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– Pero no podemos estar seguros todavía -dijo Seldom, con un tono de protesta intelectual-, no podemos hacer inducción con sólo dos casos.

– De todas maneras -dijo Petersen-, lo que sea, me gustaría escucharlo.

Seldom pareció dudar todavía un momento.

– En los dos casos -dijo finalmente con cautela, como si no quisiera ir más allá de los hechos- los crímenes fueron lo más leves posibles, si tiene sentido esta palabra. Pareciera que las muertes en sí no son exactamente lo que importa. Los crímenes son casi simbólicos. No creo que el asesino esté realmente interesado en matar, sino en señalar algo. Algo que seguramente tiene que ver con la serie de figuras que dibuja en los mensajes, la serie que empieza con un círculo y un pez. Los crímenes son sólo la manera de llamar la atención sobre esta serie v está eligiendo sus víctimas lo suficientemente cerca de mí con el único propósito de involucrarme. Creo que en el fondo es un problema puramente intelectual, pero que sólo se detendrá si logramos demostrarle -de algún modo- que pudimos resolver el sentido de la serie, es decir, que podemos predecir el símbolo, o el crimen, que vendrá a continuación.

– Voy a pedir esta tarde un perfil psiquiátrico, aunque no creo que todavía pueda decirse demasiado. De todos modos, quizá pueda ahora responderme a la pregunta que le hice antes. ¿Cree que se trata de un matemático?

– Me inclinaría a decir que no -dijo Seldom cautelosamente-. No por lo menos un matemático profesional. Yo diría que se trata de alguien que imagina que los matemáticos son algo así como el paradigma de la inteligencia y por eso busca medir fuerzas directamente con ellos. Una especie de megalómano intelectual. No creo que sea casual que haya elegido para el segundo mensaje la puerta de entrada del Instituto. Supongo que hay un segundo mensaje velado para mí en esto: si yo no acepto el desafío, algún otro matemático lo recogerá. Si es por hacer conjeturas, yo diría que es alguien que fue reprobado alguna vez injustamente en un examen de matemática, o quizá perdió una oportunidad importante en su vida por alguno de los tests de inteligencia de la clase que imaginaba Frank. Alguien que fue excluido de lo que considera el reino de la inteligencia, alguien que a la vez admira y odia a los matemáticos. Posiblemente concibió la serie como una venganza contra sus examinadores. Ahora es él de algún modo el examinador.

– ¿Podría ser un alumno que usted hubiera desaprobado? -preguntó Petersen.

Seldom se sonrió levemente.

– Hace mucho que no desapruebo a nadie -dijo-. Sólo tengo alumnos de doctorado; todos son excelentes. Yo me inclinaría a pensar que se trata de alguien que no estudió matemática de una manera formal pero leyó ese capítulo de mi libro sobre los crímenes en serie y considera, desgraciadamente, que soy la persona a la que debe desafiar.

– Bien -dijo Petersen-; puedo ordenar como primera aproximación que me envíen un listado de las compras de su libro con tarjetas de crédito en las librerías de la ciudad.

– No creo que eso lo ayude mucho -dijo Seldom-. Durante el lanzamiento mis editores consiguieron que se publicara como anticipo en el Oxford Times justamente el capítulo sobre los crímenes en serie. Muchos creyeron que se trataba de una nueva forma de novela policial. Fue por eso que se agotó tan pronto la primera edición del libro.

Petersen se incorporó, algo desalentado, y estudió por un momento las dos figuras en el pizarrón. -¿Cree que ahora puede decirme algo más sobre esto?

– El segundo símbolo de una serie da en general la pista sobre el modo en que debe leerse toda la sucesión: si como representación de objetos o hechos de algún posible mundo real, es decir, símbolos en el sentido más usual, o bien, sin ninguna connotación de significado, estrictamente en un plano sintáctico, como figuras de tipo geométrico. El segundo símbolo es aquí otra vez astuto, porque el pez está dibujado de una manera tan esquemática que admite las dos lecturas. La posición vertical es interesante. Podría tratarse de una serie de figuras con simetría respecto al eje vertical. Si debemos interpretarlo verdaderamente como un pez, hay por supuesto, muchas otras posibilidades.

– La pecera -dije yo, y cuando Petersen se dio vuelta hacia mí, algo sorprendido, Seldom asintió en silencio.

– Sí, eso pensé en un principio. Así es como llaman al piso donde estaba Clark en el Radcliffe -dijo-. Pero eso diría directamente que se trata de alguien dentro del hospital, no creo que haya elegido un símbolo que lo incrimine de una forma tan obvia. Además, en ese caso, ¿cómo se relacionaría el círculo con Mrs. Eagleton? -Seldom se paseó un instante con la cabeza baja.- Algo que también es interesante -dijo- y que está implícito de algún modo en los mensajes es que él suponga que los matemáticos pueden solucionarlo. Es decir, debe haber algo en los símbolos que se corresponda con la clase de problemas, o de intuiciones, que tienen que ver con el pensamiento de un matemático.

– ¿Podría usted arriesgar ya cuál sería el tercer símbolo? -preguntó Petersen.

– Tengo -dijo Seldom- una primera idea; pero veo varias otras posibilidades de continuación igualmente, digamos, razonables. Es por eso que en los tests se dan al menos tres símbolos antes de preguntar por el siguiente. Dos símbolos admiten todavía demasiadas ambigüedades. Preferiría tener algún tiempo para pensarlo un poco más. No quisiera equivocarme. Él es ahora el examinador y el modo de marcarnos un error sería otro asesinato.

– ¿Cree realmente que se detendrá sí damos con la solución? -preguntó Petersen con escepticismo.

Pero no había nada como la solución, pensé. Eso era lo que podía ser más desesperante. Entendí de pronto por qué Seldom había querido que conociera a Frank Kalman y la segunda dimensión del problema que lo preocupaba. Me pregunté cómo haría para explicarle a Petersen sobre las inteligencias saltarinas, sobre Wittgenstein, sobre las paradojas de las reglas finitarias y los desplazamientos de las campanas normales. Pero Seldom sólo necesitó una frase:

– Se detendrá -dijo lentamente- si es la solución en la que el está pensando.

CAPITULO 12

Petersen se levantó de su silla y dio una vuelta por el cuarto con las manos detrás de la espalda. Recogió el saco, que había estirado sobre el borde del escritorio, volvió por un momento a clavar los ojos en el pizarrón, y con el dorso de la mano borró el círculo.

– Recuerden: hasta donde nos sea posible vamos a mantener en secreto el primer símbolo, no quisiera tentar a un copycat. ¿Creen que los matemáticos allí abajo podrían adivinarlo, ahora que conocen el segundo?

– No, no creo -dijo Seldom-, pero además, no es tan claro que les interese lo suficiente para intentarlo. Para un matemático el único problema que cuenta suele ser el que tiene entre manos: puede hacer falta más que un par de asesinatos para desviarlos.

– ¿Es ése también su caso? -Petersen miraba ahora fijamente a Seldom; había un frío reproche en la pregunta.- Para ser honesto, estoy un poco… decepcionado -dijo, como si eligiera con cuidado sus palabras-. No esperaba por supuesto que me diera hoy mismo una respuesta definitiva, pero sí cuatro o cinco alternativas posibles, conjeturas que pudiéramos ir refínando o descartando, ¿no trabajan acaso también así los matemáticos? Pero quizá tampoco a usted le interesen lo suficiente un par de asesinatos.

– Tengo, ya le dije, una primera idea -dijo Seldom, sosteniendo con sus ojos pequeños y transparentes la mirada del inspector- y le prometo que me dedicaré a pensar en esto, enteramente. Sólo quiero estar seguro de no equivocarme.

– No quisiera que espere hasta la próxima muerte para cerciorarse -dijo Petersen, y luego, como si se viera obligado de mala gana a hacer las paces-. Pero si de verdad quiere colaborar, Je pediría que venga a mi oficina mañana, después de las seis: ya tendremos el perfil psiquiátrico, me gustaría leérselo, quizá le recuerde a alguien. Usted también puede venir -me dijo, mientras nos extendía rápidamente la mano.

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