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– Queda detenido por escuchas ilegales, falta grave en el ejercicio de sus funciones, allanamiento de morada en repetidas ocasiones en la casa que el periodista Mikael Blomkvist tiene en Bellmansgatan y, probablemente, por unos cuantos cargos más. Espósalo.

Jerker Holmberg hizo una rápida inspección de las oficinas y constató que allí había suficiente material electrónico como para montar un estudio de grabación. Le ordenó a un agente que se quedara vigilando el lugar y le dio instrucciones muy precisas para que permaneciera sentado y quieto en una silla y no dejara huellas dactilares.

Cuando sacaron a Mårtensson por el portal del inmueble, Henry Cortez alzó su Nikon digital e hizo una serie de veintidós fotografías. Era cierto que no era fotógrafo profesional y que la calidad de las fotos dejaba bastante que desear. Pero las imágenes fueron vendidas al día siguiente a un periódico vespertino a cambio de una cantidad de dinero realmente escandalosa.

Monica Figuerola fue la única de los policías que participaron en las redadas de ese día que fue víctima de un imprevisto incidente. Ya había recibido los refuerzos de la unidad de intervención del distrito de Norrmalm y de tres colegas de la DGP /Seg cuando, a las doce en punto, entró por el portal del edificio de Artillerigatan y subió las escaleras hasta la última planta, propiedad de la empresa Bellona.

La operación había sido planificada con poco tiempo de antelación. Una vez congregada la fuerza policial ante la puerta del piso, ella dio la señal. Dos corpulentos agentes uniformados levantaron un ariete de acero de cuarenta kilos y derribaron la puerta con dos golpes bien precisos. La fuerza de intervención, provista de chalecos antibalas y armas de refuerzo, apenas tardó diez segundos en ocupar el piso.

Según el dispositivo de vigilancia montado frente al inmueble desde el amanecer, cinco personas identificadas como colaboradores de la Sección entraron en ese portal a lo largo de la mañana. En cuestión de segundos, los cinco fueron detenidos y esposados.

Monica Figuerola llevaba chaleco antibalas. Recorrió el piso del que fuera cuartel general de la Sección desde los años sesenta y, una por una, abrió todas las puertas. Constató que necesitaría la ayuda de un arqueólogo para catalogar la gran cantidad de papeles que atestaba las habitaciones.

No habían pasado más que unos segundos desde que entró cuando abrió la puerta de un pequeño espacio situado muy al fondo del piso y descubrió que se trataba de un dormitorio. De repente, se encontró cara a cara con Jonas Sandberg. El había sido uno de los interrogantes que se plantearon en el reparto de tareas de esa mañana. Durante la noche anterior, el policía que lo estuvo vigilando le perdió la pista: su coche seguía aparcado en Kungsholmen y por la noche no se dejó caer por casa. Por la mañana no habían sabido cómo localizarlo y detenerlo.

Tienen vigilancia nocturna en el piso por razones de seguridad. Claro. Y Sandberg está descansando porque le ha tocado el turno de noche.

Jonas Sandberg sólo llevaba puestos unos calzoncillos y parecía que acababa de despertarse. Alargó la mano para coger su arma reglamentaria, que estaba encima de la mesilla de noche. Monica Figuerola se inclinó hacia delante y tiró el arma al suelo, lejos de Sandberg.

– Jonas Sandberg, queda usted detenido como sospechoso de complicidad en el asesinato de Gunnar Björck y Alexander Zalachenko, así como en el intento de asesinato de Mikael Blomkvist y Erika Berger. Póngase los pantalones.

Jonas Sandberg le dirigió un puñetazo a Monica Figuerola. Ella lo paró sin inmutarse.

– Estás de coña, ¿no? -dijo.

Ella agarró el brazo de Sandberg y le giró la muñeca con tanta fuerza que lo hizo caer al suelo de espaldas. Lo puso boca abajo y apoyó una rodilla en su región lumbar.Lo esposó. Era la primera vez desde que empezó a trabajar en la DGP /Seg que usaba las esposas estando de servicio.

Entregó a Sandberg a uno de los agentes uniformados y siguió su camino. Para acabar, abrió la última puerta, situada al final del pasillo. Según los planos de la oficina de urbanismo, se trataba de un cuartucho que daba al patio. Se detuvo en el umbral y se quedó mirando al espantapájaros más demacrado que había visto en su vida. Ni por un segundo dudó de que se hallaba frente a un enfermo terminal.

– Fredrik Clinton, queda usted detenido por complicidad en asesinato, intento de asesinato y una larga serie de diferentes delitos -dijo Monica-. Quédese quieto en la cama. Hemos llamado a una ambulancia para trasladarlo a Kunsgholmen.

Christer Malm se había colocado justo delante de la entrada de Artillerigatan. A diferencia de Henry Cortez, sabía utilizar su Nikon digital. Usó un teleobjetivo corto, por lo que las fotos fueron muy profesionales.

Mostraban cómo, uno tras otro, los miembros de la Sección salían por la puerta acompañados de la policía, eran introducidos en los coches y, por último, cómo una ambulancia venía a buscar a Fredrik Clinton. Sus ojos miraron al objetivo de la cámara justo en el momento en el que Christer pulsó el disparador. Había en ellos preocupación y desconcierto.

Algún tiempo después, esa imagen ganó el premio de «La Fotografía del Año».

Capítulo 27 Viernes, 15 de julio

A las doce y media el juez Iversen golpeó la mesa con la maza, dando así por reanudada la vista oral. No pudo evitar advertir la presencia de una tercera persona en la mesa de Annika Giannini. Holger Palmgren estaba sentado en una silla de ruedas.

– Hola, Holger -dijo el juez Iversen-. Hacía mucho tiempo que no te veía en una sala de tribunal.

– Buenos días, juez Iversen. Bueno, es que algunos casos son tan complicados que los juniors necesitan un poco de ayuda.

– Pensaba que habías dejado de ejercer.

– He estado de baja. Pero la abogada Giannini me ha contratado para este caso como su asesor.

– Entiendo.

Annika Giannini se aclaró la voz.

– También cabe añadir que Holger Palmgren representó durante muchos años a Lisbeth Salander.

– No tengo nada que objetar -contestó el juez Iversen.

Le hizo un movimiento de cabeza a Annika Giannini para que empezara. Ella se levantó. Siempre la había disgustado esa pésima costumbre sueca de realizar una vista oral con todos sentados alrededor de una mesa manteniendo un tono informal, casi como si se tratara de una cena. Se sentía mucho mejor cuando hablaba de pie.

– Creo que tal vez debamos empezar con los últimos comentarios de esta mañana. Señor Teleborian, ¿por qué desestima usted sistemáticamente todas las afirmaciones que provienen de Lisbeth Salander?

– Porque es obvio que son falsas -contestó Peter Teleborian.

Estaba tranquilo y relajado. Annika Giannini asintió y se dirigió al juez Iversen.

– Señor juez: el señor Peter Teleborian afirma que Lisbeth Salander miente y se imagina cosas. Ahora la defensa va a probar que todas y cada una de las palabras que se encuentran en la autobiografía de Lisbeth Salander son verdaderas. Vamos a aportar documentación que demuestra que así es: tanto gráfica y escrita como con la ayuda de algunos testimonios. Hemos llegado ya a ese punto del juicio en el que el fiscal ha expuesto las líneas principales de su demanda. Las hemos escuchado y ahora conocemos exactamente la naturaleza de las acusaciones realizadas contra Lisbeth Salander.

De repente, Annika Giannini notó que tenía la boca seca y que le temblaba la mano. Inspiró profundamente y bebió un poco de Ramlösa. Luego se agarró con firmeza al respaldo de la silla para no revelar sus nervios.

– De la exposición del fiscal podemos extraer la conclusión de que le sobran opiniones, pero que, para su desgracia, le faltan pruebas. Cree que Lisbeth Salander disparó a Carl-Magnus Lundin en Stallarholmen. Afirma que ella fue a Gosseberga con la intención de matar a su padre. Supone que mi clienta es una esquizofrénica paranoica y que sufre todo tipo de enfermedades psíquicas. Y esa suposición se basa en una sola fuente: el doctor Peter Teleborian.

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