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Está bien, espere, sé más cosas pero conste que le he dicho la verdad. ¿Cómo si no pueden explicarse las visitas a la trapería que hacía la dueña del bar Continental, esa zorra que trafica con meucas? Pero hay más. Por si no me cree voy a contarle otra versión del asunto, otra historia del escondido y la raspa perseguida, un rumor que circula por ahí y que coincide con mi historia verdadera en casi todo y además trae lo de la cicatriz. ¿Sabía usted que tiene una cicatriz en el pecho izquierdo, camarada, sobre el corazón? ¿Sabe usted cómo y quién se la hizo? Pues dicen que su tío, cuando aún era jefe de patrulla, le concedió un día permiso para ir al frente a visitar a su novio, y que decidió aprovechar el viaje de la chica para hacer llegar un mensaje secreto muy importante, un trocito de microfilm. Ante el temor de que ella cayera en manos del enemigo hizo que un médico le cosiera la película bajo la piel, unos dicen que en el hombro muy cerca de la nuca y otros en el pecho izquierdo, esto no ha podido saberse de seguro pero es igual, ya verá, porque ella nunca pudo entregar el mensaje a Durruti, que dicen que por eso lo asesinaron. Cuando llegó al frente, su novio había muerto y los nacionales habían reconquistado Fuendetodos, avanzaban ustedes arrolladores y salvadores y ella no pudo conectar con otra persona para entregar el documento, esta persona dicen que era el hermano de Java con el cual "Ramona ya había follado en vida del novio, así que sola y asustada regresó a Barcelona pero tardó un año en ver a su tío, y cuando quisieron extraerle el trocito de película ya no lo encontraron. Le abrieron las carnes pero el celuloide había estado todo este tiempo viajando por su cuerpo bajo la piel, deslizándose sin hacer daño ni ruido hacia nadie podía saber dónde, y hasta le dijeron: quizá cerca del corazón y si es así vas lista, un día te lo pincha y adiós, al cementerio. Igual que lo del alférez Conrado, camarada, usted le conoce bien: también dentro de su cuerpo la metralla viaja, ya le ha paralizado las piernas y le ha torcido el espinazo y poco a poco le va destruyendo las células y los tejidos, pobrecillo héroe, el tiempo trabaja contra él y lo devorará en poco más de treinta años, qué tragedia para un vencedor del bolchevismo ir pudriéndose día tras día en su trono de ruedas, y bajo palio, qué putada, no somos nada.

Así que por fin un día Java encontró a la criada convertida en una cualquiera. El escondido preparaba su escapada a Francia en un buque de carga y había decidido llevarse aquel documento, nunca es tarde y puede serme útil, pensó, y fue ese día que vimos a la abuela tirando a la basura algodón y gasas manchadas de sangre, toda ella oliendo a alcohol: le quitaron el celuloide del hombro o del pecho, eso no se sabe de cierto; y debió ser allí mismo, en el cuartito tapiado, al abrazarle él tocaría casualmente con los dedos el bultito bajo la piel y decidió abrir cuanto antes, así le quedó una nueva cicatriz. Eso dicen pero yo no acabo de creerme la historia, camarada, yo creo que sólo buscaba compañía y acostarse con ella y que el trocito de celuloide sigue debajo de su piel, en alguna parte de su magreado cuerpo de fulana, quizás ha corrido tanto que ya está en su pierna o en el otro pecho, vaya usted a saber, puede que esté dando vueltas en su cintura y siga así eternamente. Siempre que la imagino trabajando debajo de algún tío, veo manos y manos recorriendo su blanca piel y palpándola despacio en busca del bultito, la costura, la señal, como si todos sus folladores fuesen espías o polis o falangistas, porque vamos a ver, ¿tanta importancia tiene esta furcia que todo el mundo anda tras ella?, le diré, todo esto parece un complot remoto e incomprensible, señor, una venganza viejísima cuyos motivos todos los complotados ya olvidaron.

En fin, que el marinero decidió un día abandonar su escondrijo, dicen, y embarcó para Marsella y fue a morir a Argeles en un campo de concentración, ahora se ha sabido: un atracón de garbanzos y de harina cruda, el pobre, vio unos sacos de reparto y no se pudo contener de hambre que llevaba, a puñados se lo zampó y allí mismo cayó con el estómago perforado. No, señor, no es de mentir que se me caen los dientes, ya no soy ningún crío; es por falta de cal, es de debilidad y del vino que mi padre llevaba en las venas. Pero mire, tengo un diente de plata que nunca se me caerá. Y si me hostia como al Tetas, pues espere, le diré, hombre, encima que le regalo una Parker auténtica, si averiguo algo más prometo decírselo, yo siempre estoy alerta. ¡Ay! déjeme ir con mi madre que me está esperando, juro que me portaré bien y no haré cochinadas con las niñas, lo juro, señor, adiós, le diré, vaya mierda de pluma que te llevas, desgraciado, que eres un lacayo de la cruzada y así se te pudra el ojo de cristal si es que algún día te lo conceden por los servicios prestados, que lo dudo, tuerto de mierda y en fin, camarada, sólo una cosa quería pedirle antes de irme: ¿me deja ver la Star, empuñarla un momentito? Pam pam, quién tuviera una igual.

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Asoman el tabaco y el librillo y poco después el vino y el ranchillo, patatas con lentejas o un tazón de malta con pan migado, a veces la sorpresa de un plátano, dos si hay visita. La boca se hace agua cuando oyes apartar los papeles que tapan la gatera. Dos plátanos pinzando el periódico, por fin, a ver qué embustes lleva hoy.

Leyendo cuatro elementos subversivos que habían cruzado clandestinamente la frontera muertos a tiros en las cercanías de Sant Llorenç de Munt por fuerzas de la guardia civil. Durante el tiroteo una bala perdida hirió de gravedad a un muchacho del campamento del Frente de Juventudes instalado en las proximidades. Iban seis… Y entre las páginas de información gráfica extranjera, un mensaje de Palau citándole donde siempre pasada la medianoche.

– Iban seis, Marcos, y sólo dos consiguieron escapar -Palau en el bar Alaska-. Fue al día siguiente de cruzar la frontera, en un camino poco conocido que bordea el monte. Se lo dije a Sendra, se lo repetí: no lleves a tanta gente que toparás con los civiles… Y mira. Vaya panorama, ahora. Meneses con la muñeca agujereada desde hace dos meses, Navarro enfermo, Lage todavía en la Modelo, Sendra liquidado y seguimos sin noticias de Ramón.

– Hostia, le dije. Hago bien en cuidarme. Tranquila, come cuando quieras pero no te hagas ilusiones, nena: conejo no es. Pásame el vino.

– Y así estamos, esperando -Palau hurgando sus dientazos con el palillo, los labios floridos de cerveza -. Algunos se han dedicado exclusivamente a pasar aviadores ingleses y polacos.

– ¿Lo pagan bien?

– Tengo buenos amigos en el consulado inglés.

– ¿Cuánto?

– Trescientas por cabeza. Pero eso también se acaba. ¿Viste que han desembarcado en Normandía? -Pero entonces Juan Sendra aún estaba vivo, ¿no?, aún no se veía el fin de la guerra, ni siquiera te habían avisado para participar en lo del meublé, ¿de qué estás hablando? ¿De cuándo? -No recuerdo, nena, debió ser antes pero le dije: ¿Tú crees que vendrán, Palau, vale la pena resistir? -Yo no espero nada ni creo nada, yo no sé nada, dijo.

Estaba el carota muy excitado y con ganas de darle al gatillo, de modo que tienes razón, debió ser antes del atraco al meublé, una de aquellas noches mías con ganas de estirar las piernas, de paseo nostálgico por el puerto o por el barrio, asustando a niños sin querer, para recalar en el bar a última hora: que no se diga que estoy enterrado, que me olvido de los amigos. Pero ya no había nadie en el Alaska, sólo una borracha encaramada al taburete con su abrigo de pieles, esa rubia que no tardaría en hacerse tan amiga de Viñas jugando a los dados, trompa perdida, tan sola y aburrida y buscando siempre conversación, sorda a las súplicas del camarero que no veía la hora de cerrar, que ya bajaba con estruendo la puerta metálica pero ella ni caso: bromeando con el tatuaje y las sortijas de hueso, te las compro todas, marinero, le hizo tanta gracia que se empeñó en invitarme a pipermints hasta pasada la madrugada, a puerta cerrada y sacándose billetes hasta de las orejas, habría organizado un escándalo si no acepto. Y estuvo contando su vida interminablemente, desde los catorce años que se la tiró un soldado debajo de una manta, dice, hasta yo qué sé, la biblia en pasta, hasta los treinta cumplidos en el lujo y el fulaneo y aún hasta más allá, hasta que habría de diñarla de aquella insospechada mala manera, una noche de invierno de principios del cuarenta y nueve: la cabeza machacada por un mazo de madera en el fondo de un automóvil y enterrada medio palmo bajo tierra en un solar ruinoso, seguramente con este mismo abrigo que resbala de sus hombros desnudos y roza las patas del taburete, con esta misma boca sensual de color violeta y estas rodillas de seda irradiando a la misma altura y un poco excesivamente separadas, quién lo hubiera dicho.

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