No necesitaba más explicaciones; Erika Berger sabía exactamente qué tipo de editorial quería Mikael. Lo meditó un momento. Lo cierto era que ella estaba de redactora jefe cuando asesinaron a Dag Svensson. De repente, se sintió mucho mejor.
– De acuerdo -asintió-. Mi último editorial.
Capítulo 4 Sábado, 9 de abril – Domingo, 10 de abril
A la una del mediodía del sábado, la fiscal Martina Fransson de Södertälje dejó de darle vueltas al tema. El cementerio del bosque de Nykvarn era un terrible caos y el departamento criminal había acumulado ya una enorme cantidad de horas extra desde ese miércoles en el que Paolo Roberto combatió con Ronald Niedermann en aquel almacén. Se trataba de, al menos, tres asesinatos de personas que luego fueron enterradas por los alrededores, secuestro con violencia y graves malos tratos de Miriam Wu, la amiga de Lisbeth Salander, y, por último, delito de incendio. A lo de Nykvarn había que sumarle el incidente de Stallarholmen -localidad que, en realidad, pertenecía al distrito policial de Strängnäs, en la provincia de Södermanland-, en el cual Carl-Magnus Lundin, de Svavelsjö MC, constituía una pieza clave. En esos momentos, Lundin se hallaba ingresado en el hospital de Södertälje con un pie escayolado y una barra de acero en la mandíbula. En cualquier caso, todos los delitos quedaban bajo la responsabilidad de la policía regional, lo que significaba que sería Estocolmo quien pronunciaría la última palabra.
El viernes se celebró la vista oral y se dictó prisión preventiva. No había duda: Lundin estaba vinculado a Nykvarn. Al final quedó claro que el almacén pertenecía a la empresa Medimport, que a su vez era propiedad de Anneli Karlsson, de cincuenta y dos años de edad y residente en Puerto Banús, España. Era prima de Magge Lundin, no se le conocían antecedentes penales y parecía, más bien, haber hecho de tapadera.
Martina Fransson cerró la carpeta del sumario. Todavía se encontraba en su fase inicial y sería completado con unos cuantos centenares de páginas más antes de que llegara la hora del juicio. Pero ya en ese momento, Martina Fransson se vería obligada a tomar una decisión con respecto a algunas cuestiones. Miró a sus colegas.
– Tenemos suficientes pruebas para dictar auto de procesamiento contra Lundin por haber participado en el secuestro de Miriam Wu. Paolo Roberto lo ha identificado como el hombre que conducía la furgoneta. También dictaré prisión preventiva por presunta implicación en el delito de incendio. Para procesarlo por participación en los homicidios de las tres personas desenterradas, esperaremos por lo menos a que las identifiquen.
Los policías asintieron. Era la información que estaban esperando.
– ¿Qué hacemos con Sonny Nieminen?
Martina Fransson buscó a Nieminen entre la documentación que se encontraba sobre la mesa.
– Es un señor con un curriculum impresionante. Robo, tenencia ilícita de armas, malos tratos, graves malos tratos, homicidio y tráfico de estupefacientes. Fue detenido en compañía de Lundin en Stallarholmen. Estoy completamente convencida de su implicación: lo contrario sería inverosímil. Pero el problema es que no tenemos nada que le podamos atribuir.
– Dice que nunca ha estado en el almacén de Nykvarn y que sólo acompañó a Lundin a dar una vuelta con las motos -añadió el inspector responsable de la investigación de Stallarholmen para la policía de Södertälje -. Sostiene que no tenía ni idea de lo que iba a hacer Lundin en Stallarholmen.
Martina Fransson se preguntó si habría alguna manera de pasarle ese asunto al fiscal Richard Ekström, de Estocolmo.
– Nieminen se niega a hacer declaraciones sobre lo ocurrido, pero niega tajantemente haber participado en ninguna actividad delictiva -aclaró el inspector.
– No, la verdad es que más bien parece que las víctimas del delito de Stallarholmen han sido Lundin y él -soltó Martina Fransson, tamborileando irritadamente sobre la mesa con las yemas de los dedos.
– Lisbeth Salander -añadió con aparente duda en la voz-. A ver, estamos hablando de una chica que ni siquiera tiene pinta de haber entrado en la pubertad, que mide un metro y medio y que ni de lejos posee la fuerza que se necesitaría para dominar a Nieminen y Lundin.
– Si no fuera armada… Con una pistola puede compensar en gran medida su frágil constitución.
– Ya, pero no encaja muy bien en la reconstrucción de los hechos.
– No. Ella utilizó gas lacrimógeno. A continuación, le dio un puntapié a Lundin en toda la entrepierna y, acto seguido, otro en la cara, ambos con tanta rabia que el primero le reventó un testículo y el segundo le rompió la mandíbula. El tiro que le pegó en el pie debió de producirse después del maltrato. Pero me cuesta creer que fuera ella la que iba armada.
– El laboratorio ha identificado el arma con la que se disparó a Lundin. Es una P-83 Wanad polaca con munición Makarov. Fue encontrada en Gosseberga, en las afueras de Gotemburgo, y tiene las huellas dactilares de Salander. Podemos dar prácticamente por sentado que fue ella quien la llevó a Gosseberga.
– Ya, pero el número de serie demuestra que la pistola fue sustraída hace cuatro años en el robo en una armería de Örebro. Pillaron al culpable poco tiempo después, pero para entonces ya se había deshecho de las armas. Resultó ser toda una promesa local: un tipo con problemas de droga que se movía en los círculos de Svavelsjö MC. A mí me convence más endosarle la pistola a Lundin o a Nieminen.
– Lo que tal vez ocurriera es, simplemente, que Lundin llevase la pistola, que Salander intentara quitársela y que se disparara por accidente y le diese en el pie. Quiero decir que, en cualquier caso, la intención de Salander no era matarlo, ya que, de hecho, sigue con vida.
– O que tal vez le pegara un tiro en el pie por puro sadismo. ¡Yo qué sé! Pero ¿cómo se las arregló con Nieminen? Él no presenta daños visibles.
– La verdad es que sí: tiene dos pequeñas quemaduras en el tórax.
– Yo diría que producidas por una pistola eléctrica.
– Así que hemos de suponer que Salander iba armada con una pistola eléctrica, gas lacrimógeno y una pistola. ¿Cuánto pesará todo eso?… No, yo estoy bastante convencida de que Lundin o Nieminen llevaban el arma y de que ella se la quitó. Lo que ocurrió exactamente cuando Lundin recibió el disparo no lo podremos aclarar del todo hasta que alguno de los implicados hable.
– Vale.
– En fin, la situación actual es la siguiente: dictaré prisión preventiva para Lundin por las razones que mencioné antes. En cambio, contra Nieminen no tenemos nada de nada. Así que pienso ponerlo en libertad esta misma tarde.
Sonny Nieminen estaba de un humor de perros cuando abandonó el calabozo de la jefatura de policía de Södertälje. Tenía además la boca tan seca que su primera parada fue un quiosco donde compró una Pepsi que se bebió allí mismo. También se llevó un paquete de Lucky Strike y una cajita de Göteborgs rapé. Abrió el móvil, comprobó el estado de la batería y luego marcó el número de Hans-Åke Waltari, de treinta y tres años de edad y Sergeant at Arms de Svavelsjö MC, el número tres, por lo tanto, en la jerarquía interna. Sonó cuatro veces antes de que Waltari se pusiera.
– Nieminen. He salido.
– Felicidades.
– ¿Dónde estás?
– En Nyköping.
– ¿Y qué coño haces en Nyköping?
– Cuando os detuvieron a ti y a Magge, tomamos la decisión de estarnos quietecitos hasta que supiéramos con más exactitud cómo andaban las cosas.
– Bueno, ya sabes cómo andan las cosas. ¿Dónde están los demás?
Hans-Åke Waltari le dijo dónde se encontraban los restantes cinco miembros de Svavelsjö MC. La explicación no tranquilizó ni contentó a Sonny Nieminen.
– ¿Y quién coño se encarga de los negocios mientras vosotros os escondéis como gallinas?