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– ¿Y por qué te pidió Helena que la visitaras?

– Lisbeth Salander se está recuperando. Y se pasa la mayor parte del tiempo tumbada en la cama mirando fijamente al techo. La doctora Endrin quería que yo le echara un vistazo.

– ¿Y qué pasó?

– Me presenté. Charlamos durante un par de minutos. Quise saber cómo se encontraba y si necesitaba hablar con alguien. Me dijo que no. Le pregunté si podía hacer algo por ella y me pidió que le pasara a escondidas un paquete de tabaco.

– ¿Se mostró irritada u hostil?

Martina Karlgren meditó la respuesta un instante.

– No. Yo diría que no. Estaba tranquila, pero mantenía una gran distancia. Que me pidiera que le pasara un paquete de tabaco en plan contrabando me pareció más una broma que una petición seria. Le pregunté si le apetecía leer algo, si quería que le prestara algún libro. Al principio no quiso nada, pero luego me preguntó si tenía alguna revista científica que hablara de la genética y de la investigación neurológica.

– ¿De qué?

– De genética.

– ¿De genética?

– Sí. Le contesté que en nuestra biblioteca había algunos libros de divulgación general. No era eso lo que le interesaba. Dijo que ya había leído unos cuantos libros sobre el tema y mencionó unos títulos, básicos, por lo visto, de los que no he oído hablar en mi vida. Así que lo que le interesaba era la pura investigación en ese campo.

– ¿Ah, sí? -se asombró Anders Jonasson.

– Le comenté que lo más seguro era que no tuviéramos libros tan especializados en nuestra biblioteca; lo cierto es que hay más de Philip Marlowe que de literatura científica, pero que vería si podía encontrar algo.

– ¿Y encontraste algo?

– Subí y cogí unos ejemplares de Nature y New England Journal of Medicine. Se puso muy contenta y me dio las gracias por la molestia.

– Pero son revistas bastante especializadas; allí no hay más que ensayos e investigación pura y dura.

– Pues las lee con gran interés.

Anders Jonasson se quedó mudo un instante.

– ¿Cómo juzgas tú su estado psicológico?

– Es muy cerrada. Conmigo no ha hablado de absolutamente nada de carácter privado.

– ¿La ves como psíquicamente enferma, maníaco-depresiva o paranoica?

– No, en absoluto. En ese caso te habría avisado. Es cierto que es muy suya, que tiene grandes problemas y que se encuentra en una situación de mucho estrés. Pero está tranquila y lúcida, y parece capaz de controlar la situación.

– De acuerdo.

– ¿Por qué lo preguntas? ¿Ha pasado algo?

– No, no ha pasado nada. Es sólo que no llego a comprenderla.

Capítulo 10 Sábado, 7 de mayo – Jueves, 12 de mayo

Mikael Blomkvist apartó la carpeta con la investigación que le había enviado el freelance Daniel Olofsson desde Gotemburgo. Pensativo, miró por la ventana y se puso a contemplar el trasiego de gente que pasaba por Götgatan. Era una de las cosas que más le gustaban de su despacho. Götgatan estaba llena de vida las veinticuatro horas del día y cuando se sentaba junto a la ventana nunca se sentía del todo aislado o solo.

Sin embargo, se sentía estresado a pesar de no tener ningún asunto urgente entre manos. Había seguido trabajando obstinadamente en esos textos con los que tenía intención de llenar el número veraniego de Millennium, pero al final se había dado cuenta de que el material era tan abundante que ni siquiera un número temático sería suficiente. Le estaba sucediendo lo mismo que con el caso Wennerström, así que optó por publicar los textos en forma de libro. Ya tenía material para algo más de ciento cincuenta páginas, pero calculaba que podría llegar a trescientas o trescientas cincuenta.

Lo más sencillo ya estaba: había descrito los asesinatos de Dag Svensson y Mia Bergman y dado cuenta de las circunstancias que lo llevaron a descubrir sus cuerpos. Había explicado por qué Lisbeth Salander se convirtió en sospechosa. Dedicó un capítulo entero de treinta y siete páginas a fulminar, por una parte, todo lo que la prensa había escrito sobre Lisbeth y, por otra, al fiscal Richard Ekström y, de forma indirecta, toda la investigación policial. Tras una madura reflexión, había suavizado la crítica dirigida tanto a Bublanski como a sus colegas. Lo hizo después de haber estudiado el vídeo de una rueda de prensa de Ekström en la que resultaba evidente que Bublanski se encontraba sumamente incómodo y manifiestamente descontento con las precipitadas conclusiones de Ekström.

Tras la inicial descripción de los dramáticos acontecimientos, retrocedió en el tiempo hasta la llegada de Zalachenko a Suecia, la infancia de Lisbeth Salander y todo el cúmulo de circunstancias que la llevó a ser recluida en la clínica Sankt Stefan de Uppsala. Se esmeró mucho en cargarse por completo las figuras del doctor Peter Teleborian y la del fallecido Gunnar Björck. Incluyó el informe psiquiátrico forense de 1991 y explicó las razones por las que Lisbeth Salander se había convertido en una amenaza para esos anónimos funcionarios del Estado que se encargaban de proteger al desertor ruso. Reprodujo gran parte de la correspondencia mantenida entre Teleborian y Björck.

Luego reveló la nueva identidad de Zalachenko y su actividad como gánster a tiempo completo. Habló del colaborador Ronald Niedermann, del secuestro de Miriam Wu y de la intervención de Paolo Roberto. Por último, resumió el desenlace de la historia de Gosseberga, donde Lisbeth Salander fue enterrada viva tras recibir un tiro en la cabeza, y explicó los motivos de la inútil y absurda muerte de un agente de policía cuando Niedermann, en realidad, ya había sido capturado.

A partir de ahí el relato avanzaba con más lentitud. El problema de Mikael era que la historia seguía presentando considerables lagunas: Gunnar Björck no había actuado solo; tenía que existir un grupo más grande, influyente y con recursos detrás de todo lo ocurrido. Cualquier otra cosa sería absurda. Pero al final llegaba a la conclusión de que el denigrante y abusivo trato que le habían dispensado a Lisbeth Salander no podría haber sido autorizado por el gobierno ni por la Dirección de la Policía de Seguridad. Tras esa conclusión no se escondía una desmedida confianza en los poderes del Estado sino su fe en la naturaleza humana. Si hubiera tenido una base política, una operación de ese calibre nunca podría haberse mantenido en secreto: alguien habría tenido que arreglar cuentas pendientes con alguien y se habría ido de la lengua, tras lo cual ya haría muchos años que los medios de comunicación habrían descubierto el caso Salander.

Se imaginaba al club de Zalachenko como un reducido y anónimo grupo de activistas. Sin embargo, el problema era que no podía identificar a ninguno de ellos, aparte de, posiblemente, a Göran Mårtensson, de cuarenta años, policía con cargo secreto que se dedicaba a seguir a Mikael Blomkvist.

La idea era que el libro estuviera terminado e impreso para estar en la calle el mismo día en el que se iniciara el juicio contra Lisbeth Salander. Christer Malm y él tenían en mente una edición de bolsillo, que se entregaría plastificada junto con el número especial de verano de Millennium y que se vendería a un precio más alto del habitual. Había repartido una serie de tareas entre Henry Cortez y Malin Eriksson, que tendrían que producir textos sobre la historia de la policía de seguridad, el caso IB y temas similares.

Ya estaba claro que iba a haber un juicio contra Lisbeth Salander.

El fiscal Richard Ekström había dictado auto de procesamiento por graves malos tratos en el caso de Magge Lundin y por graves malos tratos o, en su defecto, intento de homicidio en el caso de Karl Axel Bodin, alias Alexander Zalachenko.

Aún no se había fijado la fecha de la vista, pero, gracias a unos colegas de profesión, Mikael se había enterado de que Ekström estaba preparando el juicio para el mes de julio, aunque eso dependía del estado de salud de Lisbeth Salander. Mikael entendió la intención: un juicio en pleno verano siempre despierta menos atención que uno en otras épocas del año.

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