– Es verdad -asintió Bublanski con una voz más apagada-. ¿Y qué fue lo que dijo? No me acuerdo muy bien…
– Se mostró muy preocupado por la seguridad de Lisbeth Salander y dijo que quería lo mejor para ella. Pero al final de su discurso señaló que era peligrosísima y potencialmente capaz de oponer resistencia. Hemos basado gran parte de nuestros razonamientos en lo que él nos explicó aquel día.
– Además encendió a Hans Faste -apostilló Holmberg-. Por cierto, ¿sabemos algo de él?
– Se ha cogido unos días libres -contestó Bublanski-. La cuestión ahora es cómo seguir adelante.
Dedicaron dos horas más a debatir las diferentes posibilidades. La única decisión práctica que se tomó fue que Sonja Modig regresara a Gotemburgo al día siguiente para ver si Salander tenía algo que decir. Cuando finalmente concluyeron la reunión, Sonja Modig acompañó a Curt Svensson al garaje.
– He estado pensando que… -empezó a decir Curt Svensson para, acto seguido, callarse.
– ¿Sí? -preguntó Modig.
– … que cuando estuvimos hablando con Teleborian tú eras la única del grupo que le hizo preguntas y que le puso peros.
– Sí, ¿y?
– Nada que… Bueno, buen instinto -le contestó.
Curt Svensson no era precisamente conocido por ir repartiendo elogios a diestro y siniestro. Esta era, sin ninguna duda, la primera vez que le decía algo positivo o alentador a Sonja Modig. La dejó perpleja junto al coche.
Capítulo 5 Domingo, 10 de abril
La noche del sábado, Mikael Blomkvist la pasó en la cama con Erika Berger. No hicieron el amor; tan sólo estuvieron hablando. Una considerable parte de la conversación la dedicaron a desmenuzar los detalles de la historia de Zalachenko. Tal era la confianza que existía entre ambos que, ni por un segundo, él se paró a pensar en el hecho de que Erika fuera a empezar a trabajar en un periódico de la competencia. Y la propia Erika no tenía ninguna intención de robar la historia; era el scoop de Millennium. Como mucho, es posible que sintiera una cierta frustración por no poder ser la redactora de ese número. Habría sido una buena manera de terminar sus años en Millennium.
También hablaron del futuro y de lo que la nueva situación les reportaría. Erika estaba decidida a quedarse con su parte de Millennium y permanecer en la junta. En cambio, los dos fueron conscientes de que ella, obviamente, no podía ejercer ningún tipo de control sobre el trabajo diario de la redacción.
– Dame unos cuantos años en el Dragón… ¿Quién sabe? Tal vez vuelva a Millennium cuando se me acerque la hora de jubilarme.
Y hablaron de la complicada relación que ambos mantenían. Estaban de acuerdo en que, en la práctica, nada tenía por qué cambiar, aparte del hecho de que, a partir de entonces, obviamente, no se verían tan a menudo. Sería como en los años ochenta, cuando Millennium todavía no existía y cada uno tenía su propio lugar de trabajo.
– Pues ya podemos empezar a reservar hora -comentó Erika con una ligera sonrisa.
El domingo por la mañana se despidieron apresuradamente antes de que Erika volviera a casa con su marido, Greger Backman.
– No sé qué decir -comentó Erika-. Pero reconozco todos los síntomas, y deduzco que estás metido de lleno en un reportaje y que todo lo demás es secundario. ¿Sabes que te comportas como un psicópata cuando trabajas?
Mikael sonrió y le dio un abrazo.
Cuando ella se fue, él llamó al Sahlgrenska para intentar obtener información sobre cómo se encontraba Lisbeth Salander. Nadie le quiso decir nada, así que al final telefoneó al inspector Marcus Erlander, quien se compadeció de él y le explicó que, considerando las circunstancias, Lisbeth estaba bien y que los médicos se mostraban ligeramente optimistas. Mikael le preguntó si la podía visitar. Erlander le contestó que Lisbeth Salander se hallaba detenida por orden del fiscal y que no podía recibir visitas, pero que ese tema seguía siendo una pura formalidad: su estado era tal que ni siquiera resultaba posible interrogarla. Mikael consiguió arrancarle a Erlander la promesa de que lo llamaría si Lisbeth empeoraba.
Cuando Mikael consultó su móvil, pudo constatar que, de entre llamadas perdidas y mensajes, un total de cuarenta y dos procedían de distintos periodistas que habían intentado contactar con él desesperadamente. Durante las últimas veinticuatro horas, la noticia de que fue él quien encontró a Lisbeth Salander y avisó a Protección Civil -lo que le vinculaba estrechamente al desarrollo de los acontecimientos- había sido objeto de una serie de dramáticas especulaciones en los medios de comunicación.
Mikael borró todos los mensajes de los periodistas. En cambio, telefoneó a su hermana, Annika Giannini, y quedaron en verse a mediodía para comer juntos.
Luego llamó a Dragan Armanskij, director ejecutivo y jefe operativo de la empresa de seguridad Milton Security. Lo localizó en el móvil, en su residencia de Lidingö.
– Hay que ver la capacidad que tienes para crear titulares -dijo Armanskij con un seco tono de voz.
– Perdona que no te haya llamado antes. Recibí el mensaje de que me estabas buscando, pero la verdad es que no he tenido tiempo…
– En Milton estamos realizando nuestra propia investigación. Y, según me dijo Holger Palmgren, tú dispones de cierta información. Aunque parece ser que te encuentras a años luz de nosotros.
Mikael dudó un instante sobre cómo pronunciarse.
– ¿Puedo confiar en ti? -preguntó.
La pregunta pareció asombrar a Armanskij.
– ¿En qué sentido?
– ¿Estás de parte de Salander o no? ¿Puedo confiar en que deseas lo mejor para ella?
– Ella es mi amiga. Como tú bien sabes, eso no quiere decir que yo sea necesariamente su amigo.
– Ya lo sé. Pero lo que te pregunto es si estarías dispuesto a ponerte en su rincón del cuadrilátero y liarte a puñetazos con sus enemigos. Va a ser un combate con muchos asaltos.
Armanskij se lo pensó.
– Estoy de su lado -contestó.
– ¿Puedo darte información y tratar cosas contigo sin temer que se las filtres a la policía o a alguna otra persona?
– No estoy dispuesto a implicarme en ningún delito -dijo Armanskij.
– No es eso lo que te he preguntado.
– Mientras no me reveles que te estás dedicando a una actividad delictiva ni a nada por el estilo, puedes confiar en mí al ciento por ciento.
– Vale. Es preciso que nos veamos.
– Esta tarde iré al centro. ¿Cenamos juntos?
– No, no tengo tiempo. Pero si fuera posible que nos viéramos mañana por la tarde, te lo agradecería. Tú y yo, y tal vez unas cuantas personas más, deberíamos sentarnos y hablar.
– ¿Quedamos en Milton? ¿A las 18.00?
– Otra cosa… Dentro de un par de horas voy a ver a mi hermana, Annika Giannini. Está pensando si aceptar o no ser la abogada de Lisbeth, pero, como es lógico, no puede hacerlo gratis. Yo estoy dispuesto a pagar parte de sus honorarios de mi propio bolsillo. ¿Podría Milton Security contribuir?
– Lisbeth va a necesitar un abogado penal fuera de lo normal. Sin ánimo de ofender, creo que tu hermana no es la elección más acertada. Ya he hablado con el jurista jefe de Milton y nos va a buscar uno apropiado. Yo había pensado en Peter Althin o en alguien similar.
– Te equivocas. Lisbeth necesita otro tipo de abogado. Entenderás lo que quiero decir cuando nos hayamos reunido. Pero si hiciera falta, ¿podrías poner dinero para su defensa?
– Mi idea era que Milton contratara a un abogado…
– ¿Eso es un sí o un no? Yo sé lo que le pasó a Lisbeth. Sé más o menos quiénes estaban detrás. Sé el porqué. Y tengo un plan de ataque.
Armanskij se rió.
– De acuerdo. Escucharé tu propuesta. Si no me gusta, me retiraré.