– No. No creo que yo sea de las que se enamoran. Era una amiga. Y lo pasábamos muy bien en la cama.
– Nadie puede evitar enamorarse -dijo él-. Tal vez uno quiera negarlo, pero es posible que la amistad sea la forma más frecuente de amor.
Ella se quedó mirándolo perpleja.
– ¿Te cabreas si te doy un consejo?
– No.
– ¡Ve a París, por Dios! -dijo él.
Aterrizó en el aeropuerto de Charles De Gaulle a las dos y media de la tarde, cogió el autobús hasta el Arco del Triunfo y se pasó dos horas dando vueltas por los barrios de alrededor buscando un hotel libre. Fue andando hacia el sur, hacia el Sena, y al final consiguió una habitación en el pequeño hotel Victor Hugo de la Rue Copernic.
Se duchó y llamó a Miriam Wu. Quedaron sobre las nueve de la noche en un bar cercano a Notre-Dame. Miriam Wu llevaba una blusa blanca y una americana. Estaba radiante. Lisbeth se sintió avergonzada de inmediato. Se saludaron con un beso en la mejilla.
– Siento no haber contactado contigo ni haberme presentado en el juicio -dijo Miriam Wu.
– No te preocupes. De todos modos, el juicio se celebró a puerta cerrada.
– Estuve ingresada en el hospital durante tres semanas y luego, cuando volví a Lundagatan, todo me resultó caótico. No podía dormir. Tenía pesadillas con ese maldito Niedermann. Llamé a mi madre y le dije que quería venirme.
Lisbeth asintió.
– Perdóname.
– No seas idiota. Soy yo la que he venido hasta aquí para pedirte disculpas a ti.
– ¿Por qué?
– No caí en la cuenta. Nunca se me ocurrió que te exponía a un peligro de muerte cediéndote mi casa mientras yo seguía empadronada allí. Por mi culpa por poco te matan. Entendería que me odiaras.
Miriam Wu se quedó atónita.
– Ni siquiera se me había ocurrido. Fue Ronald Niedermann el que me intentó matar. No tú.
Permanecieron calladas un rato.
– Bueno -dijo Lisbeth al final.
– Sí -soltó Miriam Wu.
– No he venido hasta aquí porque esté enamorada de ti -le explicó Lisbeth.
Miriam asintió con la cabeza.
– Lo pasábamos de puta madre en la cama, pero no estoy enamorada de ti -subrayó Lisbeth.
– Lisbeth… Creo…
– Lo que quería decirte era que espero que… ¡Joder!
– ¿Qué?
– No tengo muchos amigos…
Miriam Wu hizo un gesto afirmativo.
– Voy a quedarme en París una temporada. Mis estudios de Suecia se fueron a la mierda, pero me he matriculado aquí. Me quedaré al menos un año.
Lisbeth asintió.
– Luego no sé lo que haré. Pero volveré a Estocolmo. Estoy pagando los gastos de la casa de Lundagatan y pienso quedarme en el piso. Si te parece bien.
– La casa es tuya. Haz lo que quieras con ella.
– Lisbeth, eres muy especial -dijo-. Me gustaría mucho seguir siendo tu amiga.
Hablaron durante dos horas. Lisbeth no tenía por qué ocultarle su pasado a Miriam Wu. El caso Zalachenko era conocido por todos los que tenían acceso a la prensa sueca y Miriam Wu había seguido el asunto con gran interés. Le contó con todo detalle lo que ocurrió en Nykvarn la noche en la que Paolo Roberto le salvó la vida.
Luego se fueron a la habitación que Miriam tenía en la residencia estudiantil que quedaba cerca de la universidad.
EPÍLOGO: Reparto de bienes
Viernes, 2 de diciembre – Domingo, 18 de diciembre
Annika Giannini había quedado con Lisbeth Salander en el bar de Södra Teatern a eso de las nueve de la noche. Lisbeth estaba a punto de terminar la segunda pinta de cerveza.
– Siento llegar tarde -dijo Annika, mirando su reloj-. He estado algo liada con un cliente.
– Tranquila -dijo Lisbeth.
– ¿Qué estás celebrando?
– Nada. Sólo que me apetece emborracharme.
Annika la miró escéptica mientras se sentaba.
– ¿Y eso te apetece muy a menudo?
– Cogí una cogorza de muerte cuando me pusieron en libertad, pero no soy propensa al alcohol si es lo que te preocupa. Es sólo que se me ha ocurrido que por primera vez en mi vida soy oficialmente mayor de edad y que tengo derecho a emborracharme aquí en Suecia.
Annika pidió un Campari.
– Vale -contestó-. ¿Quieres beber sola o en compañía?
– Prefiero sola. Pero si no hablas mucho, puedes sentarte conmigo. Supongo que no tienes ganas de acompañarme a casa y acostarte conmigo…
– ¿Perdón? -preguntó Annika Giannini.
– No, ya sabía yo que no. Tú eres una de esas heterosexuales empedernidas.
De repente aquello pareció entretener a Annika Giannini.
– Es la primera vez que uno de mis clientes me propone relaciones sexuales.
– ¿Te interesa?
– Sorry. Ni lo más mínimo. Pero gracias por la oferta.
– ¿Qué era lo que quería, señora letrada?
– Dos cosas. La primera es que, o empiezas en lo sucesivo a cogerme el teléfono cuando te llame, o renuncio aquí y ahora mismo a ser tu abogada. Ya hablamos de eso cuando te soltaron.
Lisbeth Salander miró a Annika Giannini.
– Llevo una semana intentando localizarte. Te he llamado, te he escrito y te he mandado varios correos.
– He estado de viaje.
– Ha sido imposible contactar contigo durante la mayor parte del otoño. Esto no funciona. Yo he aceptado ser tu representante en todo lo que tiene que ver con tus relaciones con el Estado. Eso significa que hay que ocuparse de algunas formalidades y entregar cierta documentación. Hay papeles que firmar. Preguntas que contestar. Necesito poder contactar contigo, y no me apetece lo más mínimo quedarme sentada como una idiota sin saber dónde te has metido.
– Ya lo sé. He estado en el extranjero durante dos semanas. Regresé ayer y te llamé en cuanto me enteré de que me estabas buscando.
– Pero eso no me vale. Tienes que comunicarme dónde estás y contactar conmigo al menos una vez por semana hasta que todas los temas de la indemnización y demás estén resueltos.
– Me importa una mierda la indemnización. Quiero que el Estado me deje en paz.
– Por mucho que tú lo desees, el Estado no te va a dejar en paz. Tu absolución en el tribunal de primera instancia tiene una larga cadena de consecuencias. No sólo se trata de ti. A Peter Teleborian lo van a procesar por lo que te hizo. Eso significa que tienes que testificar. El fiscal Ekström está siendo objeto de una investigación sobre prevaricación y es posible que sea acusado y procesado si resulta que desatendió conscientemente el ejercicio de sus deberes por encargo de la Sección.
Lisbeth arqueó las cejas. Por un segundo se mostró algo interesada.
– No creo que lleguen a procesarlo. Fue engañado y en realidad no tiene nada que ver con la Sección. Pero la semana pasada, sin ir más lejos, un fiscal inició la instrucción de un sumario contra la comisión de tutelaje. Se han puesto varias denuncias ante el Defensor del Pueblo y una ante el Procurador General de Justicia.
– Yo no he denunciado a nadie.
– No. Pero resulta evidente que se han cometido graves faltas en el ejercicio de su cargo y todo eso hay que investigarlo. Tú no eres la única persona que la comisión tiene bajo su responsabilidad.
Lisbeth se encogió de hombros.
– No es asunto mío. Pero prometo mantener el contacto contigo mejor que antes. Estas dos últimas semanas han sido una excepción. He estado trabajando.
Annika Giannini miró con suspicacia a su clienta.
– ¿En qué trabajas?
– Asesoramiento.
– Vale -dijo-. La segunda cosa es que el reparto de bienes ya está hecho.
– ¿Qué reparto?
– El de tu padre. El abogado del Estado se puso en contacto conmigo porque nadie parece saber cómo contactar contigo. Tú y tu hermana sois las únicas herederas.
Lisbeth Salander contempló a Annika sin inmutarse. Luego buscó la mirada de la camarera y le señaló la pinta vacía.