No fue hasta el martes, once días después de la reunión con el primer ministro, cuando Monica Figuerola llamó a la puerta del despacho de Edklinth y le dijo:
– Creo que tenemos algo.
– Siéntate.
– Evert Gullberg.
– ¿Sí?
– Uno de nuestros investigadores habló con Marcus Erlander, el que está investigando el asesinato de Zalachenko. Según Erlander, la DGP /Seg se puso en contacto con la policía de Gotemburgo apenas dos horas después del asesinato y le entregó información sobre las amenazadoras cartas de Gullberg.
– Menuda diligencia.
– Sí. Demasiada. Los de la DGP /Seg enviaron por fax nueve cartas, supuestamente redactadas por Gullberg, a la policía de Gotemburgo. Sin embargo, hay un problema.
– ¿Cuál?
– Dos de ellas iban dirigidas al Ministerio de Justicia: al ministro de Justicia y al ministro de la Democracia.
– Sí. Eso ya lo sabía.
– Ya, lo que pasa es que la carta que era para el ministro de la Democracia no se registró en el ministerio hasta el día siguiente. Llegó en una entrega postal más tardía.
Edklinth se quedó mirando fijamente a Monica Figuerola. Por primera vez sintió verdadero miedo ante la posibilidad de que todas sus peores sospechas se confirmaran. Monica Figuerola siguió, implacable.
– En otras palabras, la DGP /Seg mandó por fax una carta que aún no había sido recibida por el destinatario.
– ¡Dios mío! -dijo Edklinth.
– Fue un colaborador de protección personal el que envió las cartas por fax.
– ¿Quién?
– No creo que tenga nada que ver con esto. Por la mañana ya las tenía sobre su mesa, y poco después del asesinato le encargaron que contactara con la policía de Gotemburgo.
– ¿Y quién le hizo ese encargo?
– La secretaria del jefe administrativo.
– Dios mío, Monica… ¿Entiendes lo que eso significa?
– Sí.
– Que la DGP /Seg está implicada en el homicidio de Zalachenko.
– No. Lo que significa, definitivamente, es que había personas dentro de la DGP /Seg que estaban al tanto del asesinato antes de que se cometiera. La única cuestión es saber quiénes.
– El jefe administrativo…
– Sí. Pero empiezo a sospechar que ese club de Zalachenko se encuentra fuera de la casa.
– ¿Qué quieres decir?
– Mårtensson. Fue trasladado desde protección personal y trabaja por su cuenta. Durante la última semana lo hemos estado vigilando a jornada completa. Que sepamos, no ha estado en contacto con nadie de dentro de la casa. Recibe llamadas a un móvil, pero no conseguimos escucharlas porque no sabemos qué número es; lo único que sabemos es que no es su móvil privado. Se ha reunido con ese hombre rubio al que no hemos podido identificar todavía.
Edklinth frunció el ceño. En ese mismo instante, Anders Berglund llamó a la puerta. Era el colaborador de entre los recién reclutados que había trabajado para la policía financiera.
– Creo que he encontrado a Evert Gullberg -dijo Berglund.
– Entra -dijo Edklinth.
Berglund puso una descantillada fotografía en blanco y negro sobre la mesa. Edklinth y Figuerola contemplaron la foto. En ella aparecía un hombre al que los dos reconocieron de inmediato. Se veía a dos corpulentos policías vestidos de paisano haciéndole pasar por una puerta. Se trataba del legendario coronel espía Stig Wennerström.
– Esta foto procede de la editorial Åhlén & Åkerlund y se publicó en la revista Se en la primavera de 1964. Fue realizada durante el juicio en el que Wennerström fue condenado a cadena perpetua.
– Vale.
– Al fondo se ven tres personas. A la derecha, el comisario Otto Danielsson, o sea, el que detuvo a Wennerström.
– Sí…
– Mira al hombre que está detrás de Danielsson, a su izquierda.
Edklinth y Figuerola vieron a un hombre alto con un fino bigote y un sombrero. Recordaba vagamente al escritor Dashiell Hammett.
– Comparad su cara con la que tiene Gullberg en su foto de pasaporte. Ya había cumplido los sesenta y seis años cuando se la hizo.
Edklinth frunció las cejas.
– No me atrevería a jurar que se trata de la misma persona…
– Pero yo sí -dijo Berglund-. Dale la vuelta.
El dorso llevaba un sello que indicaba que la foto pertenecía a la editorial Åhlén & Åkerlund y que el nombre del fotógrafo era Julius Estholm. El texto estaba escrito a lápiz: «Stig Wennerström flanqueado por dos policías entrando en el tribunal de Estocolmo. Al fondo O. Danielsson, E. Gullberg y H. W. Francke».
– Evert Gullberg -dijo Monica Figuerola-. Estaba en la DGP /Seg.
– No -dijo Berglund-. Técnicamente hablando no estaba allí. Por lo menos, no cuando se hizo esta foto.
– ¿No?
– La DGP /Seg no se fundó hasta cuatro días después. Aquí todavía pertenecía a la Policía Secreta del Estado.
– ¿Quién es H. W. Francke? -preguntó Monica Figuerola.
– Hans Wilhelm Francke -respondió Edklinth-. Murió a principios de los años noventa, pero fue el director adjunto de la Policía Secreta del Estado a finales de los cincuenta y principios de los sesenta. Toda una leyenda, al igual que Otto Danielsson. De hecho, lo he visto en un par de ocasiones.
– ¿Sí? -dijo Monica Figuerola.
– Dejó la DGP /Seg a finales de los sesenta. Francke y P. G. Vinge nunca se llevaron bien; siempre estaban discutiendo, y supongo que lo echarían con unos cincuenta o cincuenta y cinco años. Abrió su propio negocio.
– ¿Su propio negocio?
– Sí, se convirtió en asesor de seguridad para la industria privada. Tenía las oficinas cerca de Stureplan, pero de vez en cuando también daba conferencias para formar al personal de la DGP /Seg. Fue así como lo conocí yo.
– Bien. ¿Y por qué discutían Vinge y Francke?
– Chocaban; eran muy distintos. Francke era algo así como un cowboy que veía agentes de la KGB por todas partes, mientras que Vinge era un burócrata de la vieja escuela. Poco tiempo después echaron a Vinge porque pensaba que Palme trabajaba para la KGB, lo que es bastante irónico.
– Mmm -dijo Monica Figuerola, observando la foto en la que Gullberg y Francke estaban juntos.
– Creo que ya va siendo hora de que volvamos a hablar con el ministro de Justicia -intervino Edklinth.
– Millennium ha salido hoy- comentó Monica Figuerola.
Edklinth le echó una incisiva mirada.
– Ni una palabra sobre el asunto Zalachenko -añadió ella.
– Total, que nos queda probablemente un mes hasta que salga el próximo número. Es bueno saberlo. Pero tenemos que ocuparnos de Blomkvist; es como una bomba de relojería en medio de todo este lío.
Capítulo 17 Miércoles, 1 de junio
Nada advirtió previamente a Mikael Blomkvist de que alguien se encontraba en el rellano de la escalera cuando llegó a la puerta de su ático de Bellmansgatan 1. Eran las siete de la tarde. Se detuvo en seco al descubrir a una mujer rubia con el pelo corto y rizado sentada en el último escalón. La identificó de inmediato gracias a la foto de pasaporte que le había facilitado Lottie Karim: Monica Figuerola, de la DGP /Seg.
– Hola, Blomkvist -lo saludó alegremente y cerró el libro que había estado leyendo. Mikael miró la portada por el rabillo del ojo y constató que estaba en inglés y que trataba de la visión que se tenía de los dioses en la Antigüedad. Alzó la mirada y examinó a su inesperada visitante.
Ella se levantó. Llevaba un veraniego vestido blanco de manga corta y había colgado una cazadora roja de cuero en la barandilla de la escalera.
– Nos gustaría hablar contigo -dijo.
Mikael Blomkvist la observó. Era alta, más alta que él, y la impresión se reforzaba por el hecho de que estaba dos peldaños más arriba. Contempló sus brazos, bajó la mirada hacia sus piernas y se dio cuenta de que tenía bastantes más músculos que él.
– Ya veo que vas mucho al gimnasio -dijo él.