– Ese tipo de nimiedades no suele detener a Teleborian. Aquí está la última versión del informe psiquiátrico forense. Como podéis ver, está fechada la misma semana en la que va a dar comienzo el juicio.
Edklinth y Figuerola se quedaron observando los documentos. Luego se intercambiaron las miradas y, acto seguido, miraron a Mikael Blomkvist.
– ¿Y dónde has conseguido este informe? -preguntó Edklinth.
– Sorry. Protección de fuentes -dijo Mikael Blomkvist.
– Blomkvist… tenemos que poder fiarnos el uno del otro. Nos estás ocultando información. ¿Guardas más sorpresas de este tipo?
– Sí, claro; tengo mis secretos. Al igual que estoy convencido de que tú no me vas a dar carte Manche para que mire todo lo que tenéis aquí en la Säpo. ¿A que no?
– No es lo mismo.
– Sí. Es exactamente lo mismo. Se trata de una colaboración. Como tú bien dices, tenemos que poder fiarnos el uno del otro. Yo no oculto nada que pueda contribuir a tu misión de investigar a la Sección e identificar los diferentes delitos que se han cometido. Ya te he entregado todo el material que demuestra que, en 1991, Teleborian cometió un delito en colaboración con Björck, y te he contado que van a contratarlo para hacer lo mismo esta vez. Y aquí tienes el documento que lo demuestra.
– Pero guardas secretos.
– Por supuesto. Tú eliges: o lo aceptas o se interrumpe esta colaboración.
Monica Figuerola levantó un diplomático dedo.
– Perdona, pero ¿esto significa que el fiscal Ekström trabaja para la Sección?
Mikael frunció el ceño.
– No lo sé. Más bien me da la sensación de que se trata de un idiota útil del que la Sección se aprovecha. Es un trepa, pero yo lo veo honrado, aunque un poco tonto. En cambio, una fuente me ha comentado que se tragó prácticamente todo lo que Teleborian contó sobre Lisbeth Salander en una presentación que éste hizo cuando todavía la estaban buscando.
– Vamos, que no hace falta gran cosa para manipularlo. ¿No es eso?
– Exacto. Y Hans Faste es un idiota que piensa que Lisbeth Salander es una lesbiana satánica.
Erika Berger estaba sola en su chalet de Saltsjöbaden. Se sentía paralizada e incapaz de concentrarse en ningún tipo de actividad útil. Se pasaba las horas esperando a que alguien la llamara para contarle que ya habían colgado sus fotos en alguna página web de Internet.
Se sorprendió pensando una y otra vez en Lisbeth Salander, y se dio cuenta de que había depositado en ella vanas esperanzas. Salander se hallaba encerrada en Sahlgrenska. Tenía prohibidas las visitas y ni siquiera podía leer los periódicos. Pero era una chica asombrosamente rica en recursos; a pesar de su aislamiento había podido contactar con Erika a través del ICQ y luego también por teléfono. Y dos años antes, ella sólita consiguió acabar con el imperio de Wennerström y salvar a Millennium.
A las ocho de la tarde, Susanne Linder llamó a la puerta. Erika se sobresaltó como si alguien hubiese disparado una pistola dentro de la habitación.
– Hola, Berger. Mírala, ahí sentada en la penumbra con esa cara tan triste…
Erika asintió y encendió la luz.
– Hola. Voy a preparar un poco de café…
– No. Ya lo hago yo. ¿Hay alguna novedad?
Bueno, Lisbeth Salander se ha puesto en contacto conmigo y ha tomado el control de mi ordenador. Y también me ha llamado para informarme de que Teleborian y alguien llamado Jonas se iban a reunir en la estación central esta misma tarde.
– No. Nada nuevo -dijo-. Pero hay algo que me gustaría consultarte.
– Tú dirás…
– ¿Crees que existe alguna posibilidad de que no sea un stalker sino alguien de mi círculo de conocidos que quiere fastidiarme?
– ¿Cuál es la diferencia?
– Para mí un stalker es un individuo desconocido que se ha obsesionado conmigo. La otra variante sería que fuera alguien que quiere vengarse de mí o arruinarme la vida por razones personales.
– Una idea interesante. ¿Cómo se te ha ocurrido?
– Es que… hoy he hablado con una persona sobre mi situación. No puedo dar su nombre, pero era de la opinión de que las amenazas de un verdadero stalker serían diferentes. Sobre todo porque un tipo así nunca le habría escrito esos correos a Eva Carlsson, la de Cultura. Lo cierto es que no tiene ningún sentido.
Susanne Linder asintió lentamente con la cabeza.
– No le falta razón. ¿Sabes?, la verdad es que nunca he leído esos correos. ¿Me los dejas ver?
Erika sacó su laptop y lo puso sobre la mesa de la cocina.
Monica Figuerola escoltó a Mikael Blomkvist en su salida de la jefatura de policía a eso de las diez de la noche. Se detuvieron en el mismo sitio del día anterior, en el parque de Kronoberg.
– Bueno, otra vez aquí. ¿Piensas salir corriendo para irte a trabajar o te apetece venir a mi casa y meterte en la cama conmigo?
– Bueno…
– Mikael, no te sientas presionado por mí. Si necesitas trabajar, adelante.
– Oye, Figuerola, eres muy pero que muy adictiva.
– Y a ti no te gustan las adicciones. ¿Es eso lo que quieres decir?
– No. No es eso. Pero esta noche hay una persona con la que tengo que hablar y me va a llevar un rato. Y seguro que antes de que termine tú ya te habrás dormido.
Ella asintió.
– Ya nos veremos.
Él le dio un beso en la mejilla y subió hacia Fridhemsplan para coger el autobús.
– ¡Blomkvist! -gritó ella.
– ¿Qué?
– Mañana también libro. Pásate a desayunar si tienes tiempo.
Capítulo 21 Sábado, 4 de junio – Lunes, 6 de junio
Lisbeth Salander sintió un cúmulo de malas vibraciones cuando le tocó el turno al jefe de Noticias Anders Holm. Tenía cincuenta y ocho años, así que en realidad quedaba fuera del grupo, pero de todas formas Lisbeth lo había incluido porque se había peleado con Erika Berger. Era un tipo que no hacía más que tramar intrigas y enviar correos a diestro y siniestro para hablar de lo mal que alguien había hecho un trabajo.
Lisbeth constató que a Holm le caía mal Erika Berger y que dedicaba bastante espacio a realizar comentarios del tipo «ahora la tía bruja ha dicho esto o ha hecho aquello». Cuando navegaba por la red se metía exclusivamente en páginas relacionadas con el trabajo. Si tenía otros intereses, tal vez se entregara a ellos en su tiempo libre y en otro ordenador.
Lo guardó como candidato al papel de El boli venenoso, aunque no estaba muy convencida. Lisbeth meditó un rato sobre por qué no creía que fuera él y llegó a la conclusión de que Holm era tan borde que no necesitaba dar ese rodeo recurriendo a los correos anónimos: si le apeteciera llamar puta a Erika Berger, se lo diría a la cara. Y no le pareció de ese tipo de personas que se molestarían en entrar sigilosamente en la vivienda de Erika Berger en plena noche.
Hacia las diez de la noche hizo una pausa, entró en [La_Mesa_Chalada] y constató que Mikael Blomkvist aún no había vuelto. Se sintió algo irritada y se preguntó qué andaría haciendo y si le habría dado tiempo a llegar a la reunión de Teleborian.
Luego volvió al servidor del SMP.
Pasó al siguiente nombre, que era Claes Lundin, el secretario de redacción de deportes, de veintinueve años. Lisbeth acababa de abrir su correo cuando se detuvo y se mordió el labio inferior. Dejó a Lundin y, en su lugar, se fue al correo electrónico de Erika Berger.
Se centró en los antiguos correos. Se trataba de una lista relativamente corta, ya que su cuenta había sido abierta el dos de mayo. Se iniciaba con una agenda de la mañana enviada por el secretario de redacción Peter Fredriksson. A lo largo de ese primer día, varias personas le habían mandado a Erika mensajes de bienvenida.
Lisbeth leyó detenidamente cada uno de los mails recibidos por Erika Berger. Advirtió que, ya desde el principio, subyacía un tono hostil en la correspondencia mantenida con el jefe de Noticias Anders Holm. No parecían estar de acuerdo en nada, y Lisbeth constató que Holm le complicaba la vida enviándole hasta dos y tres correos sobre temas que eran verdaderas nimiedades.