que nos encontramos con aquello que siempre se consideraba imposible en las relaciones entre los mundos. ¡El primer encuentro con un intelecto ajeno y… pérfidas intenciones.
— No, ¿por qué? — le costó gran trabajo a Sinitsin retractarse, debido a que Víktor y él habían llegado precisamente a la misma conclusión que Matthews —. ¿Por qué obligatoriamente tienen que ser pérfidas? Incluso se puede pensar que sus intenciones son las más amistosas. Por ejemplo: los satélitesexploradores son peligrosos, es necesario tener gran precaución con ellos… ¡Es que el nivel de desarrollo de los seres que han llegado a verificar tales experimentos excluye motivos viles! — exclamó viendo reflejada la duda en los semblantes de los oyentes —. ¡Pueden ser peligrosos para nosotros! Las precauciones adoptadas por aquellos que los han enviado pueden significar: «¡Atención!» «¡Peligro!» «¡No acercarse!» ¿Y si son de antisubstancia? Esta es mi conclusión personal — hizo notar en voz baja Sinitsin.
— La va a renunciar ahora mismo — dijo sonriendo Stone —. Recuerde el caso con la astronave de línea «Tierra — Marte». Un cuerpo desconocido tocó el bordo de la nave.
Ahora sabemos que fue uno de los satélites. Al tocar dejó una abolladura pero no tuvo lugar ninguna desmaterialización.
— Es cierto, me había olvidado de esto — manifestó Sinitsin.
— Todo lo que ahora hemos oído — continuó Stone —, y que puede ser cierto o no, confirma lo fundamentado de mi pregunta: ¿ofrece peligro la expedición proyectada?
Acabo de refutar la invención de Sinitsin. Comprendemos bien lo que le ha impulsado a buscar apresuradamente una explicación. Esto hace honor a sus condiciones humanas.
Ahora quiero refutarme a mí mismo. Hace poco dije que la presencia en los satélites de personas o en general de seres racionales era dudosa y poco probable. Pero no he tenido en cuenta que estos satélites existen ya hace cien años y es posible que más. Por lo tanto hay que excluir la presencia de seres vivos, incluso aunque los habitantes de ese mundo tengan una vida muy longeva, ya que no tiene ningún sentido encerrarse durante cien años en un local estrecho. Si existe en ellos dirección ésta se realiza desde afuera o es un cerebro electrónico. ¿Entonces para qué arriesgarse? ¿Podemos destruir los dos satélites y todo se acabó? Yo soy partidario de la opinión de que intenciones pérfidas no las hay, ni las ha habido. Pero de todas formas hace tiempo que estos satélites cumplieron ya el fin para el que fueron enviados.
— Esto de ninguna forma lo sabemos — objetó el miembro del consejo Stanislav Leschinski —. Si los motores han funcionado hasta ahora, significa que fueron calculados para todo este tiempo, y de esto se deduce que todavía tienen necesidad de ellos. Pero el hecho no consiste en que los satélites sean o no necesarios a los que los lanzaron.
Tenemos completo derecho moral a destruirlos. Sus dueños no contaron con nosotros, ni nos preguntaron, incluso, ni pensaron en nosotros. No han podido dejar de comprender que cuerpos invisibles, en vecindad con el planeta, cuya técnica ha llegado hasta llevar a cabo las comunicaciones interplanetarias, representan un gran peligro. Me parece que la cuestión sólo se puede plantear de la siguiente forma: ¿Son útiles para nosotros estos satélites? ¿Nos es necesario conocer su construcción, motores, los aparatos que llevan?
Si esto es así, hay que no sólo encontrarlos, sino penetrar en ellos. Y si no, entonces destruirlos, sin exponerse.
— En esto no puede haber opiniones diferentes — dijo Stone —. La técnica de dos mundos no puede ser completamente idéntica. Obligatoriamente se encontrará algo útil.
Por ejemplo: métodos de localización de interferencias, «invisibilidad», medios de transmisión de informaciones a través del inmenso espacio que separa los sistemas vecinos. ¿Además, no sabemos si son vecinos?
— Entonces no hay más de que hablar. Es necesario y se acabó. — Leschinski «decapitó» enérgicamente esta palabra dando con la palma de la mano en la mesa —. Ya que sabemos que puede existir peligro, no es necesario, según decidimos, enviar dos naves hacia los satélites, sino una, primero hacia el primer satélite y después al segundo.
En ella deben volar sólo voluntarios.
– ¿Qué quiere usted decir con esto? — dijo asombrado Stone —. ¿Cómo pueden ser no voluntarios?
— Quiero decir que los participantes de la expedición deben saber que arriesgan la vida. Pero tiene usted razón — dijo sonriendo Leschinski — la palabra «voluntarios» es un anacronismo.
— Habrá más de los que necesitamos. Pero «¡arriesgar la vida!» es una expresión que causa temor. — Stone se inclinó hacia adelante y recorrió con la mirada a los miembros del consejo —. Propongo a cada uno que piense y resuelva ¿merece el hecho la pena?
Reinó un minuto de silencio. — ¡Sí! — dijo el primero Matthews.
– ¡Sí! — repitió Leschinski.
– ¡Sí!.. ¡Merece!..
— Ruego que se me confíe la dirección de la expedición — dijo Stone.
— Creo que mi amigo y yo nos hemos merecido este derecho y pido que se nos incluya — añadió Sinitsin.
— Murátov no está presente.
— Esto no tiene importancia. Yo le represento.
– ¿Tiene su conformidad?
— No, no he hablado con él sobre esto. Pero yo respondo…
Ya hay tres. Pienso que son suficientes cuatro o cinco personas.
— Muy reconocido — Murátov subrayó estas palabras inclinándose —. Eres encantadoramente amable. ¿Mas que pensarías si yo no tuviera ningún deseo de salir al espacio?
– ¿A esto llamas espacio? — Sinitsin se encogió de hombros —. Es al lado de la Tierra.
Más cerca que la Luna.
— Supongamos que es incluso en la misma Tierra…
– ¿Bueno, y qué?
– ¡Precisamente este qué!
– ¡Déjame en paz! — Sinitsin indignado volvió la espalda a su amigo —. ¡Qué persona eres! Te dan tal confianza y tú… ¡Puedes negarte! Ahí tienes el radiófono… — con un ademán de enfado indicó la mesa donde se encontraba el aparato.
— No tengo por qué negarme. No he dado mi conformidad para nada. ¡A mí qué me importa! Tú me has incluido en la expedición, tú me quitas.
Sinitsin se levantó de un salto y se dirigió al aparato.
– ¡Quieto! — Murátov tuvo tiempo de agarrar a su amigo del brazo y con fuerza le hizo sentarse otra vez en el sillón —, ¡No comprendes las bromas! ¿Cómo te voy a dejar solo si existe peligro? ¿Quién va a cuidar de ti? ¿Cuándo hay que volar? — preguntó Murátov con tono enérgico.
— Dentro de una semana.
— Por ahí hubieras empezado. Tengo tiempo de terminar mi trabajo que he interrumpido por tu causa. ¿Por qué tanta dilación, estando todas las astronaves detenidas?
— Ya no existe peligro. Es conocido el lugar donde se encuentran los dos satélites.
– ¿Y si cambian de órbita?
— Se notará a su debido tiempo. Los observan ininterrumpidamente casi todos los radares del globo terrestre. Les hemos dado buenos datos para que los observen.
– ¿Ha resultado bien, verdad?
– ¡No presumas! Tú sabes que has acertado por casualidad.
– ¡Oh, no! No casualmente. Que casualidad es ésta, si tuvieron que ser eliminadas todas las órbitas naturales. Esto no es más que lógica.
— O fantasía.
— Puede ser fantasía — aceptó Murátov —. Este factor nunca hay que olvidarlo. La fantasía en la ciencia es necesaria. Si la tuvieras no tendrías que gritar «¡socorro!» y llamarme en tu ayuda…
– ¡Cacareó la gallina! — exclamó con enojo Sinitsin —. Puso el huevo y se imagina que ha salvado a Roma.
— Fueron gansos. Pero no me has contestado a mi pregunta. ¿Por qué esta dilación?