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– Hubo un accidente a la entrada de Oxford, en un lugar que llaman el "triángulo ciego". Un ómnibus rompió el puente y se despeñó en el acantilado. Están esperando a que lleguen al Radcliffe varias ambulancias con heridos: van a necesitarme en Rayos.

Cambié los canales hasta encontrar el noticiero local. Una periodista hablaba mientras se acercaba, seguida por la cámara, a un puente roto. Toqué dos o tres de los botones, pero no conseguía que emergiera la voz.

– No funciona el sonido- dijo Lorna. Ya estaba totalmente vestida y buscaba su uniforme dentro del placard.

– Seldom y todo un grupo de matemáticos volvían de Cambridge en ómnibus esta tarde -dije-. ¿En cuál de los accesos fue el accidente?

Lorna se dio vuelta, como si un mal presentimiento la hubiera petrificado, y volvió junto a mí.

– Dios mío, debían atravesar ese puente si venían desde allí.

Nos quedamos mirando con una fijeza desesperada la pantalla del televisor. La cámara mostraba los fragmentos de vidrios junto al puente y el lugar donde la defensa había sido destrozada. Mientras la periodista se asomaba y señalaba hacia abajo, vimos aparecer, agrandado por el teleobjetivo, el guiñapo de metal en que había quedado convertido el ómnibus. La cámara se movía y oscilaba siguiendo a la periodista que había decidido descender por la pendiente escarpada del acantilado. Un pedazo de chasis se había desprendido en el lugar donde aparentemente el ómnibus había dado el primero de los tumbos. Cuando la cámara volvió a enfocar el fondo del acantilado, ahora mucho más cerca, vimos que un grupo de ambulancias había logrado llegar desde abajo para las tareas de rescate. Aparecieron en un primer plano desolador las ventanillas mudas y astilladas del ómnibus y luego un fragmento color naranja de la carrocería con un emblema que no reconocí. Sentí que Lorna me apretaba el brazo.

– Es un ómnibus escolar- dijo-. Dios mío: ¡son niños! ¿Te parece que…-susurró, sin decidirse a completar la pregunta y me miró con una expresión espantada, como si un juego al que habíamos estado jugando despreocupadamente se hubiera convertido de pronto en una pesadilla real-. Tengo que ir al hospital ahora -dijo y me dio un beso rápido-. Si vas a salir, la puerta se cierra sola.

Me quedé mirando la sucesión hipnótica de las imágenes en la pantalla. La cámara había rodeado el ómnibus y enfocaba una de las ventanillas, donde se agrupaba la cuadrilla de rescate. Evidentemente uno de los hombres había logrado penetrar en el interior y trataba de sacar por allí el cuerpo de uno de los chiquitos. Aparecieron primero las piernas delgadas y desnudas, que se balancearon con un movimiento desarticulado antes de que las sujetaran desde abajo una hilera de manos dispuestas como angarillas. Tenía puesto un pantalón corto de gimnasia que estaba manchado de sangre en un costado y unas zapatillas blancas relucientes. Cuando asomó la primera mitad del torso vi que llevaba una camiseta de competición sin mangas con un gran número en el pecho. La cámara volvió a enfocar la ventanilla. Dos grandes manos sostenían por atrás con infinito cuidado la cabeza del chico. Por las muñecas, como si resbalaran inconteniblemente de la nuca, se veían caer grandes gotas de sangre al piso. La cámara enfocó la cara del niño y vi con sorpresa bajo el largo flequillo rubio y desmadejado los rasgos mongoloides inconfundibles de un chico Down. Detrás asomó por primera vez la cara del hombre adentro del ómnibus. Su boca se abría en un par de palabras que repitió con desesperación mientras extendía hacia afuera las dos palmas ensangrentadas en el gesto de que ya no quedaba adentro nadie más. La cámara siguió a la procesión que llevaba a este último chico detrás del ómnibus. Alguien impidió el paso del camarógrafo, pero aun así alcanzó a verse por un instante una larga hilera de camillas con los cuerpos cubiertos por sábanas hasta arriba. La imagen volvió a los estudios de la emisora. Mostraron una foto del grupo de chicos, antes de un partido.

Era en efecto un equipo de básquet de una escuela de chicos Down, que volvían de un torneo intercolegial en Cambridge. Cinco titulares y cinco suplentes. En una rápida sucesión desfilaron al pie de la pantalla los nombres. Una frase lacónica confirmaba que los diez habían muerto. Apareció en la pantalla una segunda foto: la cara de un hombre todavía joven, que me pareció vagamente familiar, aunque el nombre que aparecía debajo de la foto, Ralph Johnson, me resultaba totalmente desconocido. Era el chofer del ómnibus y aparentemente había logrado saltar afuera antes del choque, pero había muerto también, antes de llegar al hospital. La cara desapareció de la pantalla y apareció una cronología de las tragedias que habían ocurrido en aquel mismo lugar.

Apagué el televisor y me eché hacia atrás con una de las almohadas sobre los ojos, tratando de recordar dónde había visto antes la cara del chofer. Probablemente aquella foto era de algunos años atrás. El pelo muy corto y crespo, los pómulos afilados, los ojos hundidos… lo había visto antes, sí, pero no como chofer, sino en otro lugar… ¿dónde? Me levanté irritado de la cama y me di una ducha larga, repasando mentalmente cada uno de los rostros que había cruzado en la ciudad desde el primer día. Mientras me vestía y volvía a la habitación por mis zapatos traté de rehacer la cara de la pantalla. Los pequeños rulos apretados, la expresión fanática… sí, me senté en la cama aturdido por la sorpresa, por la cantidad de diferentes implicaciones, pero no podía equivocarme, después de todo no había conocido tantas personas en Oxford. Llamé al hospital y pedí que me pasaran con Lorna. Apenas la escuché del otro lado le pregunté, bajando involuntariamente la voz.

– El chofer del ómnibus… era el padre de Caitlin, ¿no es cierto?

– Sí -dijo después de un segundo y me di cuenta de que también su voz bajaba a un susurro.

– ¿Es lo que estoy suponiendo? -dije.

– No sé, pero no quise decir nada. Uno de los pulmones era compatible. Caitlin acaba de entrar en el quirófano: creen que todavía pueden salvarla.

CAPITULO 24

– Durante las primeras horas creí que se trataba de una equivocación -dijo Petersen-. Pensaba que el verdadero blanco era el ómnibus de ustedes, que venía muy cerca detrás. Creo que incluso algunos de los matemáticos alcanzaron a ver la caída por el acantilado, ¿no es cierto? -dijo, dirigiéndose a Seldom.

Estábamos en un pequeño café en Little Ciaren-don. Petersen nos había citado allí, fuera de sus oficinas, como si tuviera algo de qué disculparse, o algo que agradecernos. Estaba vestido con un traje negro muy severo y recordé que esa mañana habría un servicio fúnebre especial por los chicos muertos. Era la primera vez que yo veía a Seldom desde su regreso. Tenía una expresión grave y silenciosa y el inspector tuvo que repetir su pregunta.

– Sí, vimos el choque contra el puente y después el primero de los tumbos. Nuestro ómnibus se detuvo de inmediato y alguien llamó al Radcliffe. Algunos decían que podían escuchar gritos desde el fondo del acantilado. Lo curioso -dijo Seldom, como si recordara una pesadilla no del todo lógica- es que cuando nos asomamos al acantilado ya había dos ambulancias allí.

– Las ambulancias estaban allí porque esta vez el mensaje llegó antes y no después del crimen. Esto es lo primero que me llamó la atención también a mí. Tampoco fue dirigido a usted, como los anteriores, sino directamente al servicio de emergencias del hospital. Ellos me avisaron a mí mientras las ambulancias se ponían en camino.

– ¿Qué decía el mensaje? -pregunté yo. -El cuarto de la serie es el Tetraktys. Diez puntos en el triángulo ciego. Fue un llamado por teléfono, que afortunadamente quedó grabado. Tenemos otras grabaciones de la voz de él y aunque trató de distorsionarla un poco no hay dudas sobre esto. Sabemos incluso desde dónde fue hecha la llamada: un teléfono de monedas en una estación de servicio en las afueras de Cambridge, donde se había detenido supuestamente para cargar nafta. Aquí encontramos el primer detalle intrigante, del que se dio cuenta Sacks al revisar los tickets: había cargado muy poca nafta, mucha menos que al salir de Oxford. Cuando se hizo el peritaje del ómnibus comprobamos que efectivamente el tanque estaba casi vacío.

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