Ella sonrió y sacó su placa.
– Me llamo…
– Te llamas Monica Figuerola, naciste en 1969 y vives en Pontonjärgatan, en Kungsholmen. Eres oriunda de Borlänge, pero has trabajado como policía en Uppsala. Hace tres años que estás en la DGP /Seg, en protección constitucional. Eres una fanática del ejercicio físico y una vez fuiste una atleta de élite, y casi te clasificaste para entrar en el equipo nacional sueco que participó en los Juegos Olímpicos. ¿Qué quieres de mí?
Ella se quedó sorprendida, pero asintió y se recuperó con rapidez.
– ¡Qué bien! -dijo con voz aliviada-. Entonces ya sabes quién soy y no tienes por qué tenerme miedo.
– ¿No?
– Ciertas personas necesitan hablar tranquilamente contigo. Como tu casa y tu móvil parecen estar bajo escucha y hay razones para ser discreto, me han enviado a mí para invitarte.
– ¿Y por qué querría yo ir a algún sitio con una persona que trabaja en la Säpo?
Reflexionó un rato.
– Bueno… puedes acompañarme aceptando una amable invitación, pero si lo prefieres, te esposo y te llevo conmigo.
Ella sonrió dulcemente. Mikael Blomkvist le devolvió la sonrisa.
– Oye, Blomkvist: entiendo que tengas motivos de sobra para desconfiar de alguien que viene de la Säpo. Pero lo cierto es que no todos los que trabajamos allí somos tus enemigos, y hay muy buenas razones para hablar con mis jefes.
Él aguardó.
– Bueno, ¿qué prefieres? ¿Esposado o voluntario?
– Este año ya me han esposado una vez. Ya tengo el cupo cubierto. ¿Adónde vamos?
Monica Figuerola conducía un Saab 9-5 nuevo, que estaba aparcado a la vuelta de la esquina de Pryssgränd. Al subir al coche, ella abrió su móvil y marcó un número predeterminado.
– Llegaremos en quince minutos -comunicó.
Le dijo a Mikael Blomkvist que se abrochara el cinturón de seguridad y pasó por Slussen hasta llegar a Östermalm, donde aparcó en una calle perpendicular a Artillerigatan. Se quedó quieta un instante y lo observó.
– Blomkvist: ésta es una invitación amistosa. No te va a pasar nada.
Mikael Blomkvist no dijo nada. Se guardó sus comentarios para cuando supiera de qué iba todo aquello. Ella marcó el código de la puerta. Subieron en el ascensor hasta la cuarta planta, a un apartamento en cuya puerta figuraba el nombre de Martinsson.
– Sólo hemos tomado prestado el piso para la reunión de esta tarde -dijo ella antes de abrir-. A la derecha, al salón.
La primera persona a la que Mikael vio fue Torsten Edklinth, algo que no le produjo ninguna sorpresa, ya que la Säpo estaba implicada en grado sumo en el desarrollo de los acontecimientos y porque, además, Edklinth era el jefe de Monica Figuerola. Que el jefe de protección constitucional se hubiera molestado en ir a buscarlo indicaba que alguien estaba preocupado.
Luego percibió que una figura que se hallaba junto a la ventana se volvía hacia él. El ministro de Justicia. Eso sí que resultó sorprendente.
A continuación, oyó un ruido por la derecha y vio a una persona enormemente familiar levantarse de un sillón. Nunca se habría imaginado que Monica Figuerola lo trajera a una más bien nocturna reunión conspirativa con el primer ministro.
– Buenas noches, señor Blomkvist -dijo el primer ministro-. Discúlpenos por haberle pedido con tan poca antelación que venga a esta reunión, pero hemos comentado la situación y todos estamos de acuerdo en que debemos hablar con usted, bueno… contigo. Pasemos de formalidades. ¿Te apetece un café o alguna otra cosa?
Mikael miró a su alrededor. Vio un mueble de comedor de madera oscura repleto de vasos, tazas vacías y restos de una tarta salada. Ya deben de llevar aquí unas cuantas horas.
– Ramlösa -dijo.
Se la sirvió Monica Figuerola. Luego ellos se sentaron en unos sofás que había al fondo de la habitación y ella permaneció de pie.
– Me ha reconocido y sabe cómo me llamo, dónde vivo, dónde trabajo y que soy una adicta al ejercicio físico -les comentó Monica Figuerola.
El primer ministro le echó una rápida mirada a Torsten Edklinth en primer lugar y luego a Mikael Blomkvist. De repente, Mikael se dio cuenta de que se encontraba en una posición de poder: el primer ministro necesitaba algo de él y probablemente no tuviera ni idea de lo que Mikael Blomkvist sabía.
– Intento hacerme una idea de quién es quién en todo este cacao -dijo Mikael con un tono ligero de voz.
No seré yo el que engañe al primer ministro.
– ¿Y cómo conocías el nombre de Monica Figuerola? -preguntó Edklinth.
Mikael miró de reojo al jefe de protección constitucional. No tenía ni idea de lo que había llevado al primer ministro a convocar una reunión secreta en un piso prestado del barrio de Östermalm, pero se sentía inspirado. En la práctica, no había tantas posibilidades: era Dragan Armanskij quien había puesto la bola en juego dándole la información a alguien en quien confiaba. Y ese alguien debía haber sido Edklinth o alguna persona cercana. Mikael se arriesgó.
– Un amigo común habló contigo -le dijo a Edklinth-. Pusiste a Figuerola a investigar lo que estaba pasando y ella descubrió que unos activistas de la Säpo se dedican a realizar escuchas ilegales, a robar en mi casa y actividades por el estilo, con lo cual confirmaste la existencia del club de Zalachenko. Eso te preocupó tanto que sentiste la necesidad de llevar el asunto más allá, pero te quedaste sentado en tu despacho sin saber muy bien a quién acudir. Así que te dirigiste al ministro de Justicia, quien, a su vez, se dirigió al primer ministro. Y aquí estamos. ¿Qué queréis de mí?
Mikael habló con un tono que daba a entender que disponía de una fuente muy bien situada y que le había permitido seguir cada paso dado por Edklinth. Cuando los ojos de éste se abrieron de par en par, vio que el farol que se acababa de marcar había dado resultado. Prosiguió.
– El club de Zalachenko me espía a mí, yo los espío a ellos y tú espías al club de Zalachenko, de modo que, a estas alturas, el primer ministro está tan preocupado como cabreado. Sabe que cuando terminemos esta conversación le espera un escándalo al que tal vez no sobreviva el gobierno.
Monica Figuerola esbozó una repentina sonrisa, pero la ocultó tras un vaso de Ramlösa. Acababa de percatarse de que Blomkvist se estaba marcando un farol, y de entender cómo la había podido sorprender con el conocimiento de su nombre y hasta del número de zapato que calzaba.
Me vio en el coche en Bellmansgatan. Es una persona que siempre está en guardia. Se quedó con la matrícula y me identificó. Pero todo lo demás son conjeturas.
Ella no dijo nada.
El primer ministro parecía preocupado.
– ¿Es eso lo que nos espera? -preguntó-. ¿Un escándalo que va a derrotar al gobierno?
– El gobierno no es mi problema -dijo Mikael-. Mi trabajo consiste en sacar a la luz mierdas como la del club de Zalachenko.
El primer ministro asintió.
– Y el mío consiste en gobernar el país de acuerdo con los principios de la Constitución.
– Lo cual quiere decir que mi problema, en definitiva, también es el problema del gobierno. Pero no al revés.
– Dejemos de dar rodeos. ¿Por qué crees que he preparado este encuentro?
– Para averiguar cuánto sé y qué pienso hacer.
– Por una parte sí. Pero, más concretamente, porque todo esto ha ocasionado una crisis constitucional. Déjame comentarte en primer lugar que el gobierno no tiene nada que ver con este asunto. Nos ha cogido completamente por sorpresa. Nunca he oído hablar de ese… ese club al que llamas el club de Zalachenko. El ministro de Justicia no sabe nada al respecto. Torsten Edklinth, que ocupa un alto cargo dentro de la DGP /Seg y que lleva trabajando allí muchos años, nunca ha oído hablar del tema.
– Sigue sin ser mi problema.
– Ya lo sé. Lo que queremos saber es cuándo piensas publicar tu texto y, preferentemente, el contenido exacto de lo que quieres publicar. Es sólo una pregunta; no tiene nada que ver con una pretensión de controlar posibles daños.