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– Quizás el primer símbolo de una serie lógica -dijo Seldom-. Sería una buena elección: es posiblemente el símbolo que admitió históricamente mayor variedad de interpretaciones, tanto dentro como fuera de la matemática. Puede significar casi cualquier cosa. Es en todo caso una manera ingeniosa de iniciar una serie: con un símbolo de máxima indeterminación al principio, de modo que estemos casi a ciegas sobre la posible continuación.

– ¿Diría usted que esta persona es quizás un matemático?

– No, no: en absoluto. La sorpresa de mis editores fue justamente que el libro había llegado al público más variado. Y todavía no podemos ni siquiera decir que el símbolo deba interpretarse realmente como un círculo; quiero decir, yo vi antes que nada un círculo, posiblemente por mi formación matemática. Pero podría ser el símbolo de algún esoterismo, o de una religión antigua, o algo completamente distinto. Una astróloga hubiera visto posiblemente una luna llena, y su dibujante, el óvalo de una cara…

– Bien -dijo Petersen-, volvamos ahora por un momento a Mrs. Eagleton. ¿Usted la conocía bien?

– Harry Eagleton fue mi tutor de estudios y estuve algunas veces invitado a reuniones y a cenar aquí después de mi graduación. Fui amigo también de Johnny, el hijo de ellos, y de su esposa Sarah. Murieron juntos en un accidente, cuando Beth era una niña. Beth quedó desde entonces a cargo de Mrs. Eagleton. Últimamente veía bastante poco a las dos. Sabía que Mrs. Eagleton estaba luchando desde hacía tiempo con un cáncer, y que tuvo varias internaciones… la encontré algunas veces en Radcliffe Hospital.

– Y esta chica, Beth, ¿vive todavía aquí? ¿Cuántos años tiene ahora?

– Unos veintiocho, o quizá treinta… Sí, vivían juntas.

– Deberíamos hablar cuanto antes con ella, quisiera hacerle también algunas preguntas -dijo Petersen-. ¿Alguno de ustedes sabe dónde podríamos encontrarla ahora?

– Debe estar en el teatro Sheldonian -dije yo-. En el ensayo de la orquesta.

– Eso está en mi camino de regreso -dijo Seldom-; si a usted no le importa, me gustaría pedirle, como amigo de la familia, que me permita a mí darle esta noticia. Es posible que necesite ayuda también con los trámites del entierro.

– Seguro, no hay problema -dijo Petersen-; aunque el funeral tendrá que demorarse un poco: debemos hacer primero la autopsia. Dígale por favor a la señorita Beth que la esperamos aquí. Todavía tiene que trabajar el equipo de huellas, estaremos quizás un par de horas más. Fue usted el que avisó por teléfono, ¿no es cierto? ¿Recuerdan si tocaron algo más?

Los dos negamos con la cabeza. Petersen llamó a uno de sus hombres, que se acercó con un pequeño grabador.

– Sólo les voy a pedir entonces que hagan una breve declaración al teniente Sacks sobre sus actividades a partir del mediodía. Es de rutina, luego podrán irse. Aunque me temo que quizá tenga que volver a molestarlos con algunas preguntas más en los próximos días.

Seldom contestó durante dos o tres minutos a las preguntas de Sacks y noté que cuando me llegó el turno a mí esperó discretamente a un costado a que yo me liberara. Pensé que quizá quería despedirse apropiadamente, pero cuando me volví a él me hizo una seña para que saliéramos juntos.

CAPITULO 4

– Pensé que tal vez podríamos caminar juntos hasta el teatro -dijo Seldom, mientras empezaba a armar un cigarrillo-. Me gustaría saber… -y pareció dudar, como si le costara encontrar la formulación correcta. Había oscurecido por completo y yo no alcanzaba a distinguir entre las sombras la expresión de su cara-. Me gustaría estar seguro -dijo finalmente- de que los dos vimos lo mismo allí. Quiero decir, antes de que llegara la policía, antes de todas las hipótesis y explicaciones: el primer cuadro que encontramos. Me interesa la impresión de usted, que era el único totalmente desprevenido.

Me quedé un instante pensativo, esforzándome por recordar y reconstruir cada detalle; me daba cuenta también de que quería demostrar alguna agudeza para no defraudar a Seldom.

– Creo -dije cautelosamente- que coincidiría en casi todo con la explicación del forense, salvo quizá por un detalle al final. El dijo que al ver la sangre el asesino soltó la almohada y se fue lo más rápido posible, sin intentar recomponer nada…

– ¿Y usted no cree que haya sido así?

– Posiblemente sea cierto que no recompuso nada, pero sí hizo por lo menos algo más antes de irse: dio vuelta la cara de Mrs. Eagleton contra el respaldo. Así fue como la encontramos.

– Tiene razón -asintió Seldom, con un lento movimiento de su cabeza-. Y eso, ¿qué indicaría para usted?

– No sé: quizá no resistió los ojos abiertos de Mrs. Eagleton. Si es, como dijo el forense, una persona que mataba por primera vez, quizá recién al ver esos ojos se dio cuenta de lo que había hecho y quiso, de alguna manera, apartarlos.

– ¿Diría usted que conocía previamente a Mrs. Eagleton, o que la eligió casi al azar?

– No creo que haya sido totalmente al azar. Me llamó la atención lo que dijo usted después… que Mrs. Eagleton estaba enferma de cáncer. Tal vez sabía eso de ella: que de todas maneras moriría pronto. Esto parece corresponderse con la idea de un desafío sobre todo intelectual, como si hubiera buscado hacer el menor daño posible. Incluso la manera que eligió para matarla podría considerarse, si ella no hubiera despertado, bastante piadosa. Tal vez lo que sí sabía -se me ocurrió- es que usted conocía a Mrs. Eagleton y que esto lo forzaría a involucrarse.

– Es posible -dijo Seldom-; y también comparto que es alguien que quiso matar de la manera más leve posible. Precisamente, eso era lo que me preguntaba mientras escuchábamos al forense: cómo hubieran sido las cosas si todo le hubiera salido bien y la nariz de Mrs. Eagleton no hubiera sangrado.

– Solamente usted habría sabido, por el mensaje, que no se trataba de una muerte natural.

– Exactamente -dijo Seldom-; la policía hubiera quedado en principio afuera. Yo creo que esa era su intención: un desafío privado.

– Sí; pero en ese caso… -dije yo, dubitativo- no me queda claro cuándo escribió el mensaje para usted, si antes o después de matarla.

– Posiblemente el mensaje lo tenía escrito antes de matarla -dijo Seldom-; y aun cuando una parte del plan salió mal, decidió seguir adelante y dejarlo de todos modos en mi casillero.

– ¿Qué cree que hará a partir de ahora?

– ¿Ahora que la policía sabe? No sé. Supongo que tratará de ser más cuidadoso la próxima vez.

– O sea, ¿otro crimen que nadie vea como un crimen?

– Sí, eso es -dijo Seldom, casi para sí-: exactamente. Crímenes que nadie vea como crímenes. Creo que ahora lo empiezo a ver: crímenes imperceptibles.

Quedamos en silencio por un momento. Seldom parecía haberse encerrado en sus pensamientos. Habíamos llegado casi a la altura del Parque Universitario. En la vereda de enfrente se estacionó una gran limusina delante de un restaurante. Vi salir una novia que arrastraba la cola de su vestido y se llevaba una mano a la cabeza para mantener en equilibrio un gracioso tocado de flores. Hubo una pequeña algarabía de gente y flashes de fotografías a su alrededor. Noté que Seldom no parecía haber registrado la escena: caminaba con los ojos fijos y estaba absorto, enteramente vuelto dentro de sí. A pesar de esto, me decidí a interrumpirlo, para preguntarle sobre el punto que me había intrigado más.

– Sobre lo que le dijo usted al inspector, respecto del círculo y la serie lógica: ¿no cree que debe haber una conexión entre ese símbolo y la elección de la víctima o bien, quizá, con la forma que eligió para matarla?

– Sí, seguramente -dijo Seldom algo distraído, como si ya hubiera revisado aquello mucho antes-. Pero el problema es, como le dije a Petersen, que ni siquiera estamos seguros de que sea efectivamente un círculo y no, por decir algo, la serpiente de los gnósticos que se muerde la cola, o la letra O mayúscula de la palabra "omertá". Esa es la dificultad cuando usted conoce sólo el primer término de una serie: establecer el contexto en que debe ser leído el símbolo. Quiero decir, si debe considerarse desde el punto de vista puramente gráfico, digamos, en el plano sintáctico, sólo como una figura, o bien en el plano semántico, por alguna de sus posibles atribuciones de significado. Hay una serie bastante conocida que yo doy como primer ejemplo al principio de mi libro para explicar esta ambigüedad… déjeme ver… -dijo y buscó en sus bolsillos hasta encontrar una lapicera y una libretita de notas. Arrancó una hoja que apoyó en la libreta y sin dejar de caminar dibujó con cuidado tres figuras y me extendió el papel para que las mirara. Habíamos llegado a Magdalen Street y pude estudiar las figuras sin dificultad bajo la luz amarilla y difusa de las lámparas. La primera era indudablemente una M mayúscula, la segunda parecía un corazón sobre tina línea; la tercera era el número ocho.

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