– Eso no es justo. Tú y Magge os metéis en un puto curro del que no tenemos ni idea y, de buenas a primeras, os veis implicados en un tiroteo con esa jodida tía a la que busca todo quisqui, y a Magge le pegan un tiro y a ti te detienen. Y luego los maderos se ponen a desenterrar cadáveres en nuestro almacén de Nykvarn.
– ¿Y?
– Y empezamos a preguntarnos si Magge y tú nos habéis ocultado algo a los demás.
– ¿Y qué cojones se supone que es? Oye, que conste que somos nosotros los que conseguimos los curros.
– Ya, pero a mí no se me ha dicho ni jota de que el almacén fuera también un cementerio. ¿Quiénes son los muertos?
Sonny Nieminen estuvo a punto de soltar una cáustica réplica, pero se contuvo. Aunque Hans-Åke Waltari era gilipollas y bastante corto, la situación no era la más idónea para ponerse a discutir con él; ahora se trataba de reunir a las fuerzas rápidamente. Además, después de haberse pasado cinco interrogatorios negándolo todo, no resultaba demasiado inteligente por su parte anunciar a bombo y platillo por el móvil, a doscientos metros de la comisaría, que tenía información sobre el tema.
– A la mierda los muertos -dijo-. De eso no sé nada. Pero Magge está metido hasta el cuello en toda esa mierda. Pasará una temporadita en el trullo y en su ausencia yo seré el jefe.
– De acuerdo. ¿Y ahora qué? -preguntó Waltari.
– ¿Quién vigilará el cuartel general si os habéis largado todos?
– Benny Karlsson está allí y mantiene nuestras posiciones. La policía hizo un registro el mismo día en que os detuvieron. No encontraron nada.
– ¡Benny K.! -exclamó Nieminen-. ¡Joder! Pero si no es más que un puto rookie al que no le han salido ni los dientes.
– Tranquilo. Está con el rubio; ya sabes, ese cabrón con el que Magge y tú soléis relacionaros.
Sonny Nieminen se quedó helado. Echó un vistazo rápido a su alrededor y se alejó unos cuantos pasos de la puerta del quiosco.
– ¿Qué has dicho? -preguntó en voz baja.
– Ese cabrón rubio al que tú y Magge soléis ver… Apareció de repente pidiéndonos que lo escondiéramos.
– Joder, Waltari, si lo están buscando por todo el puto país por el asesinato de un poli…
– Bueno… por eso quería esconderse. ¿Qué podíamos hacer? Joder, es amigo tuyo y de Magge.
Sonny Nieminen cerró los ojos diez segundos. A lo largo de los años, Ronald Niedermann le había dado a Svavelsjö MC mucho trabajo y proporcionado muy buenos beneficios. Pero en absoluto se trataba de un amigo. Era un tipo de mucho cuidado, además de un psicópata; y, por si fuera poco, un psicópata al que la policía buscaba con una lupa de mil aumentos. Sonny Nieminen no se fiaba ni un pelo de Ronald Niedermann. Lo mejor sería que alguien le pegara un tiro en la cabeza. Así, por lo menos, la atención policial disminuiría un poco.
– ¿Y dónde lo habéis metido?
– Benny K. se ha encargado de él. Lo ha llevado a casa de Viktor.
Viktor Göransson, que vivía en las afueras de Järna, era el tesorero y el experto del club en asuntos económicos. Había hecho el bachillerato especializado en economía e iniciado su carrera profesional como asesor financiero de un mafioso yugoslavo, rey del mundo de la restauración, hasta que cogieron a la banda por graves delitos económicos. Conoció a Magge Lundin en la cárcel de Kumla a principios de los noventa. Era el único miembro de Svavelsjö MC que vestía traje y corbata.
– Waltari, coge el coche y vete a Södertälje. Te espero delante de la estación de trenes de cercanías dentro de cuarenta y cinco minutos.
– Vale. ¿Y a qué vienen esas prisas?
– A que tenemos que recuperar el control de la situación cuanto antes.
Ya en el coche, Hans-Åke Waltari miró de reojo a Sonny Nieminen, que permaneció completamente callado mientras se dirigían a Svavelsjö. A diferencia de Magge Lundin, Nieminen no solía mostrar un trato demasiado campechano. Era guapo y de aspecto frágil, pero se trataba de un tipo peligroso que estallaba con mucha facilidad, en especial cuando había bebido. En esos momentos estaba sobrio, pero Waltari estaba preocupado teniendo a alguien como Sonny al mando. En cierto modo, Magge siempre había sabido mantenerlo a raya. Se preguntó qué les depararía el futuro con Nieminen ejerciendo de presidente en funciones.
No se veía a ningún Benny K. en el club. Sonny lo llamó dos veces al móvil, pero no obtuvo respuesta.
Se fueron a la casa de Nieminen, a poco más de un kilómetro de allí. La policía había realizado un registro domiciliario sin hallar nada de valor para la investigación relacionado con Nykvarn. La verdad era que los agentes no encontraron nada que pudiera confirmar una actividad delictiva, razón por la cual Nieminen se encontraba en libertad.
Se duchó y se cambió de ropa mientras Waltari lo esperaba pacientemente en la cocina. Luego se adentraron algo más de ciento cincuenta metros en el bosque que había detrás de la finca de Nieminen y, con las manos, quitaron la capa de tierra que cubría un baúl profundamente enterrado que contenía seis armas de fuego -una de las cuales era un AK5-, una gran cantidad de munición y más de dos kilos de explosivos. Era el pequeño almacén armamentístico de Nieminen. Dos de las armas eran unas P-83 Wanad polacas. Pertenecían al mismo lote que esa pistola que Lisbeth Salander le quitara en Stallarholmen.
Nieminen apartó de su pensamiento a Lisbeth Salander. Era un tema desagradable. En la celda de la comisaría de Södertälje había repasado mentalmente, una y otra vez, la escena en la que él y Magge Lundin llegaban a la casa de campo de Nils Bjurman y se encontraban con Lisbeth en el patio.
El desarrollo de los acontecimientos había sido completamente imprevisible. Obedeciendo las órdenes de ese rubio de mierda, Nieminen acompañó a Magge Lundin para quemar la maldita casa de campo de Bjurman. Y se toparon con la jodida Salander: sola, un metro y medio de altura y flaca como un palillo. Nieminen se preguntó cuántos kilos pesaría en realidad. Luego todo se fue al garete y estalló en una orgía de violencia que ninguno de los dos había previsto.
Técnicamente podía explicar el curso de los acontecimientos: Salander tenía un bote de gas lacrimógeno que le vació a Magge Lundin en la cara. Magge debería haber estado más alerta, pero no fue así. Ella le propinó dos patadas, y no hace falta mucha fuerza para partirle la mandíbula a alguien de una patada. Lo cogió desprevenido. Se podía explicar.
Pero luego ella también se ocupó de él, Sonny Nieminen: un tipo al que incluso los más fornidos dudarían en atacar. Ella se movió muy rápidamente. Él se las vio y se las deseó para poder sacar su arma. Ella lo dejó fuera de combate con la misma humillante facilidad con la que se aparta un mosquito. Tenía una pistola eléctrica. Tenía…
Cuando se despertó no recordaba casi nada. Magge Lundin había recibido un tiro en el pie y llegó la policía. Tras ciertas discusiones entre los maderos de Strängnäs y Södertälje fue a parar a los calabozos de Södertälje. Y encima, ella le robó la Harley-Davidson a Magge. Y cortó el logotipo de Svavelsjö MC de su chupa de cuero: el mismo símbolo que hacía que la gente le dejara colarse para entrar en los clubes y que le otorgaba un estatus que un sueco normal y corriente ni siquiera sería capaz de comprender. Ella lo había humillado.
De repente, Sonny Nieminen hirvió por dentro. Durante los interrogatorios de la policía había permanecido callado. Nunca jamás podría contar lo que pasó en Stallarholmen. Hasta ese momento, Lisbeth Salander no había significado nada para él. Ella no era más que un trabajillo extra del que se ocupaba -otra vez por encargo del maldito Niedermann- Magge Lundin. Ahora la odiaba con una pasión que lo asombró. Solía ser frío y analítico, pero sabía que algún día se le presentaría la posibilidad de vengarse y reparar la deshonra. Aunque primero tenía que poner orden en ese caos que Salander y Niedermann habían provocado en Svavelsjö MC.