La puerta automática se cierra entre los dos y Lage con la mano dice adiós a la cara que se aleja pegada al cristal, que parpadea, que abre la boca como si le faltara el aire. Palau aplastado por la gente sin poder revolverse, aquel pesado corpachón rodeado de espaldas y nucas sin poderse acomodar ni imponer, quién lo hubiera dicho de él hace tiempo, cuando aún nos bullía la sangre joven y todo se había perdido menos la esperanza, entonces todos pensábamos esto no puede durar y ahí están todavía los que hoy siguen pensando todavía esto no puede durar, algún día tiene que acabarse, no aguantará, sin saber que estas palabras llegarían con la vacuidad del eco hasta los sordos oídos de sus hijos y sus nietos: estaban tan ciegos, tan irremediablemente vencidos, tan lejos de verse empuñando las armas otra vez, de hecho ya ni siquiera podían imaginarse así, ya ni arrestos mentales tenían para verse con la cara tapada por el pasamontañas y pistola en mano empujando la puerta giratoria de un Banco o colocando un explosivo.
Hombres de hierro, forjados en tantas batallas, soñando como niños.