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– Sí, hacedlo -respondió el abad volviéndose hacia mí con la confianza recuperada-. Doctor Shardlake, debo deciros que ha venido a verme el hermano Gabriel. Recuerda haber visto luces en la marisma en los días anteriores al asesinato del comisionado Singleton. En mi opinión, el asesinato podría ser obra de contrabandistas locales. Son hombres impíos: quien viola la ley sólo está a un paso de violar los mandamientos de Dios.

– Sí, he salido a echar un vistazo a la marisma. Lo discutiré mañana con el juez; es una de las líneas de la investigación.

– Yo creo que es la respuesta. -Ante mi silencio, el abad añadió-: Por el momento, puede que lo mejor sea decir a la comunidad que Simón ha muerto a consecuencia de la enfermedad. Si estáis de acuerdo, comisionado.

Lo pensé durante unos instantes. No deseaba que cundiera el pánico.

– Muy bien.

– Tendré que escribir a sus padres. Les diré lo mismo…

– Sí, es mejor que decirles que el prior está seguro de que su hijo está ardiendo en el infierno -respondí, súbitamente irritado con ambos.

El prior abrió la boca para replicar, pero el abad se le adelantó.

– Vamos, Mortimus, tenemos que marcharnos. Hay que ordenar que caven otra tumba.

El abad se inclinó ante mí y salió, seguido por el prior, que me lanzó una última mirada de desafío.

– Hermano Guy-dijo Mark-, ¿cuál creéis que fue la causa de la muerte de Simón?

– Tendré que abrirlo para averiguarlo. -El enfermero movió la cabeza-. No es algo fácil de hacer con alguien a quien conocías. Pero hay que hacerlo ahora, cuando la muerte es reciente. -Inclinó la cabeza, cerró los ojos y rezó durante unos instantes; luego, respiró hondo y murmuró-: Os ruego me excuséis.

Asentí, y el enfermero se alejó lentamente hacia su gabinete. Mark y yo seguimos sentados en silencio durante unos instantes. El color empezaba a volver a las mejillas de mi ayudante, al que nunca había visto tan pálido. Por mi parte, aún estaba conmocionado, aunque al menos había dejado de temblar.

En ese momento, apareció Alice, que traía una taza humeante.

– Os he preparado la infusión, señor.

– Gracias.

– Los dos monjes de la contaduría os esperan en la sala con un montón de libros.

– ¿Qué? ¡Ah, sí! Mark, ¿puedes encargarte de que los lleven a nuestra habitación?

– Sí, señor.

Al abrirse la puerta, oí el ruido de una sierra procedente del gabinete. Cuando Mark volvió a cerrar, cerré los ojos con alivio y le di un sorbo al brebaje que había traído Alice. Tenía un sabor fuerte y un aroma almizclado.

– Es bueno para las emociones fuertes, señor. Asienta los humores.

– Es reconfortante. Gracias.

La joven me miraba, con las manos a la espalda.

– Señor, me gustaría disculparme por lo que he dicho antes. He hablado de más.

– No tiene importancia. Todos estábamos alterados.

– Os habrá extrañado que haya dicho que no temo a los demonios, después de lo que hemos visto -dijo Alice tras una vacilación.

– No. Algunos ven la mano del Diablo en cualquier acción mala que no comprenden. También ha sido ésa mi primera impresión; pero creo que el hermano Guy tiene otra explicación en su mente. Está… examinando el cadáver. -La chica se santiguó-. Sin embargo, no debemos cerrar los ojos a las obras de Satanás en el mundo -añadí.

– En mi opinión… -empezó a decir Alice.

– Adelante. Conmigo puedes hablar con total libertad. Siéntate, por favor.

– Gracias. -La muchacha se sentó y me clavó sus inteligentes ojos azules, que estaban extraordinariamente alerta. Advertí que tenía la piel blanca y tersa-. En mi opinión, el Diablo actúa en el mundo alentando la maldad de los hombres, su codicia, su crueldad y su ambición, más que poseyéndolos y volviéndolos locos.

Asentí.

– Yo opino lo mismo, Alice. En los tribunales, he tenido muchas oportunidades de ver en acción las pasiones que has mencionado. Y no sólo entre los acusados. Y las personas que las poseían estaban tan cuerdas como tú y como yo.

De pronto, el rostro de lord Cromwell apareció en mi mente con estremecedora nitidez. Parpadeé.

– Esas maldades están en todas partes -dijo Alice asintiendo con tristeza-. El deseo de riqueza y poder convierte a veces a los hombres en leones hambrientos que buscan algo para devorar.

– Bien expresado. Pero ¿dónde puede haber visto tanta maldad una muchacha tan joven? -le pregunté con suavidad-. ¿Aquí, quizá?

– Observo el mundo, reflexiono sobre las cosas… -respondió Alice, y se encogió de hombros-. Más de lo adecuado para una mujer, seguramente.

– No, no. Dios dotó de razón tanto al hombre como a la mujer.

– Aquí no encontraréis a muchos que opinen lo mismo -repuso la joven con una sonrisa irónica.

Le di otro sorbo a la infusión, que poco a poco iba calentándome el cuerpo y relajando mis cansados músculos.

– Esto está muy bueno. El señor Poer dice que eres una hábil curandera.

– Gracias. Como le dije a él, mi madre lo era. -Por unos instantes, su rostro se ensombreció-. En la ciudad, hay gente que relaciona ese trabajo con la brujería, pero ella simplemente atesoraba los conocimientos que había recibido de su madre, que a su vez los había recibido de la suya. El boticario le pedía consejo a menudo.

– Y tú trabajaste un tiempo con él.

– Sí. Me enseñó muchas cosas, pero cuando murió tuve que volver a casa.

– Para quedarte sin ella.

– Sí, la cesión expiró con la muerte de mi madre. El propietario derribó la casa y cercó nuestra pequeña parcela para criar ovejas.

– Lo siento. Esos cercados están arruinando el campo. Es una de las cosas que preocupan a lord Cromwell.

La muchacha me miró con curiosidad.

– ¿Lo conocéis? ¿Conocéis a lord Cromwell?

Asentí.

– Sí. Llevo mucho tiempo sirviéndolo, de un modo u otro. -Alice me lanzó una larga y penetrante mirada; luego bajó los ojos y se quedó callada con las manos en el regazo; manos enrojecidas por el trabajo, pero aun así finas-. ¿Viniste aquí tras la muerte de tu madre? -le pregunté.

La joven alzó la cabeza.

– Sí. El hermano Guy es un buen hombre, señor. Espero… espero que no os forméis una mala opinión de él debido a su extraño aspecto. Muchos lo hacen.

Negué con la cabeza.

– Un buen investigador debe fijarse en cosas menos superficiales. Aunque confieso que la primera vez que lo vi me llevé una sorpresa.

Inesperadamente, Alice se echó a reír, y sus blancos y regulares dientes asomaron entre sus labios.

– Lo mismo me pasó a mí, señor. Creí que era un rostro tallado en madera que había cobrado vida. Tardé semanas en conseguir verlo como a un hombre más. Me ha enseñado muchas cosas.

– Tal vez algún día puedas aprovechar esos conocimientos. Sé que en Londres hay boticarias. Pero la mayoría son viudas, y tú sin duda te casarás.

Alice se encogió de hombros. -Más adelante, quizá.

– Mark me dijo que tenías novio, pero que se mató en un accidente. Lo siento.

– Sí -murmuró la joven. La mirada vigilante había vuelto a sus ojos-. Parece que el señor Poer os ha contado muchas cosas sobre mí.

– Nosotros… En fin, necesitamos averiguar todo lo que podamos de las personas que viven aquí, como puedes comprender… -le expliqué con una sonrisa que esperaba fuese tranquilizadora.

Alice se levantó y se acercó a la ventana. Cuando se volvió hacia mí, su cuerpo tenso parecía haber tomado una decisión.

– Señor, si os confiara una información, ¿la mantendríais en secreto? Necesito este trabajo… -Sí, Alice, te doy mi palabra.

– Los monjes de la contaduría han dicho que han traído todos los libros de cuentas que habíais pedido. -Excelente…

– Pero no los han traído todos, señor. No han traído el que tenía el comisionado Singleton el día que lo asesinaron. -¿Cómo lo sabes?

– Porque todos los libros que han traído son marrones, y el que estaba examinando el comisionado tenía las tapas azules. -¿Sí? ¿Cómo sabes eso?

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