Abrió su carpeta de clases y sacó del interior un sobre de madera.
– Petersen me mostró estas fotos cuando estuve hoy en su oficina, le pedí que me las dejara para mirarlas con más cuidado hasta mañana. Quería sobre todo que usted las viera: son las fotos del crimen de Mrs. Eagleton, la primera muerte, el principio de todo. Finalmente el inspector volvió ahora a la pregunta del origen: cómo se vincula con Mrs. Eagleton el círculo del primer mensaje. Ya sabe, yo creo que usted vio algo más allí, algo que todavía no registró como importante, pero que está guardado en algún pliegue de su memoria. Pensé que quizá las fotos lo ayuden a recordar. Está todo otra vez aquí -dijo y me extendió el sobre-: la salita, el reloj cucú, la chaise longue, el tablero de scrabble. Sabemos que en el primer crimen se equivocó. Eso debiera decirnos algo más… -Su mirada adquirió ese aire algo ausente. Paseó los ojos en torno de las mesas y hacia afuera en el pasillo. De pronto su expresión se endureció como si algo que hubiera visto lo alarmara.
– Acaban de dejar algo en mi casillero -dijo-; es raro porque el cartero ya pasó esta mañana. Espero que el teniente Sacks todavía esté por algún lado. Aguárdeme un instante que voy a fijarme.
Giré en mi silla y vi que efectivamente desde el ángulo donde Seldom estaba sentado podía verse la última columna de un gran casillero de madera oscura empotrado en la pared. Allí había sido entonces donde había recibido también el primer mensaje. Me llamó la atención que toda la correspondencia del College quedara expuesta tan abiertamente en ese pasillo, pero al fin y al cabo, también en el Instituto de Matemática los casilleros estaban sin vigilancia. Cuando Seldom volvió revisaba un libro adentro del sobre y tenía una gran sonrisa, como si hubiera recibido una alegría inesperada.
– ¿Recuerda el mago del que le hablé, Rene Lavand? Estará hoy y mañana en Oxford. Tengo aquí entradas para cualquiera de los dos días. Aunque debería ser esta noche porque mañana iré a Cambridge. ¿Piensa unirse a la excursión de matemáticos?
– No -dije-, no creo que vaya: mañana es el día libre de Loma.
Seldom alzó levemente las cejas.
– La solución del problema más importante de la historia de la matemática contra una chica hermosa… todavía gana la chica, supongo.
– Pero sí quisiera ver esta noche la función del mago.
– Claro, claro que sí -me dijo Seldom con una vehemencia extraña-, es absolutamente necesario que lo vea. La función es a las nueve. Y ahora -me dijo, como si me estuviera entregando una tarea escolar-, hasta esa hora vuelva a su casa y trate de concentrarse en las fotos.
CAPITULO 20
Cuando llegué a mi cuarto preparé una jarra de café, tendí la cama y sobre el cobertor estirado puse una a una las fotos que había en el sobre. Recordé al mirarlas lo que había escuchado decir una vez como un tranquilo axioma a un pintor figurativo: hay siempre menos realidad en una foto de la que puede capturar una pintura. Algo en todo caso parecía haberse perdido definitivamente en ese cuadro dislocado de imágenes nítidas e irreprochables que había formado sobre la cama. Traté de darles un orden distinto, cambiando algunas de lugar. Algo que yo había visto. Intenté otra vez, disponiendo las fotografías de acuerdo a lo que recordaba haber visto cuando entramos en la sala. Algo que yo había visto y Seldom no. ¿Por qué solamente yo, por qué él no hubiera podido verlo también? Porque usted es el único que estaba desprevenido, me había dicho Seldom. Sí, quizá era como esas imágenes tridimensionales, generadas por computadoras, que se habían puesto de moda en las plazas de Londres: totalmente invisibles para un ojo atento y que sólo aparecían de a poco, huidizamente, al dejar de prestarles atención. Lo primero que había visto era a Seldom, caminando rápidamente hacia mí por el sendero de grava. No había ninguna imagen de Seldom
allí, pero recordaba nítidamente la conversación junto a la puerta, y el momento en que me había preguntado por Mrs. Eagleton. Yo le había señalado la silla a motor en la galería. Esa silla él también la había visto. Habíamos entrado juntos en la sala; recordaba su mano al girar el picaporte y la puerta que se había abierto silenciosamente. Después… todo era más confuso. Recordaba el sonido del péndulo, pero no estaba seguro si había mirado el reloj. De todos modos, aquella debería ser la primera foto de la secuencia: la que mostraba desde adentro la puerta, el perchero de la entrada y el reloj a un costado. Esa imagen, pensé, era también la última que habría visto el asesino al salir. La volví a su lugar y me pregunté cuál debía ser la próxima. ¿Había visto algo más antes de que encontráramos a Mrs. Eagleton? Yo la había buscado, instintivamente, en el mismo sillón floreado donde me había saludado la primera vez. Volví a alzar la foto que mostraba los dos silloncitos sobre la alfombra de rombos. Detrás del respaldo de uno de ellos asomaba el brillo de cromo de las empuñaduras de su silla. ¿Había reparado en la silla detrás del respaldo? No, no podía asegurarlo. Era desesperante, de pronto todo se me escapaba, el único foco en la memoria era el cuerpo de Mrs. Eagleton tendido en la chaise longue y sus ojos abiertos, como si aquella imagen irradiara una luz demasiado intensa que marginaba a la sombra todo lo demás. Pero sí había visto, mientras nos acercábamos, el tablero de scrabble y los dos pequeños atriles con letras de su lado. Una de las fotos había congelado sobre la mesita la posición del tablero. Estaba tomada de muy cerca y con algún esfuerzo podían distinguirse todas las palabras. Ya habíamos discutido una vez con Seldom sobre las palabras del tablero. Ninguno de los dos creía que pudieran revelar nada interesante, ni que pudieran ligarse de algún modo con el símbolo. El inspector Petersen tampoco les había dado ninguna importancia. Coincidíamos en que el símbolo había sido elegido con anterioridad al crimen y no por una inspiración del momento. Miré de todos modos con curiosidad las fotos de los dos atriles. Estaba seguro de que esto no lo había visto. En uno de ellos había sólo una letra, la A. En el otro había dos: la R y la O, esto significaba sin duda que Mrs. Eagleton había jugado hasta el final, hasta agotar todas las letras de la bolsa, antes de dormirse. Me entretuve un rato tratando de pensar palabras en inglés que pudieran formarse todavía sobre el tablero con esas últimas letras. No parecía haber ninguna y en todo caso, pensé, Mrs. Eagleton puramente la hubiera descubierto. ¿Por qué no había visto los atriles antes? Traté de recordar la posición en que estaban sobre la mesa. En una de las esquinas, donde Seldom se había quedado de pie sosteniendo la almohada. Quizá, pensé, lo que debía buscar era justamente lo que yo no había visto. Volví a repasar las fotografías, para detectar otros detalles que se me hubieran pasado por alto, hasta llegar a la última, la cara todavía aterradora de Mrs. Eagleton sin vida. No parecía haber nada más allí que no hubiera visto. De modo que eran aquellas tres cosas: las letras en los atriles, el reloj en la entrada, la silla de ruedas. La silla de ruedas… ¿No sería aquella la explicación del símbolo? El triángulo para el músico, la pecera para Clark, y para Mrs. Eagleton… el círculo: la rueda de su silla. O la letra O de la palabra omertá, había dicho Seldom. Sí, el círculo podía ser todavía casi cualquier cosa. Pero era interesante que hubiera justamente una letra O en uno de los atriles. ¿O no era interesante en absoluto, sólo una estúpida coincidencia? Quizá Seldom sí hubiera visto la letra O en el atril, y por eso se le había ocurrido esa palabra, omertá. Seldom había dicho después algo más, el día que entramos al Covered Market… que confiaba en la mirada mía sobre todo porque yo no era inglés. ¿Pero qué podía significar una manera no inglesa de mirar?