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– ¿Sí?

– Yo he visto a stalkers de verdad. Son bastante más pervertidos, vulgares y grotescos. Expresan amor y odio al mismo tiempo. Hay algo que no cuadra en todo esto.

– ¿No te parece lo bastante vulgar?

– No. El correo a Eva Carlsson no me cuadra en absoluto con el perfil de un stalker. Es sólo alguien que quiere fastidiarte.

– Entiendo. No me lo había planteado de esa manera.

– Stalker no es. Va dirigido a ti en persona.

– De acuerdo. ¿Y qué propones?

– ¿Confías en mí?

– Quizá.

– Necesito acceder a la red interna del SMP.

– Para, para.

– Ahora. Dentro de poco me van a trasladar y no tendré Internet.

Erika dudó unos diez segundos. Dejar el SMP en manos de… ¿quién? ¿Una loca? Puede que Lisbeth no fuera culpable de asesinato pero, definitivamente, no era una persona normal.

Pero ¿qué podía perder?

– ¿Cómo?

– Necesito introducir un programa en tu ordenador.

– Tenemos cortafuegos.

– Tienes que ayudarme. Inicia Internet.

– Ya está.

– ¿Explorer?

– Sí.

– Te voy a escribir una dirección. Copíala y pégala en Explorer.

– Hecho.

– Ahora ves que te aparece una lista con una serie de programas. Haz clic en Asphyxia Server y descárgalo.

Erika siguió las instrucciones.

– Ya está.

– Inicia Asphyxia. Haz clic en instalar y pincha en Explorer.

Nos ha llevado tres minutos.

– Listo. Perfecto. Ahora tienes que reiniciar el ordenador. Perderemos el contacto durante un rato.

– Vale.

– Cuando lo retomemos, transferiré tu disco duro a un servidor de Internet.

– Vale.

– Reinícialo. Estaremos en contacto dentro de un ratito.

Erika Berger miró fascinada la pantalla mientras su ordenador se reiniciaba lentamente Se preguntó si no se habría vuelto loca. Luego su ICQ volvió a hacer clin

– Hola de nuevo.

– Hola.

– Es más rápido si lo haces tú: conéctate a Internet y copia y pega la dirección que te voy a mandar.

– Vale.

– Ahora te saldrá una pregunta. Haz clic en Start.

– De acuerdo.

– Ahora te pregunta cómo vas a llamar al disco duro. Llámalo SMP-2.

– Vale.

– Ve a tomarte un café. Esto tardará un rato.

Monica Figuerola se despertó a eso de las ocho de la mañana del sábado, más de dos horas después de lo habitual. Se incorporó en la cama y contempló a Mikael Blomkvist. Estaba roncando. «Well. Nobody is perfect.»

Se preguntó adonde la llevaría su historia con Mikael Blomkvist. Él no pertenecía a ese tipo de hombres fieles con los que se podía planificar una relación a largo plazo; teniendo en cuenta su curriculum, eso le quedaba muy claro. Por otro lado, ella no estaba segura de si en realidad buscaba una relación estable con novio, frigorífico y niños. Tras una docena de fracasados intentos que se remontaban a su juventud, había empezado a inclinarse, cada vez más, hacia la teoría de que las relaciones estables estaban sobrevaloradas. Su relación más larga la tuvo con un colega de Uppsala con el que convivió durante dos años.

A eso había que añadirle que ella tampoco era una chica muy dada a one night stands, aunque consideraba que el sexo estaba subestimado como remedio contra prácticamente todo tipo de dolencias. Y el sexo con Mikael Blomkvist estaba bien. Bueno, mucho más que bien, la verdad. Y además era una buena persona. Te hacía desear volver a por más.

¿Un rollo de verano? ¿Enamoramiento? ¿Estaba ella enamorada?

Se fue al baño, se lavó la cara, se lavó los dientes y luego se puso unos pantalones cortos y una chaqueta fina de deporte, y salió del apartamento andando de puntillas. Hizo unos cuantos estiramientos y corrió durante cuarenta y cinco minutos, pasando por el hospital de Rålambshov, bordeando Fredhäll y volviendo por Smedsudden. A las nueve ya estaba de vuelta y constató que Blomkvist continuaba durmiendo. Se agachó y le mordió la oreja hasta que él abrió los ojos desconcertado.

– Buenos días, cariño. Necesito a alguien que me frote la espalda.

Él la miró y murmuró algo.

– ¿Qué has dicho?

– Que no hace falta que te duches. Estás chorreando.

– He estado corriendo. Deberías acompañarme.

– Sospecho que si intentara seguir tu ritmo, tendrías que llamar a una ambulancia. Paro cardíaco en Norr Mälarstrand.

– ¡No digas tonterías! Venga, hora de levantarse.

Él le frotó la espalda y le enjabonó los hombros. Y las caderas. Y el vientre. Y los pechos. Y al cabo de un rato, Monica Figuerola ya había perdido completamente el interés por la ducha y se lo llevó de nuevo a la cama. Hasta las once de la mañana no llegaron a Norr Mälarstrand para desayunar.

– Podrías convertirte en una mala costumbre -dijo Monica Figuerola-. Sólo hace unos cuantos días que nos conocemos.

– Me atraes un montón. Pero creo que eso ya lo sabes.

Ella asintió.

– ¿Por qué?

– Sorry. No puedo contestar a esa pregunta. Nunca he entendido por qué de repente una determinada mujer me atrae y otra no me despierta ningún interés.

Ella sonrió pensativa.

– Tengo el día libre -dijo ella.

– Yo no. Tengo un montón de trabajo hasta que empiece el juicio y he pasado las tres últimas noches contigo en vez de trabajando.

– Qué pena.

Él asintió, se levantó y le dio un beso en la mejilla. Ella le agarró la manga de la camisa.

– Blomkvist, me gustaría mucho seguir viéndote.

– A mí también -afirmó-. Pero hasta que no hayamos terminado este reportaje, me temo que mi vida va a ser un poco caótica.

Desapareció subiendo por Hantverkargatan.

Erika Berger había ido a por café y ahora estaba observando la pantalla. Durante cincuenta y tres minutos no pasó absolutamente nada, a excepción de que su salvapantallas se activaba a intervalos regulares. Luego el ICQ volvió a hacer clin.

– Ya está. Tienes mucha mierda en tu disco duro; dos virus, por ejemplo.

– Sorry. ¿Cuál es el próximo paso?

– ¿Quién es el administrador de la red informática del SMP?

– No lo sé. Tal vez Peter Fleming, que es el jefe técnico.

– Vale.

– ¿Qué tengo que hacer ahora?

– Nada. Vete a casa.

– ¿Nada más?

– Estaremos en contacto.

– ¿Tengo que dejar el ordenador encendido?

Pero Lisbeth Salander ya se había ido. Frustrada, Erika Berger se quedó mirando la pantalla. Al final apagó el ordenador y salió a buscar un café donde poder sentarse a pensar tranquilamente.

Capítulo 20 Sábado, 4 de junio

Mikael Blomkvist se bajó del autobús en Slussen, cogió el ascensor de Katarinahissen y paseó hasta Fiskargatan 9. Había comprado pan, leche y queso en la tienda que estaba delante del edificio del Gobierno civil y, nada más entrar, se puso a colocar los productos en la nevera. Luego encendió el ordenador de Lisbeth Salander.

Tras un instante de reflexión también encendió su Ericsson T10 azul. Pasó de usar su móvil normal, ya que, de todos modos, no quería hablar con nadie que no tuviera que ver con la historia de Zalachenko. Constató que durante las últimas veinticuatro horas había recibido seis llamadas, tres de Henry Cortez, dos de Malin Eriksson y una de Erika Berger.

Empezó llamando a Henry Cortez, que estaba en un café de Vasastan y que tenía algunos detalles que tratar con él, aunque nada urgente.

Malin Eriksson sólo había llamado para dar señales de vida.

Luego llamó a Erika Berger pero estaba comunicando.

Entró en el foro de Yahoo [La_Mesa_Chalada] y encontró la versión final de la autobiografía de Lisbeth Salander. Asintió sonriendo, imprimió el documento y se puso a leerlo en el acto.

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