El correo había llegado un minuto antes. El remitente era [email protected]. ¿Por qué precisamente Aftonbladet? La dirección era falsa.
Pero esta vez no había ningún texto; tan sólo una foto jpg que abrió con Photoshop.
La imagen era pornográfica y representaba a una mujer desnuda, con unos pechos excepcionalmente grandes y una correa de perro alrededor del cuello. Estaba a cuatro patas y alguien se la estaba follando por detrás.
El rostro de la mujer había sido sustituido por otro.
No se trataba de un retoque hecho con mucha habilidad, aunque sin duda no era ésa la intención. En vez de la cara original, aparecía la de Erika Berger. La foto pertenecía al byline que tenía en Millennium y podía ser bajada de Internet.
En la parte inferior de la imagen habían escrito una palabra con letras de imprenta valiéndose de la función spray del Photoshop.
«Puta.»
Era el noveno correo anónimo que recibía Erika con la palabra «puta» y que parecía tener como remitente a una gran y conocida empresa mediática de Suecia. Al parecer, ese cyber stalker que le había caído encima se empeñaba en seguir acosándola.
El capítulo de la escucha telefónica resultó mucho más complicado que el de la vigilancia informática. A Trinity no le costó nada localizar el cable del teléfono de la casa del fiscal Ekström; el problema era, por supuesto, que Ekström usaba muy raramente ese teléfono -por no decir nunca- para realizar llamadas relacionadas con su trabajo. Trinity ni siquiera se molestó en intentar pinchar el que tenía en el edificio de la jefatura de policía de Kungsholmen. Eso habría requerido un acceso a la red de cables sueca que iba más allá de sus posibilidades.
No obstante, Trinity y Bob the Dog dedicaron la mayor parte de la semana a identificar e intentar distinguir el móvil de Ekström de entre el ruido de fondo de casi doscientos mil móviles dentro de un radio de un kilómetro alrededor de la jefatura de policía.
Trinity y Bob the Dog emplearon una técnica que se llamaba Random Frequency Tracking System, RFTS. No se trataba de una técnica desconocida. Había sido desarrollada por la National Security Agency norteamericana, la NSA, y había sido incorporada a una desconocida cantidad de satélites que vigilaban determinados centros de crisis y capitales de especial interés de todo el mundo.
La NSA contaba con enormes recursos a su disposición y usaba una especie de red para captar simultáneamente un gran número de llamadas de móvil en la región que fuera. Cada llamada era separada y procesada digitalmente a través de ordenadores que estaban programados para reaccionar ante palabras como, por ejemplo, «terrorista» o «kalashnikov». Si una de esas palabras aparecía, el ordenador enviaba de forma automática un aviso, y un operador entraba y escuchaba la conversación para decidir si era de interés o no.
Las cosas se complicaban a la hora de identificar un móvil concreto. Cada teléfono móvil tiene una firma propia y única -una huella dactilar- en forma de número de teléfono. Con un equipamiento dotado de una extremada sensibilidad, la NSA podía centrarse en una zona específica y discernir y escuchar las conversaciones. La técnica resultaba sencilla, pero no completamente segura. Las llamadas salientes eran especialmente difíciles de reconocer, mientras que, en cambio, una llamada entrante se identificaba con mayor facilidad, ya que se iniciaba justo con esa huella dactilar cuya función consistía en que el teléfono en cuestión captara la señal.
La diferencia entre las ambiciones de Trinity y las de la NSA con respecto a las escuchas era de carácter económico. NSA tenía un presupuesto anual que ascendía a miles de millones de dólares americanos, cerca de doce mil agentes empleados a tiempo completo y acceso a la más absoluta tecnología punta del mundo de la informática y la telefonía. Trinity no contaba más que con su furgoneta y con unos treinta kilos de material electrónico que, en su mayoría, estaba compuesto por aparatos caseros fabricados por Bob the Dog. La NSA, a través de la vigilancia por satélite, podía dirigir antenas muy sensibles hacia un edificio concreto de cualquier lugar del mundo. Trinity tenía un antena construida por Bob the Dog cuyo alcance efectivo era de unos quinientos metros.
La técnica de la que disponía Trinity le obligaba a aparcar la furgoneta en Bergsgatan o en alguna de las calles colindantes y calibrar laboriosamente el equipo hasta que identificara esa huella dactilar que constituía el número de móvil del fiscal Richard Ekström. Como no sabía sueco, debía enviar las llamadas, a través de otro móvil, a casa de Plague, que era quien las escuchaba en realidad.
Durante cinco días con sus cinco noches, un Plague cada vez más ojeroso escuchó hasta la saciedad una enorme cantidad de llamadas que entraban y salían de la jefatura de policía y los edificios cercanos. Escuchó fragmentos de investigaciones en curso, descubrió furtivos encuentros amorosos y grabó una gran cantidad de llamadas que contenían chorradas sin ningún tipo de interés. La noche del quinto día, Trinity le envió una señal que una pantalla digital identificó en el acto como el número del fiscal Ekström. Plague sintonizó la antena parabólica en la frecuencia exacta.
La técnica RFTS funcionaba sobre todo en las llamadas que le entraban a Ekström. Lo que la antena parabólica de Trinity hacía era simplemente captar la señal de búsqueda del número de móvil de Ekström, que se desviaba por el espacio de toda Suecia.
En cuanto Trinity empezó a grabar las llamadas de Ekström, pudo también obtener las huellas de su voz para que Plague trabajara con ellas.
Plague procesaba la voz de Ekström a través de un programa llamado VPRS, que significa Voiceprint Recognition System. Eligió una docena de palabras frecuentes, como por ejemplo «vale» o «Salander». En cuanto dispuso de cinco ejemplos diferentes de una palabra, el programa analizó el tiempo que se tardaba en pronunciarla, la profundidad del tono de la voz y su registro de frecuencia, cómo acentuaba la terminaciones y una docena más de marcadores. El resultado fue un gráfico que permitía a Plague escuchar también las llamadas que salían del móvil del fiscal Ekström. La antena parabólica se mantenía en permanente escucha buscando una llamada en la que apareciera, precisamente, la curva gráfica de Ekström en alguna de esa docena de palabras de uso frecuente. La técnica no era perfecta. Pero alrededor del cincuenta por ciento de las llamadas que Ekström hacía desde su móvil y desde las inmediaciones de la jefatura era escuchado y grabado.
Por desgracia, la técnica adolecía de una obvia desventaja: en cuanto el fiscal Ekström abandonaba la jefatura cesaban las posibilidades de realizar escuchas; a no ser que Trinity supiera dónde se encontraba Ekström y pudiera aparcar por los alrededores.
Una vez obtenida la orden de la máxima autoridad, Torsten Edklinth pudo crear por fin una pequeña pero legítima unidad operativa. Eligió a dedo a cuatro colaboradores. Optó, conscientemente, por aquellos jóvenes talentos que contaban con cierta experiencia en la policía abierta y que acababan de ser reclutados para la DGP /Seg. Dos procedían de la brigada de fraudes, otro de la policía financiera y el cuarto de la brigada de delitos violentos. Fueron convocados al despacho de Edklinth, donde éste les dio una charla sobre el carácter de la misión y la necesidad de mantenerla bajo una absoluta confidencialidad. También subrayó que la investigación se realizaba obedeciendo una petición directa del primer ministro. Monica Figuerola se convirtió en el jefe de los nuevos agentes y dirigió la investigación con una fuerza que se correspondía con la de su físico.
Pero la investigación avanzaba despacio, algo que en gran parte se debía a que nadie estaba muy seguro de a quién o a quiénes investigar. En más de una ocasión, Edklinth y Figuerola sopesaron la posibilidad de detener simplemente a Mårtensson y empezar a hacerle preguntas. Pero siempre acababan decidiendo que debían esperar: una detención significaría que toda la investigación saldría a la luz.